Katelyn y Kendall empezaron a protestar a la vez, pero sus protestas no sirvieron de nada contra el abrumador entusiasmo de Millicent.
—Querida, que Marissa Crocket te haga el ramo. Es nuestra florista y hace unas cosas preciosas. Y Virginia Washington puede encargarse del banquete. No le gustan las cosas modernas, pero tiene buenos precios y la comida es abundante. Una boda en septiembre sería estupendo y…
—Un momento —la interrumpió Kendall—. Nosotros… aún no hemos decidido una fecha concreta.
Katelyn sabía que las cosas se les estaban escapando de las manos. En el espacio de una sola tarde, se había transformado de novia en prometida. Pero mantuvo la boca cerrada, permitiendo que Kendall controlase la situación y a la irreductible periodista casamentera que, curiosamente, olía a tierra mojada.
—Ahora es el momento perfecto para poner una fecha. Puedo mencionarlo en las noticias de sociedad —insistió Millicent —. Estarías guapísima de novia. Te imagino en una tarde de otoño…
—Vale, ¿qué tal el 25 de septiembre? ¿Te parece bien, cariño? —preguntó Kendall, irritado.
—Claro —murmuró ella sorprendida.
—¡Estupendo! —exclamó Millicent—. Verás cómo te va a gustar vivir aquí. Y ahora me voy al periódico. Tengo mucho trabajo. Comisario, seguiremos hablando sobre esos horrorosos crímenes.
—Se ha ido —dijo Kendall después de unos segundos de silencio.
—¿Siempre es tan… tan…?
—¿Tan autoritaria, tan irritante? Sí. No puedo creer que llevara petunias.
—¿Cómo?
—Millicent llevaba petunias en el sombrero. Los sombreros raros son su especialidad. Y el de hoy llevaba petunias de verdad.
—Eso explica por qué olía a tierra mojada —rio Katelyn. Pero dejó de reír al recordar cómo se había complicado el asunto—. Lo que te faltaba era complicarte la vida con una boda, ¿verdad?
—Si no le hubiera dado una fecha, no nos habría dejado en paz.
—Entonces, cuando me marche, ¿será porque tú has roto conmigo, o habré sido yo quien rompa la relación? En otras palabras, ¿quién de los dos tendrá el corazón partido?
—Tú me romperás el corazón —contestó él. Su voz sonaba más ronca de lo habitual—. Esto es una locura… planear bodas de mentira. Debería haberle dicho a Millicent que se metiera en sus cosas.
Katelyn permaneció en silencio, preguntándose si Kendall se avergonzaba de todo aquel asunto. Debido a las circunstancias, se veía obligado a cuidar de una mujer ciega y la historia que habían tenido que inventar se había convertido en una bola de nieve. ¡A los ojos de todo el mundo, pronto sería su prometida, con la que iba a casarse en menos de siete semanas!
—Kendall, cuando me marche podrás contar la verdad. No tienes que decir que te he roto el corazón —dijo ella, deseando por enésima vez poder verle los ojos para saber lo que estaba pensando.
—Ya veremos —murmuró él—. ¿Nos vamos?
—Sí.
Por alguna razón, hablar sobre el momento en el que se marcharía de Mustang la había deprimido. Era una bobada.
Toda aquella historia no era más que una invención. Ella estaba en Mustang por seguridad, sencillamente.
—¿Cansada? —preguntó Kendall una vez dentro del coche.
—Un poco.
—Si no te importa, me gustaría pasar por la comisaría. Quiero llevarme unos informes a casa.