Cielito mío

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Febrero 2020

Centro de salud, mi némesis. Demasiada tranquilidad para un alma que necesita adrenalina para no aburrirse. Demasiada reflexión para un cerebro que piensa rápido. Después de dos meses de consultorio tachaba los días en el calendario hasta que terminara esa bendita rotación. Y faltaban dos semanas. El calor agobiante y el aire acondicionado roto no ayudaban en nada al humor de los pacientes y al mío.

No me gustaba obstetricia, tampoco ginecología, y mucho menos pediatría, y me había hecho la idiota demasiadas veces cuando llegaba un paciente de esos como para pasarlo por alto, razón por la cual me habían puesto con Luciana, una médica generalista a la que le gustaba mucho la ginecología, la obstetricia y la pediatría. No nos caíamos bien, nos tratábamos con cordialidad y cuando no había pacientes nos perdíamos en nuestros celulares para matar el tiempo. Ella creía que yo me sentía demasiado para ese lugar, yo creía que ella menospreciaba a quienes preferíamos un poco más de acción. Me es imposible no sonreír cuando escribo esto porque ambas nos equivocábamos muchísimo y para cuando me fui de ese lugar nos respetábamos muchísimo, hablábamos toda la mañana y nos despedimos con mucho cariño. Quizá fue Cielito la que hizo que nos respetáramos un poco más.

Solía hacerme la idiota cuando llegaba una embarazada al consultorio, no me gustaba hacer los controles, pero sabía perfectamente como hacerlo, por supuesto que Luciana creía que no tenía idea y yo alentaba esa creencia. Ese día me estaba reprendiendo por mi cara de hastío al ver la lista de pacientes: cuatro embarazadas, dos PAPs y un niño con mocos, cuando le di la espalda ignorándola y puse los ojos en blanco antes de poner cara de pocker y abrir la puerta para llamar a A. que entró con la típica caminata de la embarazada a punto de parir, con la espalda arqueada, las piernas un poco abiertas y balanceando el peso de lado a lado, "El orgullo de la embarazada" cómo le decimos.

"Toda tuya" me dijo Luciana deletreando un 'Te vi' con los labios y sonreí sin pizca de vergüenza encogiéndome de hombros. La pesé, le hice un par de preguntas, la revisé y miré la historia clínica, había tenido un par de embarazos difíciles que no habían llegado a término, sentí un poco de pena por esa mamá y le pregunté el nombre del bebé, "Cielo" me dijo acariciándose la barriga y el gesto me llenó de ternura. Palpé su abdomen y ubiqué la posición de Cielo, con la cabeza hacia abajo y la espalda a la izquierda, lista para salir, hice un par de comentarios sobre eso y A. se reía y me respondía. Puse el monitor sobre su barriga y me pidió que esperara un poco, quería grabar los latidos del corazón de Cielo en su celular. Sentí una simpatía instantánea por esa mujer y grabé su nombre, su rostro y el número de su historia clínica en mi memoria. Los latidos de Cielo eran fuertes y rápidos, me dio una patadita mientras limpiaba el gel conductor de la panza de A. y me hizo sonreír. Ese día A. se fue del consultorio dándome un abrazo y haciéndome prometer que estaría ahí el miércoles siguiente cuando volviera al consultorio. Cerré la puerta con una sonrisa dibujada en los labios y me topé con la mirada de Luciana, con una ceja alzada y una mano en la cintura "Mirá que bien que haces las cosas cuando querés" me dijo suspirando, "Solamente tengo la cara de estúpida" repliqué con una mueca y la vi sentarse en la silla y mirarme con una sonrisa sarcástica "Entonces yo escribo lo que me dictes" dijo agarrando una lapicera y mirándome como si esperara que le dijera que escribir. 'Forra' pensé, y estoy segura de que ella pensó lo mismo, pero ninguna de las dos sacó la sonrisa del rostro. Nos llevábamos muy mal.

Dos días después estaba escondida en enfermería, habíamos terminado con los pacientes con turno y todavía faltaba media hora para que comenzara el horario de atención espontánea asique estaba aprovechando el tiempo para poner vacunas y limpiar algunas heridas. A. entró a la enfermería sin golpear la puerta y todos la miramos dispuestos a retarla por no llamar antes de entrar y fue entonces cuando la vimos, se sostenía el vientre y tenía la preocupación tatuada en los ojos. Su marido, H., estaba con ella y parecieron aliviarse al verme ahí, aunque yo no compartiera ese sentimiento. "Le duele mucho, pero no sé si son contracciones" me dijo H. ayudando a su esposa a subirse a la camilla de la que había bajado de un salto el paciente que esperaba su vacuna, respiré un poco más aliviada, eran padres primerizos con una historia de embarazos frustrados y supuse que sería normal que estuvieran asustados por el trabajo de parto. Le pedí a uno de los enfermeros que llamara a Luciana y a otra que me trajera el monitor, la revisé y palpé el abdomen ante la mirada atenta de A. y H., "Hace un rato que no siento que se mueva" me informó A. con la angustia en la voz "¿Más de veinte minutos?" pregunté sin mirarla mientras apoyaba la mano sobre su abdomen buscando sentir alguna contracción, aún sin alarmarme, sabía que los bebés dormían y las mamás se asustaban porque lo había visto unas cuantas veces, "Como una hora" replicó y en ese punto fue cuando me empecé a preocupar, Cielo no se movía y el útero no parecía contraerse cuando A. sentía dolor, y éste no cedía. 

El enfermero me trajo el monitor y me apresuré a buscar los latidos de Cielo, pero no los encontré. Luciana llegó después de unos minutos y me hizo un par de preguntas antes de asentir con aprobación y pedirme que no dejara de buscar los latidos antes de salir disparada por la puerta de enfermería para buscar la historia clínica. A. empezó a llorar preguntando por qué no escuchábamos los latidos de 'Cielito', no supe que responder por lo que sólo le tomé la mano y se la apreté con fuerza, ninguna de las dos se soltó hasta que Luciana volvió a entrar y me miró interrogante, negué con un gesto seco y le pedí que buscara ella, demasiado preocupada por lo que estaba pasando allí como para recordar mi pelea personal por intentar demostrarle que sabía lo que hacia aunque no quisiera hacerlo. Luciana parecía pensar lo mismo porque no hubo ninguna sonrisa de satisfacción cuando me reemplazó y me pidió que le revisara los signos vitales, quizá más para que tuviera algo que hacer que porque fuera necesario, lo hice y luego di vueltas al rededor de ambas, demasiado inquieta para quedarme de brazos cruzados. La enfermera me agarró por los hombros, me paró en la cabecera de la cama, y me fregó un poco los brazos en un disimuladísimo "quedate quieta que estás poniendo nerviosos a todos" que entendí a la perfección. Hice fuerza por no moverme de ahí y que mi rostro no reflejara la preocupación que sentía.

Luciana suspiró y me miró muy seria por unos instantes, no como siempre, con un dejo de superioridad, sino como a un igual, preguntándome con la mirada que me parecía. "Voy a pedir una ambulancia, acá no podemos verla (a la bebé)" dije empezando a caminar, pero Luciana me detuvo cuando pasé a su lado, estuve a punto de discutir, pero ella solamente me hizo señas para que ocupara su lugar, "Voy yo" me dijo y asentí volviendo a buscar los latidos de Cielo.

A. me dijo que creyó sentir una patadita en cuanto la puerta de la enfermería se cerró y me tomó la mano para ponerla en el lugar donde la había sentido. Esperé unos segundos pero no pasó nada "Dale bebé, nos estás asustando" le pedí y no pasó nada. "Molestala un poco, a ver si se mueve" me sugirió la enfermera y A. asintió un par de veces, le di unos golpecitos suaves al vientre y la moví un poco como cuando intentaba ubicar su posición, le pedí a A. que se pusiera de costado y después que volviera a ponerse boca a arriba, y todo cuanto me sugerían los demás, nunca había molestado a un bebé asique no sabía muy bien que hacer, esas cosas no salen en los libros de medicina.

Finalmente A. me dijo "Ahí está" y me tomó la mano para que pudiera sentirla, esperé un rato, pero seguía escondiéndose de mí. Volví a buscar los latidos y después de unos minutos eternos por fin pude escucharla. Todos respiramos con alivio al unísono y el ambiente se aligeró sensiblemente, el dolor de A. se fue mágicamente y mi nudo en el estómago también. Le pedí a la enfermera que buscara a Luciana y conté los latidos, 160 por minuto, ritmo regular, perfecto. Controlé las contracciones, habían desaparecido, Cielito todavía no quería salir.

Cuando Luciana volvió nos estábamos riendo y haciendo bromas, como si nada de lo que había pasado antes hubiera existido. A. estaba un poco avergonzada por haberse asustado de aquella forma, "Es que nunca llegué tan lejos en el embarazo, no sabía que podía doler un poco" se excusó y le sonreímos asegurándole que no había ningún problema, y Luciana le explicó con detalle todo lo que podía esperar para que no tuviera miedo, y yo y mi obsesión por las listas anotamos todo en un papel para que se lo llevara.

Ese día se fue de la enfermería con una lista de todas las cosas normales que podía sentir y prometiendo volver para su próximo turno, Luciana y yo nos miramos divertidas e hicimos una apuesta, yo creía que llegaría a la próxima consulta con Cielo en los brazos, ella estaba segura de que iría a cesárea. Volvimos al consultorio y seguimos atendiendo como si nada hubiera pasado, aunque el clima entre las dos había cambiado radicalmente, ya no me importaba demostrarle que sabía y a ella no le interesaba demostrarme que estaba equivocada, de hecho nos divertíamos bastante en el consultorio.

La última semana de mi rotación por centro de salud fue la última vez que vi a A., todavía estaba embarazada y le programamos una cesárea (Luciana tenía razón, me costó hacer todas las revisiones de embarazadas en lo que quedaba la semana). Nunca llegué a ver el rostro de Cielito, pero ese día, en la última revisión, me dejó escucharla a la perfección y me dio unas cuantas pataditas, como si reconociera que yo era quien la había despertado de su siesta unos días atrás. A. se despidió de mí con un abrazo y me prometió que si me veía en algún pasillo me presentaría a Cielo, y yo sigo deseando que eso pase porque nunca me voy a olvidar del susto que nos dio Cielito.

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