(Hot)
Kendall estaba mirando las cenizas, con el deseo de que las llamas que sentía en su interior murieran como moría la hoguera.
Cecilia había despertado en él un deseo de proporciones gigantescas y no sabía qué hacer. Quería ser un profesional.
Le habían encargado que cuidara de ella, pero los pensamientos que daban vueltas en su cabeza eran todo menos profesionales.
Kendall echó más tierra sobre el fuego, se sentó en el tronco y levantó la cara para mirar la luna. Estaba haciendo tiempo para recuperar el control de sus emociones antes de entrar en la tienda.
Una ola de calor lo envolvió al recordar cómo le había chupado el dedo. Había sido la experiencia más sensual que Kendall había experimentado nunca.
Había visto la pasión en sus ojos, el deseo que sentía por él, y no estaba seguro de si era un loco o un héroe por haber cortado aquello de raíz.
¿Se estaría aprovechando si hiciera el amor con ella? En aquel momento, Cecilia había sufrido un trauma, dos en realidad. La pérdida de su familia y su ceguera. Pero los dos eran adultos.
Hacer el amor con ella no sería una seducción. Todo lo contrario; en realidad, era ella la que había querido seducirlo.
Kendall se levantó. Estaba cansado de darle vueltas a las cosas. Además, probablemente, Cecilia estaría dormida.
Tomando la lámpara de queroseno, Kendall comprobó que el fuego estaba apagado por última vez y se dirigió hacia la tienda.
Lo primero que vio al entrar fueron los vaqueros que ella había doblado. Inmediatamente, en su cabeza se formó la imagen de sus largas piernas desnudas.
Kendall tropezó con su saco de dormir y murmuró una maldición. Aquella excursión era la peor idea que había tenido en su vida. Al menos, agradecía que ella se hubiera dado la vuelta. Lo único que podía ver era su largo cabello rubio en contraste con el rojo del saco.
Suspirando, se quitó las botas, los vaqueros y la camiseta. Siempre dormía en calzoncillos y no pensaba cambiar de costumbres.
Después de meterse en el saco apagó la lámpara, dejando el interior de la tienda en completa oscuridad.
Era difícil saber si Cecilia estaba durmiendo o no. Con la cabeza del otro lado, no podía oír el ritmo de su respiración…pero su perfume parecía llenar toda la tienda.
No sabía cuánto tiempo llevaba tumbado cuando ella empezó a gemir. Eran gemidos suaves, pero llenos de angustia.
Estaba teniendo una pesadilla.
—Cecilia —murmuró. Ella siguió gimiendo, atormentada. Kendall encendió la lámpara y la tomó por el hombro—. Cecilia, despierta.
Ella abrió los ojos, unos ojos cafes llenos de miedo.
—¿Kendall?
—Estabas teniendo una pesadilla.
—Sí —murmuró ella, con lágrimas en los ojos—. Tenía tanto miedo y… estaba sola. Abrázame, Kendall. Por favor, abrázame. Tengo miedo.
Kendall la abrazó, seguro de que no ocurriría nada. El material de los sacos impedía que el abrazo fuera demasiado íntimo.
Pero entonces ella lo besó en el cuello y ese sencillo gesto hizo que perdiera el control.
Kendall tomó su boca, besándola con todo el deseo y la pasión que había mantenido ocultos durante días. Y ella le devolvió el beso con el mismo ardor, abriendo la boca, invitándolo a explorar.
Cecilia sabía a nubes tostadas y a deseo, a miel y calor, una combinación irresistible. Su lengua bailaba con la de ella, avanzando y retirándose, aumentando el placer del beso.
Kendall estaba perdido y no quería encontrarse.
Los sacos, que un momento antes eran una forma de seguridad, se habían convertido en incómodas barreras que le impedían tocarla.
Cuando el beso terminó, los dos estaban sin aliento. Kendall se apartó un poco.
—Cecilia, esto no es buena idea.
—¿Por qué? —preguntó ella, apartándose un mechón de pelo de la cara—. Quiero que me abraces, que me hagas el amor. Los dos somos adultos. No te estoy pidiendo que te comprometas conmigo para siempre. Lo único que quiero es esta noche.
Para aclarar aún más la situación, Cecilia se quitó la camiseta.
Kendall la miró como si quisiera devorarla. A través del encaje del sujetador, podía ver sus pezones, rosados y duros. Su respuesta fue inmediata y visceral.
Él bajó la cremallera de su saco al mismo tiempo que ella salía del suyo y, de repente, estaban piel contra piel, besándose de nuevo.
—¿La lámpara está encendida? —preguntó ella, sin aliento.
—Sí.
—Apágala.
—Quiero verte —protestó él.
—Puedes verme con el tacto, como yo.
Kendall dudó unos segundos y después hizo lo que le pedía. De nuevo, se encontraron el uno al otro, a oscuras, y siguieron acariciándose y besándose con ansia.
Katelyn gimió cuando él empezó a acariciarle los pezones, sintiendo cómo se apretaban contra la tela del sujetador. Cuando se arqueó hacia él, Kendall sintió que iba a explotar.
Tenía que ir despacio, se decía. Quería saborear cada sensación. Quería darle placer a ella antes de buscar el suyo.
Kendall le deslizó las manos por el vientre plano, parándose al llegar a la goma de las braguitas. Ella gimió de nuevo cuando empezó a acariciarla a través de la tela y, sin dejar de apretarse contra él, metió la mano dentro de sus calzoncillos.
Aquella íntima caricia lo volvió loco y pareció ocurrir lo mismo con Cecilia, que se quitó las braguitas y lo ayudó a quitarse los calzoncillos. Sin barreras que los separasen, se apretaron uno contra el otro.
De repente, no podían seguir yendo despacio.
—Cecilia —murmuró él con voz ronca, mientras se colocaba sobre ella.
— Katelyn. Por favor, llámame Katelyn.
—Katelyn —dijo él. Sabía que no debía conocer su verdadero nombre, pero entendía que necesitara ser ella misma en aquel momento—. Katelyn —susurró cuando la penetraba.
—Oh, Kendall, ámame —suspiró ella.
Y él lo hizo. Inicialmente, se movía despacio, cerrando los ojos y dejándose envolver por aquel terciopelo húmedo.
Estaba perdido en ella, perdido en su aroma, en su piel, en su esencia.
Fue Katelyn quien aceleró el ritmo. Mientras la poseía, Kendall se encontró a sí mismo murmurando su nombre.
No tenía ni idea de lo que ocurriría al día siguiente, ni siquiera sabía si lamentaría lo que estaba pasando. Pero, en aquel momento, nada importaba. Nada, solo el hecho de que estaba perdido en Katelyn y allí era donde quería estar.