XIV

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Tras contemplar el último tren de la tarde desplazarse sobre los rieles bajo el manto oscuro del crepusculo, ganando velocidad con espasmodicos resoplidos para luego perderse entre la vereda a la lejanía, Will Graham consultó por cuarta ocasión la hora en su reloj de pulsera. Después exhaló profundamente, notando el frío traspasar su respiración mediante finas e irregulares volutas de vapor que se esparcieron y mezclaron con el aire fresco de la inmediación a las orillas del bosque.

En lo alto del horizonte, rodeado de la bruma difuminada de las nubes, se dejaba entrever de a poco, la silueta del circunferico astro lunar.

Dentro de tres cuartos de hora acontecería aquello que le había costado múltiples desvelos e imparables dolores de cabeza. Las ansias, no obstante, seguían dominandole, aguijoneando bajo su piel con la misma presteza del avance de las manecillas.

Fue por ello que Will había decidido, luego de disponerlo todo, salir a tomar un poco de aire. Necesitaba disipar todo rastro de vulnerabilidad que pudiera descubrirle y exponerle a su vez. Debía sellar hasta la última grieta de debilidad para evitar ser blanco de un mal mayor que podría costarle la vida.

Tan resuelto fue en su caminata, como sereno se mostró al dar cuenta en su regreso del intruso que ya le aguardaba en el interior de la cabaña.

La puerta entreabierta, y dejada asi intencionalmente, debía servirle de incentivo para disipar toda posible alarma de saberse tomado con la guardia baja. Will solo conocía a alguien lo suficientemente calculador y refinado como para tomarse esa clase de medida, previniendole de la sorpresa que ya no figuraba como tal por el simple capricho de su actual huesped.

—Will.

—Hannibal— saludó a su vez, cubriendo toda tentativa de impulso a tráves de una tenue sonrisa de camaradería.

Hannibal no solamente se había acicalado, perfumado y engalanado en uno de sus mejores fracs, sino que lucía la misma mirada segura que delataba su autoconfianza, teñida ahora de una superioridad mayor a la que antaño denotara.

—Espero no te incomode que me tomara la osadía de pasar— argumentó, rodeando el sofá para reunirse con el récien llegado.

A sabiendas de que la hipocresía de su interlocutor no tenía límite, Will se guardó muy bien de imitarle, cediendo en el mutuo juego de máscaras para ir a la cocina a servir de anfitrión. Pidió a Hannibal tomar asiento en la robusta silla de arce y tomó la botella sellada de la encimera junto al sacacorchos.

—Un anagrama. Muy digno de ti, Will.— murmuró Hannibal, alzando la ceja lo suficiente para delatar la amena sorpresa que le había dominado ante la elaborada misiva.

—Debo admitir que dudé acerca de si se presentaría— siguió Will la conversación, vertiendo cuidadosamente la misma porción de vino en dos copas, dejando ambas a merced del otro para que tomara la que quisiera—. ¿Significa que aún confías en mi?— su tono medió entre la formalidad y la familiaridad, nervioso y sin decidirse a escoger ninguna en particular.

Como si Hannibal adivinara el motivo de su indirecto titubeo, sonrió ampliamente en un gesto de evidente regocijo. Alzó la copa hasta la altura de su nariz, deleitandose con el suave y embriagador aroma de la conocida cava, en tanto agitaba con mesura el líquido adulterado.

Will contuvo entonces la respiración al no obtener respuesta inmediata, intuyendo un posible e irremediable yerro en su proceder. Tomó a su vez la copa que le ofreció Hannibal y bebió su contenido de una sola vez.

La mirada que obtuvo de Hannibal fue de entero reproche.

—¿Cómo?, ¿No lo saboreas?

Will se reservó la respuesta cuando vio a Hannibal bebiendo despacio de su copa.

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