CAP 19

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A pesar de haber vivido en esa casa toda su vida, al ingresar se sintió extraña, como cual niño pequeño en una nueva escuela. Sus ojos se movieron por todo el salón buscando algo que le resultase cálido, pero no halló nada. Ni siquiera los cuadros que adornaron las paredes desde siempre, ni las fotos familiares que presumían un cariño que nunca existió, ni las lámparas que su madre compraba cada que se iban de vacaciones.

Se suele decir que volver a la casa de tu infancia te reconforta en los momentos más difíciles, no obstante, ese cosquilleo que Dulce sintió en su estómago no fue agradable. En vez de estar despejada y en paz, experimentó algo parecido a la incomodidad mezclada con rencor y tristeza.

Una punzada de dolor en el pecho le obligó a sentarse en el sofá cubierto con terciopelo fino. Pese a mostrarse reticente, los recuerdos se adueñaron de su mente en cuestión de segundos.

Recordó las miles de veces que esperó, apoyada en el barandal de las escaleras la llegada de sus padres con la esperanza de recibir un abrazo, un beso o una palabra bonita.

Recordó las veces que lloraba porque Claudia se negaba a jugar con ella, y también, como Blanca intentaba calmar la situación invitándola a jugar.

Recordó sentirse sola y triste en sus cumpleaños.

Recordó que quien hacía de su estancia en esa casa algo más llevadera ya no estaba, pues Blanca, su hermana mayor,  se había muerto hacía muchos años y con su partida, aquí a Dulce ya no le quedaba nada.

Recordó también sus discusiones con Claudia y con dolor, la vez que la encontró con su novio.

Recordó el desprecio de su madre, sus regaños infundados y el "no sabes cómo me avergüenzo de ti" que le soltaba frecuentemente.

–Vaya, vaya, vaya –los tacones de Blanca Guadalupe resonaron en todo el lugar–. ¿Todavía no aprendes de puntualidad? Según tengo entendido, tu padre te citó a las 7:30. Y faltan... 10 minutos.

Soltó una risa interna, pues de la niña que esperaba un beso y un abrazo ya no quedaba nada. Aprendió, con tropezones y de la peor manera, que nunca recibiría algo así por parte de su madre.

–Yo estoy muy bien, Mamá, también me da mucho gusto verte.

¿Se podía querer y odiar a una persona a la vez?
Porque era lo que Dulce creía sentir. Odiaba a su madre por no estar presente cuando más la necesitaba, por despreciarla y por siempre estar a la defensiva. Pero la tenía que querer ¿no? al fin y al cabo, era la que le había dado la vida.

–¿A qué has venido a México? –se sentó en frente y le miró fijamente.

La mirada de blanca conseguía intimidarle un poco, pero no lo podía demostrar. No cuando se había prometido, hace mucho tiempo atrás, no demostrar miedo ante nada ni nadie.

–Anahí se casa en unas semanas.

–Supongo que luego vuelves a Los Ángeles ¿verdad? –Dulce asintió con la cabeza–. Antes de que venga tu padre, déjame decirte que ahora mismo no tenemos dinero así que ni se te ocurra pedirle algo.

–No necesito nada, Mamá –Blanca odiaba que ella le llamase así–. De hecho, la última vez que les pedí dinero fue para sacar mi título. Sé valerme sola, no como otras, que todavía viven aquí y que ni siquiera...

Para nadie era un secreto que Blanca tenía preferencia por Claudia, su hija del medio. Cuando la mayor de todas, que, de hecho, llevaba su mismo nombre todavía vivía, ese cariño se dividía entre ambas. La única que no recibía nada era Dulce.

–¿Deja de mandar indirectas, quieres? te recuerdo que, si tú te fuiste, fue porque tu novio te dejó plantada en el altar.

Eso le dolió en lo más profundo, y la sensación se triplicó al recordar que Blanca nunca había estado ahí para consolarla.

Solo una cicatriz © - FinalizadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora