Quiero a mi mamá

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Octubre 2019

Era miércoles por la noche, ya había tomado un poco de confianza en la guardia de alta complejidad y me atrevía a atender sola, o tan sola como podía estar bajo la mirada de águila de Facundo, el médico de guardia. En las últimas semanas le había agarrado el gustito a hacer suturas y siempre revisaba la lista de espera para ver si había alguna y agarrarla antes de que los otros practicantes me la quitaran. Eso estaba haciendo cuando vi a L. junto al motivo de consulta "Herida cortante en miembro inferior", festejé internamente y disimuladamente imprimí su planilla para atenderlo, no nos dejaban elegir pacientes, pero solían hacer de cuenta que no veían nada cuando mi compañera y yo lo hacíamos, porque eramos las bebés de la guardia, las más inexpertas que ni siquiera teníamos matrícula.

Facundo me vio y sólo me miró para hacerme saber que se había dado cuenta, pero no hizo ademanes de decirme nada, y yo no le di tiempo a hacerlo. Le hice una seña a mi compañera y nos apresuramos a salir de la sala de médicos.

L. tenía 15 años, apenas con la edad para que lo atendiéramos en la guardia de adultos. había estado jugando al fútbol y se había tirado para patear una pelota, pero se encontró con una piedra afilada que le hizo un corte desde el tobillo a la rodilla, tan profundo y sucio que nos acobardó y tuvimos que llamar a Facundo para que nos ayudara. Yo nunca había limpiado una herida tan grande y tenía miedo de hacerlo mal, obvié la mirada de burla en el rostro de Facundo cuando tuve que confesar que había elegido un paciente que me quedaba muy grande y le pedí que me ayudara.

L. había entrado solo al consultorio, en mi afán de suturar ese corte gigantesco me había olvidado mi regla básica: 'Atendelo como si fueras vos', en este caso, a su edad. Si lo hubiera recordado, le hubiera pedido a su mamá que entrara con nosotros y le hubiera explicado que no tenía nada de que preocuparse, que solamente limpiaríamos la herida y podría ir a casa con unos analgésicos y antibióticos. Pero en lugar de eso lo traté como un adulto, lo molesté un poco preguntándole como había quedado la piedra y me asombré por la profundidad del corte.

Sólo reparé en mi error cuando Facundo comenzó a limpiar la herida y L. empezó a patear y gritar que no lo tocaran porque le hacían mal. Facundo tampoco tenía un buen día y me dijo "Llamame cuando se deje atender" y se fue dejándome sola con un adolescente asustado. Intenté convencerlo, explicándole qué íbamos a hacerle y por qué, pero me estaba olvidado lo fundamental: Era un niño. Solo lo recordé cuando vi que estaba por llorar, cuando noté que esa actitud hostil era miedo disfrazado. LE pregunté "¿Por qué no querés que te limpiemos?" y respondió "Quiero a mi mamá", con las mejillas del color del tomate. sonreí y lo despeiné un poco pidiéndole disculpas por no haberla hecho entrar antes y me apuré a llamarla.

L. vio entrar a su mamá y por un segundo dejó ver el niño que todavía era, con los ojos gigantes y el alivio tatuado en los ojos. Le expliqué a la madre qué estaba pasando y de nuevo le pedí disculpas por no haberme dado cuenta de eso antes "Estamos acostumbrados a trabajar con adultos y a veces nos olvidamos, ¿Viste?" le dije y ella sonrió con cortesía asintiendo, probablemente tragándose algún insulto. Volví a preguntarle si podíamos limpiarle la herida y se negó nuevamente, recordando la edad que tenía me armé de paciencia y le prometí que íbamos a usar anestesia y que no iba a sentir nada. "Eso no me lo dijiste" me recordó L. y volví a pedirle disculpas por olvidar que tenía la edad que tenía, le expliqué lo mas detalladamente que pude todo lo que íbamos a hacerle, y volví a preguntarle si podía limpiarle la herida. Esta vez dijo que sí y Facundo volvió para enseñarme cómo limpiar esa herida tan grande.

Ese día aprendí a limpiar correctamente una herida y a no dejar que mi entusiasmo me hiciera olvidar que trabajo con gente y no con heridas cortantes con patas.

Nunca más volví a olvidarme de llamar a una mamá.

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