Septiembre 2019
Después de mucho esperar, tantas lágrimas, tantas noches sin dormir, tanto sacrificio, relaciones descuidadas, momentos perdidos, mis veintes pasados con la nariz atrás de un libro, después de todo aquello por fin estaba ahí, mirándome en el espejo lista para salir, sintiendo que iba a vomitar el desayuno, haciéndome toda clase de preguntas de cómo sería aquel lugar. Estaba parada ahí consciente de que la próxima vez que me viera en ese espejo ya no podría decir que nunca había estado en una guardia.
Revisé por cuarta vez si tenía todo lo que necesitaba dentro de la mochila: un tupper con el almuerzo, una campera por si tenía frío, una botella de agua, un perfume, un peine, mi nuevo estuche, regalo de mis amigos cuando rendí mi último examen, con un estetoscopio violeta reluciente, regalo de mi mamá, tensiómetro, termómetro, linterna, y lapiceras. Cerré la mochila con un suspiro nervioso y salí del departamento intentando no hacer mucho ruido. Eran las siete de la mañana de un sábado, todavía era de noche y ni siquiera los pájaros estaban despiertos. Tenía una hora por delante en el colectivo hasta que llegara a la guardia y se me hacía eterno, pero por fin llegué.
Me recibieron con muchísima alegría y amabilidad, me sentaron en la mesa de los médicos y me hicieron muchisimas preguntas sobre mí, para conocerme un poco más porque eramos pocos según me dijeron. Era una guardia de primer nivel, sin servicio de radiología, ecografía o laboratorio, 'Un consultorio 24hs', como me dijo la enfermera que me recibió. Sólo había un medico, una enfermera y un practicante, pero no tenía que preocuparme, no solían pasar cosas graves.
Cuando empezaba a sentirme cómoda llegó mi médica, Mariela, se presentó, me mostró el lugar y me explicó qué hacer cuando llegaba a una guardia, para cuando estuviera sola. Me enseñó a hacer las tareas administrativas, hicimos un inventario de medicacion, revisamos que los tubos de oxígeno estuvieran listos para usar, que tuvieramos gasas, que los estuches de sutura estuvieran listos para ser usados, que no faltara guantes estériles ni guantes de examen, y que la camilla estuviera desinfectada. nos sentamos en el consultorio a esperar que llegaran los pacientes cuando hice la pregunta que nunca debe hacerse en una guardia "¿Es tranquila la guardia?". Recuerdo la cara de Mariela, como si quisieira golpearme, antes de decirme que nunca se dice eso en una guardia porque solo augura un mal día. Y comprobé que era cierto.
El primer paciente llegó casi de inmediato, una criisis asmática, había leído mucho sobre ellas pero nunca había visto una, no sabía que hacer primero, pero porr suerte eso es algo bastante común y los médicos están acostumbrrados a dictarnos los pasos que debemos seguir hasta que seamos capaces de hacerlo solos. "Ponele el oxímetro, auscultalo, tomale la temperatura, los signos vitales, ¿Ves por qué es importante revisar los tubos de oxígeno?" A todo respondí que sí, demasiado nerviosa por tener una urgencia real frente a mí como para detenerme a pensar que todo lo que me decía era lógico. "Ponele la mascarilla, ¿Te acordás las dosis? No te preocupes, tengo una nemotecnia". Me dejó hacer para que perdiera el miedo, pero sin darme margen de error. el paciente se fue y se sentó conmigo a repasar lo que habíamos hecho, todavía tengo pegado en mi cuaderno de guardias el diagrama de actuación que hizo para mí, y atendimos la siguiente consulta.
Atendimos dos, tres, cinco y diez pacientes, siempre con la misma metodología. Yo de pie junto a ella, prestando atención, intentado seguir el hilo de sus pensamientos y aprender de todo lo que veía. Me hizo preguntas, muchas, sobre dosis, tiempos de tratamiento, semiología, complicaciones, etc. Contesté todas, la mayoría bien y unas tantas mal, pero nada tan grave como para que me valiera un reto. Empezaba a sentirme cómoda parada ahí, siendo espectadora de el proceso de atención.
Y justo cuando empezaba a relajarme y abría la puerta con una sonrisa, Mariela se puso de pie y me dijo "Bueno, si me necesitas estoy al lado", debió ver el pánico con el que la miré porque en seguida agregó "Hace la historia clínica, revisala y después me contás". LA paciente y yo nos miramos con nerviosismo, y recordé mi primera lección en medicina: Atendelos como si fueras vos. La hice pasar, le indiqué que se sentara, le hice algunas preguntas intentando recordar respirar y relajarme. la revisé con manos temblorosas ante la mirada igual de nerviosa de aquella paciente, y cuando creí saber qué tenía le pedí un minuto y corrí con Mariela. Ella y la enfermera estaban escuchando detrás de la puerta y disimularon un poco, quitándole importancia al asunto, como si mi primera consulta sola fuera un trámite y no la primera vez que me sentía médica.
No me equivoqué, era un diagnostico sencillo, pero yo lo sentía como toda una hazaña. hice una receta, escribí unas indicaciones, le expliqué a la paciente como tomar la medicación, que cuidados tener y cuando volver a consulta. la acompañé a la puerta y la cerré suspirando aliviada. 'Sobreviví', eso fue lo que pensé antes de que unas manos me fregaran los brazos, me di la vuelta y vi a Mariela y la enfermera mirándome divertidas. '¿Y? ¿Que tal?' me preguntaron, evidentemente chequeando si había sido demasiado para mí o no, y yo, envalentonada por ese pequeño éxito suspiré asintiendo 'Bueno, si me necesitas estoy al lado' dijo nuevamente y ambas se fueron dejándome sola mientras volvían a golpear la puerta y mi estómago se anudaba una vez más, pero no tanto como antes.
Esa noche llegué a mi casa a las diez de la noche, completamente agotada, y me miré en el espejo del baño: ojeras, piel grasosa, mirada cansada, sonrisa de oreja a oreja. Había sobrevivido a la primer guardia de mi vida.

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Médica
NonfiksiUna serie de historias sobre cómo transito mis primeros años como médica, algunas graciosas, otras tristes, otras un tanto indignantes, pero todas historias que no quiero olvidar.