Caroline se durmió

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Es curioso como algunos nombres quedan grabados en la memoria, imposibles de sacar. Yo no sólo recuerdo su nombre, sino su cara, las dos: la triste y la feliz. Recuerdo cada palabra de las conversaciones que mantuvimos y las dos veces que nos vimos.

Caroline quería ser médica, quería ser como yo, me dijo la última vez que hablamos. Quería poder encontrarle el lado divertido a las cosas y hacer reír a alguien como ella, pensaba que éramos dos polos opuestos, nunca le dije que en realidad no éramos tan distintas.

Había viajado desde Brasil para ser médica y para escapar de su familia que no aceptaba su sexualidad. De hecho, ella tampoco la aceptaba, la vivía con muchísima culpa, y eso hizo que nos conociéramos. Podría contarles como llegó a la guardia, los procedimientos que vi, las cosas que me explicaron, mi sentimiento de impotencia y mi angustia al verme reflejada en ella, o la felicidad y alivio que sentí al verla a la semana siguiente, sonriente en la cama de internación, charlando y haciéndome bromas, pero nada de eso me es relevante ahora. Intento pensar cómo se sintió, qué fue lo último que pensó, si estaba consciente cuando entró a la guardia donde había hecho mis prácticas, un mes después de que me cambiaran de hospital, si había elegido ese día precisamente porque pensó que yo estaría allí, o si ni siquiera fui relevante para ella.

Elijo contarles lo que imagino que pasó por su cabeza, como si fuera ella, intentando ponerme en su piel para entenderla, y probablemente ni siquiera llegue a rozar la superficie de lo que sentía, tampoco quiero, y probablemente alguien que la hubiera conocido mucho más que yo se indignaría leyendo palabras que no le hacen justicia, pero yo sólo quiero hablar de ella como la recuerdo.


Caroline se despertó esa mañana temprano, tenía clases y no quería llegar tarde, aunque preferiría quedarse en esa cama para siempre y esconderse allí del mundo, su sentido del deber y sus amigos no la dejarían faltar. Sintiéndose vacía y sola desayunó, tomó sus pastillas y las observó desterrando la idea de tomarlas todas antes de dejarlas en su mesa de luz, preparó su mochila y salió del departamento a un mundo gris y frío, pero ella ya estaba acostumbrada a eso. 

Tomó algunas notas en las clases, rio cuando los demás reían, intentó seguir el hilo a las clases en español que le costaba entender, esas personas hablaban demasiado rápido a pesar de saber que había muchos alumnos que no manejaban bien el idioma. Quizá sólo era su forma sutil de decirles que no eran bienvenidos, o por lo menos ella lo sentía así.

Volvió a la seguridad de su hogar demasiado tarde, agotada de tener que fingir algo que no era, harta de reír y sentirlo como una mueca, harta de esos profesores y compañeros que la miraban como si no mereciera el lugar que ocupaba. Harta.

Se recostó en la cama y quedó dormida al instante, despertándose cuando el sonido del timbre rompió la calma del lugar. No quería visitas, no quería nada, sólo quería quedarse ahí y fundirse con las sábanas. El timbre volvió a sonar y luego su celular, todos se asustaban cuando no contestaba desde aquella vez que había terminado en el hospital, y no quería preocupar a nadie. Era aquella que había sido su novia, y que la había llevado al borde hacía unos meses atrás, cuando había ingresado a la sala de emergencias acompañada por una vecina que la dejó allí, en una habitación gigante en donde le metieron un tubo en el estómago y le quitaron las pastillas que había ingerido. Allí donde dos estudiantes se habían compadecido de ella y habían pasado la noche entera sentadas al borde de su cama contándole historias increíbles de cosas que habían vivido en su corto paso por la guardia de un hospital. Allí donde había pronunciado por primera vez la frase "quiero morir", casi como un susurro, temerosa de la reacción de los demás, y le había prometido a una de ellas que la próxima vez que se vieran vestiría un ambo, ella había reído y le había enseñado un llavero de elefante que brillaba mucho, que llevaba colgado en un estetoscopio que lucía prácticamente sin uso y le había dicho "Cuando eso pase, te regalo esto", y habían reído ante la idea de reencontrarse años después y reconocerse por un llavero de elefante. Quizá la estudiante que no dijo nunca su nombre no lo recordaría.

La voz en el teléfono la trajo de vuelta a la realidad, a su habitación y su cama. Su ex novia sólo aparecía para atormentarla, rogándole que volvieran, pero ella sabía que no debía enamorarse de una mujer, su madre se lo había dicho, moriría sola, aún más, sin su familia, sin nadie que la quisiera. ¿Y quién la cuidaría en su vejez? Si es que ese día llegaba. Ella sólo podía tener amigas, y no podía albergar esos sentimiento por alguien que no fuera un hombre, sólo debía encontrarlo. Alguien que la hiciera sentir viva, o sentir algo por lo menos.

Le pidió que se fuera, que no la molestara, que la dejara sola. Le prometió que no haría nada malo, le dijo que no la amaba antes de cortar el teléfono y mirar a su alrededor. La habitación estaba desordenada, pero no le importó. Recordó que ese día no había comido nada, y que le había prometido a su madre comer al menos dos comidas. Su sentido del deber le impedía romper una promesa, por lo que se levantó y cocinó algo rápido. Lo comió de a poco, ordenando un poco su departamento, su madre se sentiría muy triste si lo viera en ese estado, y de nuevo le había prometido que no dejaría que se acumularan papeles y porquerías sobre la mesa. Lavó los platos, barrió y acomodó las sillas en su lugar. Se duchó y dobló la ropa que estaba sobre la silla antes de ponerse el piyama y volver a la cama. Tomó sus pastillas y las observó intentando pensar una razón para no tomarlas todas. No la encontró.

Caroline se durmió, esperando, una vez más, no despertar. Y ésta vez lo logró.

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