VII

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Se quedó contemplando largo rato la fotografía de su móvil. Allí yacía él, acuclillado sobre la arena, al lado de Walter, ambos sonriendo mientras el cielo se difuminaba sobre ellos, degradándose del fuerte celeste a un suave atardecer naranja. 

Graham recordaba muy bien ese día en la playa. Lo que le costaba asimilar era la ausencia y posterior metamorfosis de sus propias emociones. 

Dolió dar por hecho la muerte de Molly, renunciar al alegórico cuadro de familia feliz que se había hecho trizas en el momento exacto que decidió prestar nuevamente su ayuda al FBI. 

Su astillada afinidad hacia el altruismo había ocasionado un daño irreparable. 

Y con el paso de los días, las posibilidades de recuperar a su hijo, se volvían más remotas. Entre más tiempo dejarán transcurrir, más se reducían las esperanzas, y mayor era la probabilidad de encontrar a Walter sin vida. 

"¿Lo prometes?, ¿Prometes que iremos a montar a caballo?"

Cerró los ojos. Las sienes le palpitaban a causa del estrés, sin embargo, era el dolor creciente en su pecho, la sensación más dañina y molesta de todas. Era como si estuviera envenenado y toda la materia corrosiva se desbordara dentro de él, quemando y destruyendo todo a su paso.

Transformación.

Hannibal le había dado la clave para acercarse al asesino, pero faltaba un anzuelo mucho más firme para asegurarse de que no escapara. 

**

Nada más atravesar el marco de la puerta, el fuerte aroma a antisépticos lo mareó. 

Su atención fue irremediablemente atraída hacia el blanco inmaculado de las paredes del quirófano en terapia intensiva. 

Will Graham bordeó a los dos agentes oficiales y, seguido de cerca por un serio Jack Crawford, llegó hasta la camilla del centro de la habitación. 

Y a pesar de sus intentos frustrados por evadir aquella nauseabunda sensación de culpa desde que recibiera tan inesperada llamada telefónica, no pudo menos que experimentar un revoltijo estomacal, mezcla de miedo y pesar hacia lo acontecido, hacia lo que él mismo había provocado de forma tan deliberada.

Vio con cautela la mirada incriminatoria que le dirigía Alana desde el otro extremo de la habitación antes de volver su atención hacia el cuerpo que yacía tendido sobre la camilla, envuelto en gruesos vendajes y con el torso al descubierto, exhibiendo parte de las horribles quemaduras a las que había sido sometido. 

El lacerado pecho de Frederick Chilton subía y bajaba a una velocidad pasmosa. Llevaba dos electrodos adheridos en el tórax, ambos conectados a un monitor de registro cardíaco. Su rostro, cubierto en gran parte por la mascarilla de oxígeno, dejaba entrever apenas sus párpados. 

—Frederick.

Inspirando hondo, Will se posicionó junto a la camilla, rogando internamente no ser escuchado. Sin embargo, los párpados temblaron suavemente tras unos segundos de angustiosa espera. 

Camino al hospital, Will había albergado la fútil esperanza de encontrarle ya sin vida, pero el destino se empeñaba en restregarle sus fallos a la cara, como funesto recordatorio de la naturaleza dañina de la que era portador.

—Sabías...— haciendo un esfuerzo sobrehumano, Frederick se alzó la mascarilla para emitir un jadeo ahogado, casi inenteligible. —Sabías que esto iba a pasar. 

Sabiéndose observado por los allí presentes, Will hizo amago de negar la afirmación, pero se detuvo al reparar en la ausencia de los labios de Chilton. De pronto su cuerpo se había paralizado de horror. No era, sin embargo, la visión de Frederick, lo que le afectaba, sino el constante recuerdo de Walter. Su difusa imagen a merced de un sádico asesino.

Carpe Diem.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora