xxv. pide disculpas, nunca permiso

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CRISTALINO,
capitulo veinticinco: pide disculpas, nunca permiso!


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Base de los Vengadores, Nueva York, Estados Unidos — tres horas después.

          MARKUS BELOVA NO PUDO EVITAR SENTIR NERVIOS MIENTRAS MÁS SE ACERCABAN A LA BASE DE LOS VENGADORES. Ya hasta incluso se le olvidó la última vez que estuvieron ahí, todo el equipo junto, unidos frente a cualquier cosa. Markus recordó las celebraciones, cómo también los buenos momentos que ocurrieron en esos pasillos, en esos lugares donde todos estaban a salvo. Donde él se sentía a salvo, contenido, seguro. La familia que él había creado era todo lo que podía mantener a flote, la única cosa que llegaba a anclarlo en ese mundo; en ese mísero mundo donde él había perdido toda esperanza de sentirse como un maldito ser humano. Y cuando se dio cuenta de que podía serlo, no ser simplemente un monstruo que asesinaba y se encargaba de traer destrucción y pura agonía a quien se cruzase, Markus decidió abrazarse ante ese acto. Decidió abrazarlo con ambas manos, con dientes y uñas, para evitar no perderse a sí mismo en aquel mar rojo.

          Ese lugar era su hogar.

          (Solo que un par de papeles lo obligaron a abandonarlo.)

          Lo despojaron de allí, tal como los policías rusos lo arrastraron lejos cuando murieron sus padres; un huérfano junto a su hermana pequeña que no podía parar de llorar. Tal como él y Yelena entraron en el sistema, perdiéndose a ellos mismos en el proceso. Solos y abandonados, solos y completamente desolados en cuerpo — como también en alma. Markus se dijo que un día, tal vez, dejaría de sentirse de esa forma. Retrospectivamente hablando, él lo logró y lo hizo dando una pelea. Ahora, él no entendía a qué era lo que se enfrentaba, pero juró que se encargaría de saber hasta el más mínimo detalle. Todo sea por él y su familia, por la tierra que debía proteger y por el legado que debía mantener. En esos momentos, todo lo que podían hacer era esperar. Natasha movió su mandíbula tensa a un lado, su mirada fija al frente, y su marido no debía adivinar que ella se encontraba incómoda.

          Sin disimulo, él le tomó la mano.

          Eso hacía el truco.

          Calma.

          Respiraciones pausadas.

          Él la conocía como si fuese su propio instrumento. Y ella, francamente, también. Ambos eran instrumentos que se tocaban a la perfección, medían su fuerza entre los acordes, sangraban lo suficiente y los dulces sonidos que salían era una melodía melancólica — pero genuina, única, imposible de tocar por otro instrumento. Se trataba de algo casi mágico, algo que nadie podía quitarles si así lo quisiesen. Sus dedos se entrelazaron, como forma íntima, personal, propia de su naturaleza de una vez compañeros: ahora amantes. Eso le dio cierta certeza a Romanoff, quien soltó un suspiro que no sabía que tenía contenido; tal como lo tuvo en otras ocasiones frente a otras misiones durante sus años separada de él. Una brújula, eso parecía, una brújula que gravitaba cerca de ella. Una brújula que podía romperse si ella no la balanceaba lo suficiente.

WICKED ━━ Natasha Romanoff ² ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora