No le habían dicho que ella era ciega.
Kendall Schmidt miraba por la ventana del salón, observando el coche que acababa de detenerse frente a su casa. El conductor ayudó a una mujer a salir y le dio el tradicional bastón blanco.
La ceguera de aquella mujer iba a complicar las cosas, pensó. Y todo era ya demasiado complicado.
Mientras se acercaban, Kendall los estudió, sabía que el hombre era Kent Keller, el comisario que, junto con Bob Sanford, había preparado aquella operación. Aún no sabía el nombre de la mujer y, en cualquier caso, nunca conocería su verdadera identidad.
En los ocho años que llevaba siendo comisario de Mustang, Montana, nunca había tenido que involucrarse en un caso como aquel. Y solo lo había hecho porque Bob Sanford se lo había pedido.
No podía ver bien las facciones de la mujer, que caminaba torpemente apoyándose en el bastón. Llevaba gafas oscuras y el viento le lanzaba el cabello rubio sobre la cara, ocultándola casi por completo.
Estaría bajo su custodia durante un par de semanas y él sería el responsable de que aquella mujer no sufriera daño alguno.
Kendall se apartó de la ventana cuando oyó el timbre.
—¿Comisario Schmidt? —preguntó un hombre de cabello gris y aspecto serio.
—Soy yo.
—Soy el comisario Keller.
—Entren, por favor.
Mientras Kendall cerraba la puerta, Keller ayudó a la mujer a sentarse en el sofá. Kendall lo hizo frente a ellos, esperando pacientemente a que Keller se decidiera a contarle qué se esperaba de él.
—Comisario Kendall, esta es…
—Cecilia Webster —lo interrumpió la mujer en voz baja. Kendall supo inmediatamente que no era su nombre auténtico. Había sonado raro, como si fuera la primera vez que lo pronunciaba.
—Encantado. Espero que no hayan tenido problemas para encontrar la casa.
—Ninguno —dijo Keller, sin decirle de dónde venían.
—¿Ha estado en Montana alguna vez, señorita Webster?
—No. Nunca pensé en venir aquí.
—Pero aquí estamos —sentenció Keller.
—¿Quieren tomar algo? —ofreció Kendall.
—No, gracias —contestó Keller. Después de eso, se quedaron en silencio, obviamente incómodos—.¿Por qué no me
acompaña al coche para sacar las cosas de la señorita Webster? Tengo un poco de prisa —sugirió—. Cecilia, seguiremos en contacto.
—Muy bien —asintió ella.
Apoyada en el respaldo del sofá, parecía pequeña y frágil.
Kendall siguió a Keller hasta la puerta.
—Pensábamos que la investigación solo duraría un par de semanas, pero parece que va a durar un poco más —dijo el comisario cuando llegaron al coche—. Durante el último mes ha vivido en diferentes hoteles, pero le está afectando mucho tanto cambio, así que hemos decidido buscar algo permanente —añadió, abriendo el maletero y sacando una maleta y una bolsa de viaje.
—¿Por qué no está en el programa de testigos protegidos? —preguntó Kendall.
—Porque la gente contra la que tiene que testificar podría tener acceso a información sobre ese programa.