Capitulo H

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Año 94 de la edad moderna.

Viernes por la tarde, 4:00pm. A pesar de estar entrando en épocas invernales, ese día mantenía un calor indescriptible. Las paredes se derretían y el aire se sentía tan pesado como respirar agua marina. Era insoportable el sentimiento de existir en un día así; parecía que el sol no quería darle tregua a las pobres personas en la superficie terrestre.

Vanessa se encontraba recostada en su cama donde la brisa acariciaba su rostro y refrescaba sus pensamientos. Se encontraba releyendo un poemario: Continuidad del Jardín de Lucía Estrada; el cual hacía tiempo que había leído, sin embargo un poemario no se hizo para ser leído solo una vez.

Los cortos minutos que existieron durante su lectura se dotaron de ese silencio impoluto que reinaba de dicha y tranquilidad donde las altas temperaturas eran tranquilizadas por el paso del viento a través de las calles, de las casas, de las almas. El cabello corto de Vanessa bailaba por segundos con el divino hálito que entraba por la ventana. Los colores del cielo en aquella tarde calurosa contrastaban con dulzura con el azul claro de uno de los ojos de aquella dama lectora.

Desde su nacimiento, la virtud de tener la capacidad de ver el mundo desde dos perspectivas tan diferentes ha sido inmensamente repudiada por los demás. Incontables veces ha tenido que usar lentes de contacto para mostrar sus ojos de un solo color; sin embargo el uso excesivo de estos, como resultado de la divina suerte, sus ojos se vieron perjudicados al punto que no podía usar lentes de contacto, al menos por un tiempo. Todavía no se acostumbra a la delgada montura de sus lentes nuevos, al menos habían durado más que los anteriores.

Fueron cortos los minutos de tranquilidad puesto que la puerta principal se abrió con fuerza y gritos histéricos entraban por la puerta. Habían llegado Celeste y su madre.

Vanessa guardó el libro con velocidad, cualquier texto que no sea meramente relacionado con el Busher es un desperdicio de papel, dicho por la señora Clementina desde hace casi tres décadas.

Inhaló con fuerza y trató de rezarle a todos los Dioses que alguna vez escuchó ser nombrados para, tal vez, ser escuchada. Salió del cuarto caminando para la cocina observando como madre e hija discutían por un tema en la que ambas pensaban lo mismo y se daban la razón a la otra, curioso.

Mientras gritaban acerca de la relación directamente proporcional entre la cantidad de estupidez que puede tener un ser humano a comparación en creer en una religión que no sea la Syvmeria, Vanessa se servía un vaso con agua mientras la sinfonía de insultos ensuciaba el aire sin la elegancia del humo del cigarrillo.

La señora Clementina insultó a Vanessa al verla tomando agua, puesto que es una falta de respeto el servirse un vaso sin antes haber preguntado al resto de la "familia" si también deseaba un poco. Para no aumentar la temperatura del hogar con la ira de su tía, prefirió hacer lo que le dijo e irle a servir un vaso de agua a las residentes. Cual magia increíble, empezó a sonar una canción en su mente, una letra pegadiza de la cual no recuerda su nombre pero solo sabía que su cuerpo se mueve al compás de la melodía y sus oídos se ensordecen para apreciar cada sonido que se escuchaba dentro de su subconsciente.

Sirvió los vasos de agua y fue a llevarlos, la música sonaba tan dulcemente que la contaminación sónica producida por las voces de aquellas mujeres desaparecía en la perspectiva auditiva de Vanessa. Volvía a sentir una paz.

Un golpe certero con la mano abierta impactó la mejilla derecha de Vanessa, con fuerza, sin piedad.

La señora Clementina expresó su descontento al ver el vaso de cristal con huellas dactilares de Vanessa. Una presentación tan detestable era algo inaceptable para ella, puesto que muchas veces le explicó cómo debía hacer los quehaceres de la casa y entre ellos el servir las bebidas de forma correcta. La señora Clementina le había dado un techo, cama y comida; por lo que ésta forma de demostrar su agradecimiento hacia ella era incompetente. Una forma de pensar merecedora de golpes en la quijada, desde mi humilde punto de vista.

La séptima leyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora