Katelyn supo sin abrir los ojos que estaba amaneciendo. El ruido de los insectos que la había arrullado durante casi toda la noche había desaparecido, siendo reemplazado por el canto de los pájaros que anunciaba el nuevo día.
Estaba enredada en los brazos de Kendall. Tenía la cabeza sobre su pecho y la mano de él descansaba sobre una de sus piernas desnudas. La intimidad del abrazo la emocionaba.
No se movió, disfrutando de la sensación de estar en sus brazos. Le encantaba sentirse pegada a él y podía oír los latidos de su corazón. Su piel era cálida y el vello de su torso suave bajo su mejilla.
Con los ojos cerrados, recordó cada caricia, cada beso que habían compartido. Todos los detalles ardían en su mente.
Hacer el amor con Kendall había sido más maravilloso de lo que había imaginado. El era exigente y, a la vez, era paciente y generoso.
Katelyn se preguntaba si cada caricia había sido más intensa por su ceguera, pero descartó aquella teoría. Después de todo, ella siempre había hecho el amor con David en la oscuridad.
No, la increíble intensidad era debida a otra razón, pero tenía miedo de preguntarse cuál era. Era suficiente con saber que él la había hecho sentir como no la había hecho sentir ningún otro hombre.
Quizá algún día podría olvidar la intensidad de aquella noche, pero tenía la impresión de que eso no ocurriría nunca.
Nunca sería capaz de olvidar a Kendall.
Katelyn frunció el ceño, preguntándose si su madre se habría equivocado. ¿Tan malo era necesitar a alguien? ¿Querer tener a alguien?
Alicia siempre había pensado que su madre se equivocaba. A pesar de todas sus enseñanzas sobre independencia, había construido algo maravilloso con John. ¿Cómo podía eso ser malo?
El ritmo del corazón de Kendall cambió y se hizo más rápido a medida que se iba despertando. Katelyn supo cuándo estaba despierto del todo porque empezó a latir con violencia, como el suyo.
Sin darse cuenta de que estaba despierta, él empezó a acariciarle el muslo.
Katelyn hubiera deseado hacerse la dormida para que siguiera acariciándola, pero reconocía el peligro. ¿Quería crear otro recuerdo que le durara toda una vida?
—Buenos días.
Kendall dejó de acariciarla y ella se sintió a la vez aliviada y decepcionada.
Los dos se apartaron a la vez.
—¿Tienes hambre?
Katelyn escuchó un sonido de tela y después una cremallera. Kendall se había puesto los vaqueros.
—No. Kendall, ¿te importa darme mi ropa?
—Claro que no. Si no tienes hambre, podemos meter las cosas en el coche y volver a Mustang.
Ella asintió.
—Dame cinco minutos para que me vista.
—Estaré fuera —dijo Kendall, saliendo de la tienda.
Katelyn suspiró. Aparentemente, él ni siquiera quería hablar de lo que había ocurrido la noche anterior.
Y era mejor así. Después de todo, ¿qué podían decir? ¿Que había sido estupendo, pero que no debía volver a ocurrir porque no tenían futuro? Ella ya sabía eso.
Aunque pensara que podía tener un futuro en Mustang, que podía dejar atrás lo que había conseguido en Chicago, Kendall se merecía algo más que una mujer ciega y necesitada.