Capitulo 02

248 13 0
                                    

Una semana, dos a lo sumo, y aquella mujer habría desaparecido de su vida. Podía cuidar de ella durante dos semanas, mantenerla a salvo y no recordar el pasado, no recordar al hombre cuya vida él había destrozado en una carretera oscura trece años atrás.

Siete pasos desde la puerta hasta el borde de la cama. Cinco pasos desde la cama a la cómoda y cuatro hasta el armario. Todo su mundo se resumía en contar los pasos.

Cecilia se dejó caer sobre la cama, suspirando.

—Me llamo Katelyn Tarver —susurró para sí misma— Katelyn Tarver... Katelyn Tarver.

Como un mantra, lo repetía una y otra vez, temiendo que uno de aquellos días Katelyn Tarver dejara de existir.

Katelyn Tarver tenía el mundo a sus pies. Era una reconocida diseñadora de interiores y su tienda era cada día más conocida en Chicago. Poseía un precioso apartamento con vistas al lago Michigan, una vida social ajetreada y una buena relación con su hermana y su cuñado.

En ese momento, tuvo que ahogar un sollozo. No quería pensar en Alicia y John ni en aquella noche… Si esas horrendas visiones se repetían, se volvería loca.

Cuando pensaba en el pasado, el dolor la abrumaba. Si intentaba anticipar el futuro, el miedo y la desesperación la angustiaban. Tenía que concentrarse en el presente.

A tientas, sacó la maleta del armario, la colocó sobre la cama y sacó su ropa, colocada cuidadosamente en perchas.

Absolutamente todo se lo había comprado una oficial de policía cuando Katelyn salió del hospital. Un vestido, dos pares de pantalones vaqueros, un par de pantalones de vestir, dos camisas, tres camisetas y dos blusas de seda, todo en diferentes tonos de azul para que pudiera intercambiar las prendas sin que desentonaran.

La bolsa de viaje contenía las cosas de baño, ropa interior, camisones y un par de zapatos. Después de colocarlo todo, se sentó en la cama. Al menos, sería agradable estar en el mismo sitio durante más de tres días.

El último mes había ido de hotel en hotel y tenía moretones en las espinillas por no haber tenido tiempo para recordar las distancias. Cuando tenía asumidas las medidas, cambiaban de hotel y vuelta a empezar.

Katelyn pensó en su anfitrión. Kendall Schmidt. Solo sabía de él que era el comisario de Mustang, Montana.

Y también sabía que tenía una voz profunda, tan cálida como el terciopelo. Olía a colonia masculina y, mientras la llevaba a su habitación, le había dado la impresión de que era un hombre alto y fuerte.

No sabía qué edad tenía, ni cuál era su aspecto ni… si podía confiar en él. Aunque imaginaba que Kent Keller y Bob Sanford no la habrían dejado en aquella casa si Kendall no fuera un hombre de toda confianza.

Katelyn frunció el ceño al recordar a los dos hombres bajo cuya custodia había estado durante aquel mes. Había tardado algún tiempo en confiar en ellos lo suficiente como para contarles lo que había visto desde el armario.

Cuando el médico dijo que se encontraba suficientemente recuperada, la dejaron al cuidado de Keller y comenzaron los viajes de hotel en hotel.

Katelyn se quitó las gafas de sol que llevaba en la cabeza y se dejó caer sobre la cama.

Las lágrimas asomaron a sus ojos cuando pensó en lo que había perdido… todo… lo había perdido todo.

Pero aceptaría encantada seguir ciega durante el resto de su vida si, de ese modo, pudiera devolverles la vida a Alicia y John.

Pero sabía que eso era imposible. John y Alicia habían muerto. Asesinados en su casa. Y ningún sacrificio por su parte, ningún pacto con el diablo podría devolverles la vida. Lo único que Katelyn podía hacer era intentar ayudar a la policía para que los responsables de aquellas muertes acabaran en la cárcel.

Como había hecho durante las últimas cuatro semanas, Katelyn secó sus lágrimas, negándose a dejarse vencer por el dolor. Venganza. Esa era la razón de su existencia. Los culpables debían ser castigados.

Aquel era el objetivo que la hacía seguir adelante, que le impedía caer en la desesperación.

Sobreviviría hasta que los responsables de la muerte de Alicia y John pagaran por su horrible crimen.

Por el momento, se suponía que era Cecilia Webster, una mujer ciega de veintiséis años, nacida en Cleveland, Ohio.

Era una identidad falsa destinada a protegerla, pero no se había sentido a salvo ni un instante durante el último mes.

Un par de semanas más, eso era lo que Keller le había prometido. Un par de semanas más, y la investigación habría terminado y los asesinos estarían entre rejas. Entonces, podría volver a hacer su vida… o, al menos, podría recuperar las piezas que quedaban.

Katelyn cerró los ojos, esperando, rezando para que llegara el dulce alivio del sueño. Para que desaparecieran las horribles pesadillas que habían plagado su reposo durante todo ese tiempo.

***

Kendall miró el reloj por tercera vez en veinte minutos. Su invitada llevaba casi tres horas en la habitación y no había oído ningún ruido.

Mientras dormía, él había preparado hamburguesas y patatas fritas de cena. No era comida para un gourmet, pero esperaba que a ella le gustase.

Imaginaba que se levantaría cuando tuviera hambre y, mientras tanto, lo único que podía hacer era esperar.

Kendall había llamado a la oficina un rato antes para decirle a Vic Taylor, uno de sus alguaciles, que iba a tomarse un par de días libres. Aunque Keller le había dicho que siguiera con su rutina diaria, no podía dejar sola a una mujer ciega en una casa que no conocía.

A Vic le contó que una amiga suya había ido a visitarlo y el alguacil le aseguró que él y sus compañeros se harían cargo de todo, y que lo llamaría en caso de que encontraran nuevas pistas sobre el caso Casanova, que tenía en jaque a toda la comisaría de Mustang.

Kendall colgó, sintiéndose un poco más tranquilo.

Pero, en ese momento, un grito rompió el silencio de la casa.

Por un instante, Kendall se quedó helado. El grito había llegado de la habitación de invitados. A toda prisa, sacó la pistola del cajón, le quitó el seguro y se acercó con sigilo hasta la puerta.

¿Habrían conseguido localizarla?

¿Habría alguien en el dormitorio con ella? Maldito fuera Keller por no haberle contado nada más. Maldito fuera Keller por no advertirlo de que ella podía estar en peligro inminente.

Cuando llegó a la puerta, intentó escuchar algún sonido que le indicara lo que estaba ocurriendo al otro lado. Nada. Ni el menor ruido.

¿Estaría muerta? ¿Abriría la puerta y se encontraría su cuerpo sin vida tumbado sobre la cama? Si alguien hubiera entrado por la ventana, Cecilia no habría podido verlo. No habría sabido que no estaba sola en la habitación hasta que las manos de alguien se cerraran sobre su garganta o hasta que una hoja afilada hubiera tocado su piel…

Kendall tomó el picaporte y lo giró suavemente. El entrenamiento y el instinto le advertían que fuera despacio, que se enfrentara con lo desconocido con precaución. Abrió la puerta con cuidado y entró en la habitación, empuñando la pistola.

Nada.

No parecía haber nadie. El edredón estaba arrugado, la ventana cerrada y las cortinas en su sitio. Todo parecía estar en orden. Excepto que Cecilia Webster había desaparecido.

Kendall escuchó entonces un golpe dentro del armario y, pistola en mano, abrió la puerta. Allí estaba ella.

Kendall murmuró una maldición. Cuando la vio, hecha un ovillo, con los ojos cerrados y las mejillas húmedas de lágrimas, se preguntó por qué infierno habría tenido que pasar y… en qué infierno se había metido él.

El Arbol De Los Besos |K.S & K.T|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora