Septiembre 2020
Una de las ventajas de ser médico es que no necesitamos salir de la cama para tener una opinión calificada, una revisión y un tratamiento, y muchas veces ni siquiera necesitamos ir a una farmacia para empezarlo. En esto pensaba mientras palpaba mi abdomen buscando signos de la gastroenteritis incipiente que sospechaba que tenía.
Ese día me había ido a la cama temprano, el último café del día me había dado nauseas y presentía que los huevos de campo que había comprado ese día terminarían por darle la razón a mi mamá sobre los productos pasteurizados. Las náuseas dieron paso al dolor de estómago y me resigné a esperar que la gastroenteritis se instalara, esperando que al menos me dejara dormir un par de horas. Cerca de la medianoche empezaron los vómitos, perdí la cuenta después de los primeros seis y, como dice el dicho, "En casa de herrero, cuchillo de palo", no tenía reliverán para controlar los síntomas. Ya a la madrugada empecé a preocuparme al no tolerar ningún líquido, y empecé a resignarme a la idea de tener que ir una guardia. Me imaginaba el festín que se harían los médicos cuando les dijera que no había podido detener los vómitos a tiempo porque no tenía ninguna medicación para eso en la casa.
Quizá si no estuviéramos en el medio de una pandemia me hubiera vestido, llamado a un taxi y hubiera ido a la guardia, estaba consciente de que estaba un poco deshidratada y me preocupaba la cantidad de electrolitos que debía haber perdido, pero me preocupaba más exponerme a un virus sin haber intentado hasta lo último para evitarlo. Con ese pensamiento cerca de las nueve de la mañana fui a la farmacia y al supermercado a comprar todo lo que necesitaba para demorar la ida a la guardia lo más que pudiera.
No vomité el reliverán, esperé una hora antes de intentar beber algún liquido y me sentí aliviada cuando no lo vomité. Me llevé mi estuche a la cama y me revisé, no tenía fiebre, mis signos vitales estaban bien, quizá con la frecuencia cardíaca un poco aumentada, nada que una buena cantidad de líquidos no pudieran arreglar. Apoyé el estetoscopio en mi abdomen y lo oí rugir, y suspiré pensando que la diarrea no tardaría en hacer su aparición, estaba blando, depresible y un poco doloroso en el centro, todos signos compatibles con una gastroenteritis, excepto que al percutir el abdomen no sonaba como un tambor, algo que siempre pasa en las gastroenteritis. Ese detalle fue lo que me hizo pensar en el apéndice por primera vez, pero lo descarté rápidamente, ¿Que tanta mala suerte debería tener para que sea una apendicitis en el medio de una pandemia, y más precisamente, en el pico de casos? Ni siquiera yo podría tener tanta mala suerte. Eso me dije mientras me acomodaba para dormir un poco, con los vómitos bajo control y las náuseas controladas cuando me ponía de costado quizá pudiera dormir un par de horas.
Me desperté cerca del mediodía sintiendo que iba a vomitar, 'No puede ser' me dije haciendo cuentas mentales para calcular cuantas horas habían pasado desde que había tomado el reliveran 'cuatro, no debería vomitar todavía' pensé girándome en la cama para correr al baño. Y en ese momento sentí la punzada de dolor que despertó mi apéndice inflamado 'Carajo' pensé (O quizá un insulto un poco más fuerte). Olvidándome de las náuseas volví a revisar mi estómago, era un panorama completamente distinto, ya no rugía, al menos en la zona del apéndice en donde todo parecía estar silencioso, mis músculos se contraían cuando intentaba deprimir el abdomen, y ni siquiera toleraba la más ligera presión sobre la zona del apéndice, intenté elevar la pierna derecha, pero el dolor me lo impidió "Carajo" repetí, pero ésta vez en voz alta, riendo un poco ante mi mala suerte.
Me levanté de la cama como pude y llamé a mi papá para que me viniera a buscar. Me bañé, preparé un bolso con ropa, cargador del celular, un libro y unas pocas cosas más. Mi familia empezó a llamarme para saber qué pasaba, tranquilicé a todos. Ellos tenían miedo de la cirugía inminente, yo todavía tenia la esperanza de estar equivocándome. A ellos no les parecía tan graciosa mi mala suerte.
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Médica
Non-FictionUna serie de historias sobre cómo transito mis primeros años como médica, algunas graciosas, otras tristes, otras un tanto indignantes, pero todas historias que no quiero olvidar.