Ya no quiero urgencias

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Octubre 2019

Ya me había habituado al ritmo de las guardias, doce horas de día los sábados, y doce horas los miércoles por la noche, ocho horas de clases repartidas durante la semana, y una pila cada vez mayor de libros para estudiar en mi tiempo libre. Había descubierto que el cuerpo humano, sabio, se acostumbra en seguida a todo, y el mío se había acostumbrado a dormir cuando podía, por el tiempo que podía y a que me fuera suficiente.

Me sentía lo suficientemente cómoda en las guardias de los sábados, donde sólo eramos un medico, la enfermera y yo, como para aprovechar los minutos de paz para dormir en la camilla del consultorio. El calor había comenzado a apretar y el aire acondicionado del consultorio daba justo a la camilla por lo que era un lugar codiciado para dormir una siesta, y eso hacíamos. Matías, el médico que me guiaba cuando Mariela no estaba, y yo nos turnábamos para dormir en el consultorio o acostarnos a mirar televisión en la sala de enfermería. Me gustaba trabajar con él porque me dejaba equivocarme y nunca me decía que algo estaba mal, solamente me hacía pensar sobre lo que estaba haciendo y sola me daba cuenta de mi error. Aprendí muchísimo de esa forma, sin embargo sentía que sólo estaba aprendiendo lo básico y me empezaba a aburrir un poco atendiendo dolores de garganta, dolores de muela, dolores de espalda y, ocasionalmente, una crisis asmática leve. Mi culo inquieto perdía por favor que llegara una urgencia para no aburrirme.

En eso estaba pensando mientras tomábamos mates en la enfermería y comentábamos entre risas un capítulo de Shark Tank. Lo oímos llegar antes de que golpeara la puerta, un silbido como el de una pava silbadora que nos anunciaba una crisis asmática severa llegando. Salté de la silla y oí el ya habitual comentario 'No se va a ir a ningún lado' que solían decirme a modo de burla por mi entusiasmo. Esperé que golpeara la puerta y abrí ocultando mi sonrisa, había pedido una urgencia de verdad y había llegado.

G. era un hombre joven, albañil, asmático desde que recordaba. Estaba correctamente medicado, cumplía con el tratamiento y había hecho todo para manejar la crisis en su casa, pero no había cedido. Solo con verlo entrar supe que estaba al borde del agotamiento, usaba todos sus músculos para hacer que su tórax se expandiera y poder entrar aire en sus pulmones. Sus labios estaban azules y parecía más somnoliento que nervioso, lo que era una mala señal. Ante la mirada atenta de Matías hice un examen físico rápido, le puse una mascarilla con oxígeno, le pedí a la enfermera que preparara las nebulizaciones, recordando la nemotecnia que me había enseñado Mariela para no olvidar las dosis, un corticoide endovenoso y que le pusiera un suero. No teníamos un monitor asique me tocaba quedarme a su lado revisando sus signos vitales cada quince minutos, más por practicar que porque fuera necesario. Matías sólo intervino para hacer unas cuantas preguntas de rigor y asegurarse que sabía lo que estaba haciendo. Le pedí que pidiera una ambulancia para un traslado a un centro de mayor complejidad, me guiñó el ojo con aprobación y me dejó trabajar. Después de veinte minutos el tratamiento parecía funcionar y el paciente estaba tranquilo.

Entonces fue cuando E. hizo su aparición, de hecho, fue el mismo G. el que nos dijo 'Uf, ahí viene otro', y no se equivocó. Esta vez abrí la puerta antes de que la golpearan, E. tenía diez años y su padre lo traía en brazos 'No puede respirar desde hace unas horas' fue lo primero que me dijo con la típica mirada asustada de un padre. Le hice una seña y lo hice pasar al consultorio, era una guardia de baja complejidad por lo que sólo había dos camillas, una en la enfermería ocupada por G., y la otra en el consultorio ahora con E. recostado sobre ella. Apagué el aire acondicionado, hice una evaluación rápida, necesitaba oxígeno pero no tenía un tubo ahí, agradecí que Mariela me enseñara a siempre tener listos los tubos de oxígeno, y le pedí al padre que lo trajera de la enfermería al consultorio. El padre no sabía el peso de E. asique tuve que calcular a ojo, no debía pesar mas de veinte kilo, era muy delgado y, de hecho lucía bastante descuidado, con todas las alarmas disparadas calculé las dosis y le pedí a la enfermera que preparara la nebulización, el corticoide y le pusiera un suero. E. se veía peor que G., pero yo ya había ganado la seguridad suficiente como para mantenerme en calma. Le pedí a la enfermera que se quedara con E. un minuto y volví a la enfermería donde Matías revisaba a G. y le dije "Ese nene no está con dificultad respiratoria desde hace unas horas, lleva así cuanto menos un día", Matías me miró extrañado, quizá intentando entender cómo había llegado a esa conclusión y por qué estaba tan segura. Yo tampoco lo sabía, pero estaba segura. Matías me dejó con G. y se metió al consultorio.

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