CAP 35

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Con su amigo y su hermana de luna de miel, Christopher se vio obligado a hacerse cargo de la mayor parte de asuntos de la constructora. Aunque siempre procuró tener mayor cantidad de proyectos en la empresa, no se esperó hacerle frente al trabajo que eso significaba en medio de su delicada situación sentimental. Con Dulce en sus pensamientos a cada nada y las ganas arrolladoras de besarla, terminó a cuestas un día lleno de reuniones, supervisiones y correcciones; aún así, le quedaron un par de pendientes que por insistencia de Christian se llevó a casa.

Tenía al borde a su secretaria, así que no le sorprendería si uno de estos días le llegaba con una carta de renuncia en mano. En su lugar él también lo haría, desde luego, pues además de su trabajo habitual, le indicó que se hiciera cargo de supervisar el tratamiento de Muriel en cuba.

«Le queda poco tiempo de vida, señor. Su cuerpo no está resistiendo a las quimioterapias»

Les sumó a sus problemas un cargo de consciencia enorme, pues en su afán por proteger a Dulce, lastimó a Muriel. Con su indiferencia, su rechazo y sus pocas atenciones la fue acabando poco a poco; la gota que derramó el baso fue quizá esa mañana antes de la boda de su hermana y la cadena de revelaciones que le siguió casi después. Nunca se lo perdonaría.

En esta historia jugó distintos papeles y para su pesar, todos al mismo tiempo. Bueno y malo; héroe y villano; cobarde y valiente; infiel y admirable.

«La señora quiere verlo» –fue el último mensaje.

¿para recriminarle lo que ya sabía?
Chris creyó ser el hombre más infeliz de la tierra. Salía de un problema y se aliviaba el cargo de consciencia para meterse en otro.

–te traje café y una empanada.

Levantó la cabeza medio en transe para toparse con una Dulce relajada y sonriente. Llevaba un mandil de cocina manchado con polvo blanco y un gorrito que le ocultaba todo su cabello.

Ambos sabían que el sinónimo de dulce en la cocina era desastre total. Agradeció el gesto, pero no pudo evitar pensar en el trabajo que tendría ilda después para limpiar todo.

–La alarma de incendios no ha sonado ¿la apagaste?

Ella dejó la bandeja sobre la mesa y le golpeó el brazo un par de veces, riendo.
le gustaba verla reír.

–Idiota –le sacó el dedo medio–, para tu tranquilidad y mi desgracia, Maite y Roberta me están ayudando. Ahora ¡come! Christian me dijo que no quisiste almorzar.

–Tengo mucho trabajo, Dul.

–Eso no es escusa suficiente. Come –le alcanzó la empanada–, es de carne, y si eres un buen niño te traeré un poco de pastel.

–¿Un buen niño?

El recuerdo de haber oído esas palabras años pasados lo golpea fuerte. Siempre solía hablarle así para convencerle de algo o regañarle.

«No podemos, niño» creyó sentir sus labios sobre los suyos tras esas palabras, y todo se sentía tan real...

–Sí, un buen niño –le volvió a sonreír–, ¿verdad que sí eres un buen niño?

Esto le estaba matando. Tenía claro que Dulce no quería nada con él, pero... sus acciones eran confusas.

Se llevó la empanada a la boca, entre encantado y confundido y ella aplaudió, antes de acercarse a revisar la pila de papeles.

–Ojalá la casa de Alma se caiga –murmuró dejando los planos a un lado.

–Dul.

–Le haría un gran favor a la humanidad, fíjate.

Solo una cicatriz © - FinalizadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora