XII

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Apoyado de espaldas contra la cabecera de la cama, Will Graham se dedicó a observar cada recoveco del espacio destinado a los pacientes de la clínica. Sus ojos viajaron desde las bases de los sueros, hasta las camillas y cortinas en derredor, cuya función era la de separar y dar un leve e ilusorio vestigio de privacidad. 

Privacidad. Aquel derecho no lo poseía en su totalidad.

Con sigilo, apartó la mirada de las manecillas del reloj de pared y la posó por breves instantes en la puerta lateral. Will sabía que del otro lado aguardaban un par de agentes del FBI dispuestos a interrogarlo para obtener cualquier indicio de información sobre el paradero de Hannibal. 

El tiempo y las oportunidades de atrapar al Dragón rojo se diluian cuál partículas dentro de un reloj de arena, cayendo continuas y sin pausa del otro lado del artilugio. 

Minutos antes había escuchado la voz de Alana dirigiéndose a uno de los policías, intercediendo por él para que le dejarán descansar un poco antes de dar inicio al informal interrogatorio. 

Estaba atrapado. Aquella situación no era tan diferente a cuando estuvo en prisión, o en el centro de psiquiatría. Era exactamente lo mismo, variando únicamente el escenario en cuestión.

Will sentía impotencia, desasosiego y tristeza. Todas esas emociones agitándose y revolviendo su interior en la perpetua lucha interna de quién se sabe perdido y solo. Lo que sea que Hannibal le hiciera a su mente, él debía revertirlo y pronto, pero para ello tenía que estar despejado, liberado de los grilletes de la incertidumbre que tan bien se encargó de implantar su némesis dentro de sus difusos recuerdos.

Del otro extremo de la habitación había una mesa blanca de caoba con el libro de registro de las visitas y horarios abierto por la mitad con un bolígrafo, junto al cual se encontraba una humeante taza de café y un juego de llaves. Detrás del improvisado escritorio, la enfermera encargada de los pases había empezado a bostezar. Will no la había perdido de vista desde su ingreso. Y cuando, minutos más tarde, finalmente la vio apoyar la cabeza sobre sus brazos para ceder al sueño, supo que su plan había tenido éxito. 

Despacio, se levantó de la camilla para tomar la muda de ropa que Jack se había encargado de proporcionarle horas atrás. Fue deprisa hasta el sanitario para vestirse, sorteando el escaso tiempo que tenía por delante. 

Antes de ingresarlo a la sección de pacientes, le habían proporcionado unas píldoras de clonazepam para mantenerlo tranquilo. Will las había mantenido ocultas, simulando ingerirlas junto al vaso con agua que le habían entregado. No pensaba tomarlas porque por nada del mundo podía descansar hasta que no encontrara a Walter. Cuando vio a la enfermera custodiando la salida, hiló su escape. Se había acercado a ella para pedirle agua y, en el descuido de la fémina, se había encargado de verter las pastillas trituradas en el café. 

Disponía de poco tiempo antes de que la policía ingresara, así que se apresuró a salir. Se encontraba en el cuarto piso del edificio. Ya había estado previamente allí, cuando Abigail había desaparecido y todas las pruebas le incriminaban, dándose a conocer su avanzada  encefalitis, y todo porque Hannibal así lo había querido. 

Will conocía las instalaciones, había ideado un mapa mental. Primero se aseguró de que no hubiera nadie en el pasillo antes de hacerse con las llaves y salir. Caminó un par de metros por el corredor antes de girar en la primer arista. Cuando el ruido de voces llegó a sus oídos, se vio forzado a retroceder y entrar a una de las habitaciones que supuso destinadas al área de desinfectantes. Cerró la puerta con cuidado y aguardó a que los pasos del exterior se volvieran lejanos. Si conseguía llegar al final del pasillo, dispondría de dos opciones: la escalera de emergencias, o el elevador. A todas luces resultaba más lógico decantarse por la escalera, puesto que las probabilidades de toparse con personal de la clínica eran casi nulas. No obstante, Will no pretendía bajar, sino subir. Al descender tomaría un mayor riesgo al llegar a la entrada custodiada. Asimismo, había cámaras que detectarían la minima anomalía. En cambio, si iba a la azotea, podría despistar al personal al dar por sentada su huida. Entonces si podría irse sin mayores contratiempos. 

Carpe Diem.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora