Katelyn había decidido no preguntarle a Kendall por James. Sabía que no era asunto de ella y que él probablemente se enfadaría con Erin por habérselo contado.
Durante los últimos cinco días, la joven había estado cuidando de ella, hablándole sobre Mustang, los simpáticos vecinos del pueblo y sobre su amor por Logan Henderson.
Erin no parecía notar que Katelyn le contaba muy poco sobre su vida, pero ella estaba tensa. Tenía que ser prudente cada vez que decía algo.
Nunca olvidaba que estaba interpretando un papel, el de la prometida de Kendall Schmidt.
Inicialmente, la compañía de Erin le recordaba el tiempo que solía pasar con su hermana. Alicia y ella solían charlar sobre moda, hombres y matrimonio. Pero recordar a Alicia y su marido la llenaba de amargura.
El sábado por la mañana, Katelyn se había despertado como siempre, con la esperanza de que, al abrir los ojos, podría ver la luz del sol y la habitación en la que llevaba cinco días durmiendo. Pero la esperanza solo había durado un segundo.
En cuanto entró en la cocina, supo que no era Erin quien estaba haciendo café.
—¿Kendall?
—Sí. ¿Cómo has sabido que no era Erin?
—Porque hueles de otra forma —contestó ella. No quería decir más, no quería decirle que su aroma masculino provocaba en ella un efecto que ningún otro podía provocar.
—¿Por qué estás en casa hoy? ¿Habéis resuelto el caso Casanova?
—No. Tienes una taza de café delante de ti —dijo Kendall, sentándose frente a ella—. No tenemos pistas, ni huellas, nada —la frustración en su voz era evidente—. Ah, casi se me olvida, tengo un regalo para ti.
—¿Un regalo? —el corazón de Katelyn dio un curioso salto. ¿Kendall le había comprado un regalo?
—Es de Vic —dijo él. Katelyn tuvo que disimular su desilusión. Por supuesto, Kendall no iba a comprarle un regalo. ¿Por qué iba a hacerlo? Ella solo era una obligación—. Pon la mano.
Katelyn hizo lo que le pedía y Kendall depositó un objeto en ella. Cuando pasó los dedos por la superficie del objeto descubrió que era una pastilla de jabón. Olía a menta, como Vic. El alguacil siempre olía a jabón de menta.
—Es un pez —dijo, triunfante.
—Exacto. Vic hace animales con pastillas de jabón y no se le da mal.
—Qué detalle acordarse de mí —murmuró Katelyn, conmovida—. Kendall, ¿crees que puedes resolver el caso Casanova quedándote en casa conmigo?
—No, pero he pensado que tomarme un día libre me ayudaría a ver las cosas con perspectiva.
Kendall había sido irritantemente amable con ella desde que se habían besado. En realidad, habían pasado poco tiempo juntos desde aquella noche. El se iba a trabajar muy temprano y volvía tarde a casa.
—Esto empieza a ser como una cárcel —suspiró Katelyn, tomando un sorbo de café.
Kendall se quedó en silencio durante unos segundos.
—No sabía que mi casa te parecía una cárcel.
Katelyn suspiró.
—Me parece que estoy en la cárcel desde la noche que mi hermana y su marido fueron asesinados. Las celdas cambian, los carceleros cambian, pero yo sigo siendo una prisionera —intentó sonreír—. Al menos, Erin era más agradable que Kent Keller, que no solía decir ni una palabra.