XI

911 104 1
                                    

Su cuerpo se sentía rígido, su piel acartonada y su mente estática. Sus labios entreabiertos despedían irregulares formas de vapor en consecuencia del frío.

La suave brisa se había convertido en un soplo inclemente contra su piel. Cómo esquirlas incrustandose en cada zona expuesta. Sin embargo, Will Graham continuó avanzando. Cuál marioneta siendo tironeada por una fuerza magnética, invisible a ojos humanos. Sus piernas respondían al eco de una voz conocida, forzandole a caminar en automático. Un pie delante del otro, siguiendo los trazos rectos sobre el pavimento.

Era un alce. Había sufrido una metamorfosis completa y no había vuelta de hoja.

Cuando los faros le alumbraron el rostro de lleno, y el sonido agudo del claxon se interpuso en su camino, el espejismo se rompió. El susurro del bosque se desvaneció, el revestimiento del siervo se desprendió de su piel, y solo quedó Will Graham. De frente al automóvil, cegado por las luces, aturdido por el ruido y completamente desorientado.

Ahora se sentía liviano, casi etéreo.

Cuando la figura abandonó el vehículo para correr en su dirección, Will tomó una honda bocanada de aire helado. Sus sentidos volvían a eclipsarse.

-Will ¿Puedes escucharme?

Un ligero zarandeo en el hombro terminó por devolverlo a la realidad. Will pestañeó mucho más rápido. Una segunda silueta bajó del automóvil para acercarse.

Fue entonces que Will lo recordó. No estaba siguiendo una voz, sino una orden.

"Es parte del plan, Will. Apegate al plan y recuperarás a Willy"

La voz de Hannibal reverberó una vez más en sus pensamientos.

-Vas a estar bien.

La afirmación provenía de una voz conocida. Aterciopelada y persuasiva. Similar a la de Hannibal.

-Bedelia- consiguió decir, distinguiendo el pálido semblante de la susodicha. Dejó de preocuparse cuando sus rodillas perdieron fuerza.

¿Qué le había dado Hannibal?

Se sentía igual que cuando había perdido el raciocinio y se creyó responsable de la muerte de Abigail.

Era la misma sensación nauseabunda y hueca, el abismo de lo incierto. Cuando la mente deja de funcionar y los recuerdos se emborronan en niebla.

Lentamente se dejó conducir hacia el vehículo. No podía pensar con claridad, pero si Hannibal estaba en lo cierto, y el plan funcionaba, tendría a Willy consigo. Y eso, era lo que más deseaba en la vida.

**

Su mente se encontraba aún adormilada, difusa. La escasa retahíla de palabras que había intentado pronunciar minutos antes, habían brotado atropelladas e inconexas. Era como si su cuerpo y su mente yacieran en dos planos completamente diferentes.

Cerró los ojos y arrugó la frente ante el inesperado fulgor que rodeó por entero su cuerpo. Halos de luz cegadora se esparcieron sobre él. Fue entonces que Will cobró más consciencia del lugar en que se encontraba.

Palpó la plancha de metal pulido, tamborileando con suavidad las yemas de los dedos sobre la helada superficie.

En sus pensamientos se entremezclaban fugaces visiones de la cabaña. Su refugio y el de Hannibal. Apenas se levantaba un velo cuando sus recuerdos volvían a ensombrecer, a difuminarse y sobreponerse unos con otros en un revoltijo sin fin. Veía a Abigail, veía a Garret, después a Randall, a Frederick y a Molly. Y los cuerpos desfilaban uno tras otro, sumidos en la pobredumbre y la putrefacción, teñidos de sangre seca, sus articulaciones rígidas y sus expresiones congeladas por el tiempo. Y siempre era Will el responsable, directo o indirecto de sus muertes.

Carpe Diem.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora