Un año, un eterno año desde la última vez que estuve sola en el consultorio escuchando como un extraño me narraba una historia llena de dolores, nauseas, y síntomas varios, mientras intentaba dilucidar qué había detrás de sus palabras. Me sentía fuera de práctica, oxidada, como le dije al medico que me recibió en la guardia esa mañana y me dejó sola con un paciente. Ya nadie se paraba detrás de la puerta para asegurarse de que no cometiera errores, ya no era una estudiante, y quizá la plena consciencia de ese minúsculo detalle era lo que tenía mi estómago hecho un nudo.
Me tomó una semana aflojar el nudo del estómago y entender que ya nadie evalúa, ya nadie califica, ya nadie estaba obligado a enseñar. Ya estaba sola y por improbable que me hubiera parecido, estaba tranquila. Sabía que hacer, incluso si no podía ponerle un nombre a su enfermedad, ya no me paralizaba, no me asustaba tan fácil. Pensaba, analizaba y evaluaba incluso cuando no era consciente de ello. Mi yo estudiante de cuarto año me miraría fascinada desde un rincón deseando poder hacerlo.
Mi yo interior me mira hacer preguntas, pensar diagnósticos, hacer más preguntas y revisar el cuerpo de los pacientes desde un rincón sin poder creerlo, e intentando precisar en que momento me volví una de ellos. ¿En qué momento se fue la estudiante insegura que le aterraba la posibilidad de pasar algo por alto y llegó esa médica segura de que hacía las preguntas correctas? ¿En que momento comencé a estar segura de lo que preguntaba y a no temer estar olvidándome de algo? ¿En qué momento me convertí en médica?
Todavía me parece irreal verme dar indicaciones, recetar medicamentos y encontrar respuestas para las preguntas de los pacientes.
Todavía me parece irreal tener un sello con mi nombre y apellido.
Todavía me parece irreal.
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Médica
No FicciónUna serie de historias sobre cómo transito mis primeros años como médica, algunas graciosas, otras tristes, otras un tanto indignantes, pero todas historias que no quiero olvidar.
