—¿Qué quieres decir?
— Katelyn, no quiero que te vayas mañana. No te vayas a Chicago. Quédate aquí —dijo rápidamente. Lo había dicho así, como si tuviera miedo de decirlo—. Quiero que te quedes conmigo. Que compartas tu vida conmigo —añadió, tomando su mano—. Cásate conmigo, Katelyn. Quiero que seas mi esposa.
Por un momento, Katelyn dejó que la felicidad llenara su corazón. Y supo que nunca nadie le diría nada que la hiciera más feliz.
Sin embargo, oía una vocecita de advertencia. ¿Le estaba proponiendo que se casara con él porque se sentía culpable por la ceguera de James? Aunque se casaran y ella recuperase la vista, nunca sabría con seguridad si le había pedido que fuera su mujer por esa razón.
La felicidad que había sentido se le escapaba ante aquella certeza.
—Oh, Kendall—murmuró, con lágrimas en los ojos. Katelyn apartó la mano. No quería que él la tocara cuando estaba a punto de rechazar su amor—. Tengo que volver a hacer mi vida.
Él se quedó callado. El corazón de Katelyn se encogió al darse cuenta de que pensaría que no lo amaba, que solo lo había usado para su conveniencia… para no estar sola por las noches.
No podía marcharse, no podía dejarlo sin decirle que su corazón le pertenecía.
Las lágrimas que intentaba contener empezaron a caer como una cascada por su rostro.
—No puedo quedarme, Kendall. No puedo casarme contigo.
—No lo entiendo —murmuró él.
—Kendall, soy ciega.
—Sé que eres ciega. ¿Qué tiene eso que ver con casarte conmigo? —preguntó, frustrado—. ¿Ahora quieres escudarte en la ceguera que siempre te has negado a reconocer?
—¿Qué quieres decir con eso?
—Nada. Da igual.
—No. ¿Qué estás intentando decir?
Kendall empezó a pasear arriba y abajo por la cocina.
—Es que me parece raro que ahora seas ciega y que, durante todo el tiempo que has estado aquí, te hayas negado a reconocer que tu ceguera tenía algo que ver con tu futuro. ¿Y si sigues ciega para siempre?
Katelyn sentía que estaba furioso. Y esa furia hacía que dudase aún más de sus sentimientos por ella.
—Si sigo ciega para siempre, tendré que acostumbrarme.
—Pues no has empezado a hacerlo mientras estabas aquí. Ni siquiera has querido hablar del asunto.
Katelyn hubiera querido contradecirlo, pero sabía que tenía razón. Se había negado a aceptar la posibilidad de que su ceguera fuera definitiva.
—¿Quieres sentarte un momento? Me resulta difícil saber dónde estás si no dejas de moverte —le espetó ella entonces. Katelyn esperó hasta que Kendall volvió a sentarse frente a ella y tomó aire—. Tienes razón. No he querido admitir la posibilidad de que pueda seguir ciega el resto de mi vida. Pero ahora lo estoy haciendo.
—¿Y por qué no puedes hacerlo aquí… conmigo?
La rabia que había notado en su voz unos segundos antes había desaparecido. Y su tono de súplica le rompía el corazón.
—¿Es que no te das cuenta, Kendall? Si me quedo, nunca sabré si me propones matrimonio porque me amas o porque estás intentando arreglar lo que ocurrió en tu pasado. Tú crees que abandonaste a James. ¿Qué mejor manera de solucionarlo que cuidar de mí?