Como si fuera yo

314 10 0
                                    


2014

Todavía recuerdo el aire de excitación que se extendía entre mis compañeros cuando el instructor nos anunció que estábamos listos para pasar de practicar entre nosotros a tocar un enfermo.

Hasta aquél día solamente habíamos practicado una serie de pasos para explorar el cuerpo humano. Una y otra vez, repetir, corregir, volver a intentar. Repetirlo una y otra vez hasta que el instructor asentía satisfecho y nosotros sonreíamos sintiendo que nos acercábamos un poquito más a ser médicos. Esperábamos impacientes hasta que terminara la sesión de prácticas para hacer la pregunta: '¿Podemos ir a la sala?' y ver un intercambio rápido de miradas entre los instructores antes de negar y decir 'La próxima'. Y 'La próxima' parecía no llegar más, hasta aquel día.

La clase anterior nos habían dado una serie de indicaciones: pantalón largo, remera sin escote, cabello atado, uñas cortas y sin pintar, poco o nulo maquillaje, ¡Por favor bien peinados!, guardapolvo blanco, libreta en mano, sin tocar, sin preguntar, sin hablar fuerte porque la gente que está ahí se siente mal, tomen nota de lo que ven, presten atención, controlen la excitación, tengan cuidado con lo que dicen porque la gente se asusta cuando escucha algo que no entiende de la boca de un médico. Son médicos a sus ojos. No se olviden, son médicos cuando tienen el guardapolvo puesto. Son médicos.

Y ahí estábamos después de tantas indicaciones, parados en el pasillo del hospital esperando a los instructores, aferrando con fuerza nuestras libretas, en silencio, peinados, sin maquillaje, con pantalón largo y remera sin escote. Controlando la excitación, sin hablar fuerte, temerosos de hacer algo mal y que cancelaran aquella visita. 

El instructor llegó con sus dos ayudantes, nos miró uno por uno y sonrió asintiendo con aprobación haciéndonos una seña para que los siguiéramos. Respiramos. Nos atrevimos a hablar un poco y sólo nos hicieron callar cuando llegamos a la puerta de la sala de internación. Unas pocas indicaciones más y entramos divididos en tres grupos, uno para cada habitación, en silencio y en fila, observados por los enfermeros y residentes que sonreían, quizá recordando su primera excursión a una sala de internación, quizá viéndonos como los pichones de médico que éramos, con el guardapolvo inmaculado, mejor descansados que ellos, con la mirada llena de ilusión, aún sin saber las sorpresas que nos deparaba la medicina. 

Hoy, del otro lado del pasillo, mirando desfilar a los estudiantes puedo asegurar que nos miraban deseando volver a ese estado de inocencia, a ese momento de pura ilusión donde todavía creíamos que cambiaríamos el mundo, donde todavía no nos preocupaba el salario, las horas de trabajo, el cansancio, la responsabilidad. Cuando no sabíamos que trabajaríamos con las manos atadas, una por el estado y otra por los abogados. Cuando todavía no sabíamos que tendríamos uno de los trabajos más insalubres, peor pagos y con más indice de suicidios, divorcios y consumos de sustancias. Cuando todavía creíamos que salvaríamos vidas, como en Grey's Anatomy. Deseando volver a ese momento donde sólo eramos estudiantes descubriendo el mundo, ávidos de aprender, con mucho camino por delante, la sangre joven, los párpados fuertes y la paciencia intacta.

Desfilamos por aquel pasillo con la inocencia intacta, y entramos en una de las habitaciones, tímidos, sintiéndonos intrusos. Y tuvimos nuestro primer contacto con el sistema de salud.

Seis alumnos y un instructor, rodeando la cama de un paciente, haciendo preguntas, mareándolo, tomando nota, evaluando cada movimiento, cada gesto, cada respuesta. preguntando sobre temas personales, frente a toda esa gente. Compitiendo entre nosotros por quién hacía la mejor pregunta, la mejor formulada, la que llevara al diagnóstico que todavía no estábamos capacitados para hacer. Y luego lo revisamos, uno por uno apoyamos nuestro estetoscopio en su espalda y fingimos entender lo que oíamos, aunque estábamos más preocupados por parecer que sabíamos lo que hacíamos que por hacerlo correctamente. Son médicos. Eso nos habían dicho, y los médicos ponen cara de entender qué están escuchando cuando usan su estetoscopio.

Vi a mi instructor sonreír negando un poco y hacerle un comentario a una enfermera que sonrió mordiéndose el labio inferior, los dos divertidos observándonos. En ese momento no entendí cual era el chiste, hoy lo sé perfectamente: 'mira cómo se hacen los que entienden y no saben nada'. Yo también sonrío y niego cuando los veo fruncir el ceño, poner cara de estar escuchando atentamente y alejarse asintiendo, como si hubieran diferenciado algún ruido dentro del tórax. Hay cosas que todos tenemos en común.

Cuando terminamos de fingir que sabíamos lo que estábamos haciendo y se nos acabaron las preguntas sin sentido, el instructor hizo las tres preguntas importantes que habíamos olvidado en nuestro afán de parecer que sabíamos lo que estábamos haciendo: ¿Cómo se siente?; ¿Le duele algo?; ¿Necesita algo más?.

Tres preguntas que no requieren ningún tipo de preparación médica, y que parecían irrelevantes en ese momento, pero que el tiempo me enseñó a valorar porque ayudan a cerrar la brecha entre el médico y el paciente, lo que nosotros llamamos 'relación medico-paciente'. Ayuda a que el ambiente frío del hospital se caliente un poco y que los paciente se sientan escuchados y respetados, algo que ciertamente Odilo, el paciente que había sido nuestro primer contacto con la medicina real, no estaba sintiendo cuando lo rodeamos, le preguntamos cosas personales frente a desconocidos, lo manoseamos, usándolo como si fuera un pedazo de carne con el que podíamos experimentar y poner nuestras manos inexpertas.

Cuando salimos de la sala de internación, ésto fue lo que nos explicaron. No hablamos de medicina, hablamos de trato humano, de por qué fuimos groseros, fríos e irrespetuosos. Pero también hablamos de por qué nadie nos impidió hacerlo: 'Nadie va a estar a lado de ustedes para decirles cómo ser humanos. Traten a sus pacientes como les gustarían que los trataran a ustedes, o mejor incluso, porque ese paciente al que incomodaron podrían ser ustedes. No se olviden ni por un minuto que en cualquier momento pueden estar del otro lado de la cama. ¿Qué pensarían ustedes si les levantaran la remera sin pedirles permiso?' Nos habían preguntado y todos fruncimos el ceño, contrariados por la idea de que alguien invadiera nuestro espacio personal de aquella forma 'Eso fue exactamente lo que hicieron con el paciente. Trátenlos como si fueran ustedes mismos', nos dijo mirándonos con severidad y todos asentimos avergonzados.

Esa fue la primera lección que aprendí como médica en formación: Trátenlos como si fueran ustedes mismos.

MédicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora