Kendall conducía a gran velocidad, controlando el impulso de poner la sirena y las luces. No le gustaba usar el equipo oficial para asuntos personales. Además, quince minutos más o menos no iban a significar nada, se decía.
Se sentía mejor que nunca. Se sentía limpio, feliz y abierto a todas las posibilidades. Y esperaba que Katelyn fuera más que una posibilidad. Quería que fuera una realidad. Kendall pisó de nuevo el acelerador. Ella lo había hecho dudar de su amor y dudar de sí mismo. Pero hablar con James había disipado la confusión.
Sus sentimientos por Katelyn no tenían nada que ver con el trágico accidente y la ceguera de su amigo. La amaba, sencillamente.
Y pensaba que ella también lo amaba. El corazón le daba brincos pensando aquello, aunque no podía saber si Katelyn lo amaba por sus circunstancias. Era posible que, si algún día recuperaba la vista, su amor por él se desvaneciera.
Pero afrontarían esa situación cuando y si alguna vez llegaba. Aunque solo estuvieran seis meses… un año juntos,
merecería la pena arriesgarse.
Kendall sonrió. Un año antes, un mes antes, no se habría arriesgado. Arriesgarse entrañaba la posibilidad de perder y hasta aquel día el corazón de Kendall no habría podido soportar otra pérdida.
Pero en aquel momento, el riesgo de perder a Katelyn merecía la pena. Tenía que arriesgarse con la esperanza de que su amor estuviera basado en el deseo, respeto y admiración que sentían el uno por el otro.
Tenía que arriesgar su corazón para buscar la felicidad. De alguna forma haría ver a Katelyn que el amor que sentía por ella era limpio y puro.
Keller había dicho que iría a buscarla a las nueve de la mañana. Kendall miró el reloj; eran las ocho de la tarde. Eso le daba trece horas para convencer a Katelyn de que se quedara en Mustang, con él.
Trece horas. El nunca había sido un hombre supersticioso y no iba a empezar a serlo en aquel momento. Simplemente, esperaba que el número trece fuera su número de la suerte, ya que no podía imaginarse la vida sin Katelyn.
Pero cuando aparcó frente a la casa, se quedó sorprendido. La puerta estaba abierta de par en par. ¿Por qué estaba abierta?
Antes de salir del coche, Kendall sacó la pistola de la guantera. Tenía un nudo en el estómago. Algo iba mal. Estaba seguro de que algo iba mal.
Con la calma que solía poseer en los momentos más angustiosos, Kendall se dirigió hacia la puerta.
No había nadie en el salón, ni en la cocina y la casa estaba en completo silencio.
Quizá Katelyn le había dicho a Erin que se fuera a casa. Los asesinos de su hermana habían sido detenidos y ella se sentía segura. Quizá había enviado a Erin a casa y estaba en su cuarto haciendo el equipaje.
O quizá Erin no había cerrado bien la puerta y el viento la había abierto. Kendall intentaba decirse a sí mismo que no pasaba nada, pero el nudo que tenía en el estómago se acentuaba mientras caminaba por el pasillo.
Le sudaban las manos y casi podía oír los latidos de su corazón. Katelyn estaba bien, se decía. Estaba durmiendo tranquilamente en su cama.
Cuando vio la puerta abierta y la luz encendida, el corazón se le encogió. Al ver el edredón revuelto y la lámpara en el suelo habría querido gritar. Era el mismo desorden que había visto con las tres víctimas de Casanova…
Su corazón pareció dejar de latir por un momento. Casanova. ¿Casanova había secuestrado a Katelyn? Antes de que el horror de aquella revelación pudiera alcanzar su cerebro, Kendall vio algo en el centro de la cama.