VIII

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Exhaló hondamente cuando la puerta de su casa se cerró tras la partida de Jack Crawford. Sentado a la mesa del comedor, solo fue capaz de evocar aquella imagen mental de la expresión adusta impregnada de decepción hacia su persona.

El intertogatorio había sido largo y exhaustivo, lo mismo que inminente e indeseable el golpe de consciencia acaecido después de tan premeditado acto de su parte.

Apelarían a su favor el hecho de no hallarse en pleno uso de sus facultades mentales, pero incluso si el fallo resultaba favorable, Will Graham tendría que retornar al claustro en psiquiatría durante al menos seis semanas. Jack, por su parte, no había corrido con mejor suerte. El agente especial sería relevado irrevocable y permanentemente de su cargo, asimismo, tendría que enfrentar un proceso penal por quebrantamiento de la ley al haber emitido una orden de extradición falsa para transportar a Hannibal.

Había sido, en suma, una riesgosa, imprudente e impulsiva jugada.

Con Hannibal libre, la atención del dragón rojo se vería irremediablemente atraída en su dirección.

De vuelta, Will se veía envuelto en el juego del gato y el ratón. Mientras el asesino perseguía a Lecter, este le buscaría a él.

Cerró los ojos y relajó el cuerpo al beber el último trago de vino tinto de su vaso.

Adormecidos sus sentidos, su mente se debatía y lo transportaba a escenarios discontinuos. Primero estaba de pie sobre el río, con el agua fluyendo por encima de sus tobillos mientras sujetaba con firmeza la caña de pescar. Después se veía a si mismo en el bosque, caminando por la vereda, traspasando el denso follaje para huir de aquel imponente alce que le seguía de cerca.

Su razón se tambaleaba por confusos lapsos de tiempo.

Al abrir los ojos y no ver a Abigail cerca, supo que había hecho lo correcto. De ahora en más, las consecuencias del futuro repercutirían directamente sobre él. Tanto si triunfaba, como si fracasaba. Lo daría todo de sí para recuperar a su hijo, aún si ello implicaba mancharse una vez más las manos de sangre.
**

Tuvo que esperar a la madrugada para poder salir sin ser visto. Su casa seguía siendo custodiada por la policía, y él no tenía más remedio que continuar adelante con su plan.

Cerca de las cuatro de la mañana, se adentró silencioso y sigiloso en la residencia de Hannibal Lecter. Sabía que la zona sería acordonada y fuertemente custodiada al amanecer. Sin embargo, no sabía a dónde más acudir para buscarlo.

Ese lugar debía figurar dentro del palacio de la memoria de Hannibal. Y era, a su vez, el medio físico que los conectaba a ambos. El eslabón de la cohesión mutua se encontraba en esa casa. Allí había ocurrido la unión, la doblegación de su ser, la pseudo renuncia a su naturaleza inestable.

Allí se rompió la taza.

Y allí volvería a unirse.

Anduvo despacio por el corredor, mirando los residuos de polvo acumulado, marca inequivoca del paso del tiempo.

Al llegar a la cocina, los recuerdos volvieron inclementes. El rostro de Abigail, la cena, la llamada, la traición doble.

Cerró los ojos y se asió firmemente de la barra para no caer cuando el dolor imaginario traspasó su abdomen.

Primero una diminuta puntada, después la poderosa rasgadura transversal, abriendo su piel.

La sangre manando. La oscuridad reinando. La taza rompiéndose. El alce muriendo.

—No— se dobló inconscientemente, cautivo del aguijonazo de dolor, y de las múltiples punzadas. Estaba hiperventilando, pero no lo notó hasta que pudo salir del nítido espejismo traicionero en el que su mente lo había enclaustrado.

Poco a poco, se fue incorporando. Su mente se había intoxicado otra vez por los recuerdos de su turbio pasado. Aquella quimera residía únicamente en sus pensamientos como recordatorio de sus errores.

No debía terminar de aquella manera. Sin embargo, asi fue. Hannibal había deseado reconstruirlo psicológicamente, moldearlo desde el interior. Primero alterando su percepción de la moral a tráves de recuerdos falsos, desestabilizando las bases de sus propios principios mediante aquel refinado uso de la persuación.

Hannibal Lecter había logrado desmadejar su mente al debilitar su voluntad, fundiéndola con la suya. Valiéndose de su fortaleza cognitiva, se había adentrado a su psique para sembrar imágenes falaces como el asesinato de Abigail por su propia mano.

Casi le había destruido al apoderarse de todo lo que tenía, y lo que nunca iba a poder tener. Como la amistad y la admiración de Jack, el amor de Alana, el cariño y la perpetua fidelidad de Abigail.

¿No sería la tentativa hacia su familia, un medio ruin y extremadamente sádico para concederle una vez más el perdón?

Un mecanismo destructor melancólico para sumergirlo al empobrecimiento de su propio mundo plagado de alevosía.

Will dejó de sostener su cicatriz al replantearse los hechos.

Si tal era el caso que envolvía las acciones de Lecter, este no iba a buscarlo, si no que, contrario a ello, esperaría a que él lo hiciera.

No se arriesgaría a ser nuevamente traicionado. No, esta vez Hannibal estaba razonando fría y calculadoramente, a sabiendas de que el único implicado en la seda de araña que tenía algo por perder, era precisamente Will Graham.

Haciendo caso omiso a la frustración, Will consideró pertinente buscarlo, recurriendo a quien, sabía con antelación, tendría noticias suyas.

**

Llamó al timbre con impaciencia, sintiendo el cansancio atenazando su cuerpo. Llevaba ya varias noches desvelandose, y no podría dormir adecuadamente hasta que no recuperara a su hijo.

Era su último movimiento, su concluyente jugada.

En un par de días lo internarían, y perdería toda oportunidad para atrapar al dragón rojo.

No esperó a que la fémina le invitara a pasar. Tan pronto la puerta fue abierta, se deslizó al interior del departamento para inspeccionarlo.

—Will Graham— el seco y tardío saludo, le confirmó sus sospechas. Ella ya lo esperaba.

—¿En dónde esta, Bedelia?— detuvo su caminata por uno de los pasillos. La grácil figura le acompañaba en cada paso dado, sin recriminarle o cuestionarle por ello.

—No lo sé.

Will estudió la relajada faz de la ex psiquiatra. Sabía que Hannibal recurriría a ella como medio de evasiva. Por tanto, ella no decía la verdad.

—¿Él le pidió que mintiera?

Esta vez, Bedelia se dirigió al sillón de la sala, apremiandole a seguirle.

—Hannibal siempre se anticipa a las acciones ajenas para mantener la ilusión de un control onmipotente. Sin embargo, Will, ello no significa que esté enterada de su localización actual.

Will se exasperó. Notaba sus propias ansias manifestándose en molestos cosquilleos faciales. Era demasiado lógico suponer que Bedelia encubriría a Hannibal, porque ella, al igual que él, se había prendado de Lecter. Le había idolatrado en su templo de mentiras y ardides. Ella había tomado su lugar, ella si se había sacrificado al dejar todo por Hannibal.

—Quiero a mi hijo de vuelta— externó, llegando a la conclusión de que no obtendría una sola pista de su paradero si evidenciaba una actitud claramente ofensiva.

Bedelia asintió mecánicamente, segundos antes de tomar una de sus antiguas tarjetas de presentación para garabatear en ella.

—Y Hannibal te quiere a ti— musitó antes de entregárselo.

Carpe Diem.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora