Noél.
Las tres últimas semanas todo había sido tan plano y delirante, que los problemas ya no parecían ser tan complicados. El trabajo cada vez era más exigente, y mi cuerpo arrastraba los pocos residuos de vida que dejaba mi rutina. Alondra terminaba por sacarme de quicio con sus comportamientos impropios y hubieron peleas que terminaron en las sábanas.─ ¡No!¡no!¡no! ─grito. Su semblante es otro, su expresión y postura también ─. Si te vas a Milán no vuelvas.
─Serán unos meses. Además, tú no me das seguridad de nada ─se excusa ─; te he dicho que las cosas con Mark terminaron y no crees en mi palabra, ¿qué más puedo hacer?
─ ¿Eso qué tiene que ver con el viaje? Más bien dime ¿qué coñazos te pasa? ─me pongo de pie tan rápido que tiro la silla ─. Dime ─pregunto con un poco de serenidad chocando los nudillos contra el escritorio ─, ¿qué te genera ese tipo de pensamientos retrógrados?
─ ¿Retrógrados? ¿eso es lo que piensas de mis planes, que son una estupidez? ─clava su vista en mí. Sus delicadas manos se apoyan en los brazos de la silla para luego erguir su postura encorvada. Sin proferir palabra quedo pasmado durante un tiempo, sopesando su pregunta y luego la mía. Sé que mi comportamiento es hostil muchas veces y que me hace ver como Alondra dice, como un imbécil.
En ese momento no tuve control de mí y como era de esperar ella ya tenía una salida de escape. Una llamada de mí secretaria me logra sacar de trance.
─ ¿Dime, Raquel? ─contesto. Alondra aún estática me mira a esperas de que hable con mi asistente ─. Esta bien. Dile al señor Watson que en media hora estoy disponible para atenderlo. Mientras, necesito que mantengas citas y llamadas en pausa ─escucho a la mujer al otro lado de la línea ─. Bien. No olvides traer mi café.
─No te quito más tiempo ─camina hacia la puerta, en un intento por detenerla agarro su antebrazo izquierdo con fuerza ─. ¡Aush! ─se queja.
─No he terminado de hablar contigo ─la regreso a la silla ─. Dime de una buena vez qué planeas, un día estamos peleando y al otro lo hacemos como si nada. Ahora me sales con el cuento de que te irás a Milán y yo como un tonto tengo que aceptar que te vas.
─No tienes que aceptarlo, esto no se trata de aceptar. Desde que decidí buscarte y decirte lo que había pasado entre Mark y yo lo único que has hecho es juzgarme ─sus ojos se humedecen ─. ¡Me cansé!
─ ¿Te cansaste? ─la miro fijamente.
─Sí. ¡Me cansé! ─golpea el escritorio ─. ¿Quién te has creído? Me exiges explicaciones, me tratas como quieres y para colmo no sé qué papel desempeño en tu vida.
─No es así... ─logró decir.
─Sí lo es. Te perdí. Desde que comenzaste una nueva vida al lado de Andana te has convertido en un arrogante, no digo que ella sea culpable. No. Hablo de tu humildad, esa que tenías cuando te conocí. La has perdido, Noél ─toma aire para seguir ─. ¿Te has dado cuenta cómo me tratas? ─una pequeña lágrima se desliza por su mejilla, ella con rapidez la limpia ─. Como un objeto que usas, desechas y hasta reclamas descaradamente sin tener derecho. Hasta ahora no sé qué soy para ti, llevo meses viendo la sortija de compromiso que me diste pero no tiene sentido, realmente la alianza no cumple ninguna función ─saca de su anular la sortija, acto seguido la deja sobre la mesa ─. Si alguna vez quise conformar un hogar contigo, me arrepiento. Siento ser dura pero... ya no quiero a un témpano de hielo conmigo porque en eso te has vuelto, un hombre frío y manipulador; todo lo contrario a lo que un día fuiste.
─Tengo derecho a equivocarme ─me defiendo ─, mi comportamiento tiene una razón, y esa eres tú.
─No voy a seguir con esto ─abre la puerta y gira para mirarme por última vez ─. Que conste que... que lo intenté.
ESTÁS LEYENDO
Una semana en Chicago
Historia CortaSegunda parte de la Bilogía: Una semana. ve corriendo a leerte Una semana en París y luego vienes por este manjar, bebé. DISFRUTA.