Fue como si todo se desarrollara en cámara lenta. Desde su llegada, hasta la visión terrible que se le ofreció al bajar del taxi.
La zona acordonada. Los paramédicos a la espera de un traslado. Las patrullas circulando en derredor. Y el sonido penetrante y extremadamente agudo de las sirenas haciendo eco a la redonda.
Will había trastabillado al traspasar el umbral, desafiando todo intento por frenar su posterior avance. Corrió hacia las escaleras y, el primer cuadro que se le presentó, fue el de uno de los espejos estrellados, prueba inminente de la visita del asesino.
Sus pies dejaron de responderle cuando notó el camino de sangre afuera del dormitorio principal.
Aturdido, se cubrió los labios. Empujó la puerta y ahogó un grito cuando el cuerpo de Molly se le apareció tendido boca arriba sobre la cama. De la yema de sus dedos escurría sangre, y en sus globos oculares habían sido incrustados trozos de uno de los espejos rotos.
La melena castaña se había contaminado del mismo líquido carmín que ahora cubría su expuesto abdomen.
Will apenas recordaría horas más tarde el haber corrido hacia ella para tratar en vano de reanimarla, mientras sus labios proferían incesantemente una disculpa.
¿Cómo había permitido que semejante cosa ocurriera?
Cuando sintió los fuertes brazos rodeándole para apartarlo, se resistió, forcejeó y entonces, reaccionó.
—Walter— llamó, sujetando a uno de los forenses por el cuello de la gabardina. —¿En dónde está mi hijo?
Impaciente por no obtener respuesta inmediata, salió corriendo hacia el cuarto de Willy. Sin embargo, estaba vacío. Toda sección de la casa lo estaba.
—¡Will!
El llamado de Jack, le forzó a salir súbitamente de su estupor. El espectro del autismo volvía a hacer de las suyas. Y para cuando Will salió del trance, le costaba articular palabras coherentes. Apenas conseguía hilar lo que pasaba por su cabeza.
Empero, Jack lo comprendía. Así que lo instó a salir de la casa y sentarse en la ambulancia mientras le preparaban alguna infusión para tranquilizarlo.
La expresión de Jack era severa, pero Will logró calmarse lo suficiente para preguntar.
—¿En dónde está Willy?
—El...—Jack vaciló. Sacudió la cabeza y le tendió una manta. —Lo están buscando ahora mismo. El hada de los dientes debió llevarlo consigo.
Will sintió que sus pies se hundían en el abismo. Tartamudeó e hipó varias veces antes de que las calientes lágrimas resbalaran por su frío rostro.
—Encontraremos a ese infeliz, Will —musitó Jack. —Pero necesito que no pierdas la compostura.
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Estaba sentado en la alfombrilla de la sala. Sólo, tiritando, y a merced de otro episodio en los que solía ausentarse de la realidad por breves instantes. Will apenas tenía una vaga noción de lo que acontecía. Sabía que, nada más llegar a su casa, había volcado los muebles en un arrebato de frustración e ira.
La policía había interceptado aeropuertos y carreteras. Consultado cintas de seguridad de gasolineras en el perímetro. Todo en vano. El hada de los dientes había burlado el protocolo. Ahora mismo estaría establecido de nuevo en su hogar, y tenía a Willy consigo.
Era allí donde Will Graham drenaba su mente, dejándola totalmente en blanco. Y ello porque no quería imaginar lo que el asesino haría con su hijastro.
