Capítulo 1

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─ ¿Puedes decir qué pasó? ─pregunta Hellen conmocionada. Como si las palabras no existieran en mi mundo, mi boca se prohíbe pronunciar algo ─. ¿Qué pasó con mi hermana, Noél?

─ ¡Calma, Hellen! ─dice Loaiza mientras la sujeta con fuerza para evitar que me siga pegando puñetazos en los hombros ─. Él no tiene idea de lo que pasó entre Joan y Alondra. ¡Calma!

─ ¿Qué dijo el doctor de su estado? ─interroga la señora Cynthia.

─No he podido hablar con él ─respondo instantáneamente al ver que la madre de Alondra espera ansiosa mi informe.

─Deben calmarse, Alondra es una mujer fuerte y seguramente saldrá bien en la cirugía. El médico dijo que, a pesar del fuerte impacto, ella pudo aguantar el traslado al hospital ─comenta Loaiza un poco quebrantada.

En medio del llanto y presión del momento, mi vida estaba a un paso de resignarse. Sus recuerdos venían a mí como ola a la orilla, su aroma indescriptible inundaba mis fosas nasales, era como esencia perdida buscando dónde esparcirse.

─No pienses más en ella, deberías ir por un té o, por lo menos, caminar un par de horas muy lejos del hospital a ver si se te pasa el mal trago ─sugiere mi madre con voz tranquila, pero notablemente preocupada. Es como si buscara darme seguridad con su calma.

─No puedo estar paseando sabiendo que la mujer que amo está al borde de morir ─la miro fijamente y veo sus ojos cristalizarse ─. Mamá, ya deja de fingir que estás bien cuando no. Lo único que te pido es comprensión, no es fácil pensar positivamente en un momento de angustia.

─Está bien, por lo menos permíteme darte un abrazo ─pide. No me negaría a sus cálidos abrazos, son como miel para la garganta y resurrección para el muerto.

Me dejo abrigar por sus delicados brazos y en segundos me inunda el sentimiento de no querer salir de esa cueva, me brinda lo que necesito. Calor, protección y, sin duda, fuerzas.

─ ¿Están presentes los familiares del señor Joan? ─pregunta una mujer que, mediante la placa que adorna su bata, confirma ser la médica.

─No somos parientes, pero el señor estaba con mi hija, la joven que se encuentra en cirugía. ¿Puede decirme cómo se encuentra? ─pregunta inquieta la señora Cynthia.

─Necesitamos que sean los parientes del joven atendiendo los informes médicos ─resopla la mujer con exactitud, dejándonos incómodos.

─Yo soy la madre ─espeta una rubia de edad avanzada que aún se conserva. Abre paso entre nosotros sin permiso y reacciona nerviosa al escuchar la información de la médica. "El joven Joan ha sufrido un infarto. Posiblemente no sobreviva a la operación."

La mujer elegante queda inmóvil por unos segundos, al escuchar la voz ronca de un hombre formalmente vestido, la dama se vuelve en llanto, el hombre la abraza sin saber el por qué de su drama.

─ ¡Doctora Marcela, necesitamos de su ayuda en la habitación 206! ─exclama una enfermera logrando sobresaltar a todos los presentes.

─ ¡¿Qué pasa, doctora?! ─pregunta un tanto eufórico el señor que consuela a la mujer de buen parecer.

Las enfermeras y todos en el pasillo se alteran por la situación que se presenta en una de las habitaciones.
La mujer grita con fuerza en brazos de aquel hombre que solo mira fijamente por la ventana de la habitación 206.

En menos de diez minutos veo salir de la misma habitación a la médica de hace un tiempo atrás, hablando algo con los señores que parecen ser los padres de Joan. ─"No puede ser verdad. Joan no puede estár muerto." ─las palabras de la mujer en medio del llanto nos sorprenden. «¿Cómo puede un hombre tan joven desperdiciar su vida tomando malas decisiones?»

Una semana en Chicago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora