Capítulo 09

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Eran casi las ocho cuando Kendall llevó a Cecilia a comer algo al restaurante. Después de tomarle declaración a Maggie, la habían llevado al hospital para que la examinaran y para solicitar ayuda psicológica.

Kendall había llamado a Amanda Creighton, la mejor amiga de Maggie, para que se quedase con ella y, después, Cecilia y él habían acudido a la escena del crimen.

Mientras ella se quedaba en el coche, Kendall buscaba pruebas que pudieran señalar al criminal. Pero Casanova, fuera quien fuera, era suficientemente listo como para no dejar pruebas; ni huellas, ni trozos de tela enganchados en las ramas, ni colillas de cigarrillo. Nada que pudiera darle una pista de su identidad.

Lo único que tenía era un trozo de la cinta que usaba para atar a sus víctimas. Una cinta que se vendía en varias tiendas de Mustang y en cientos de miles de tiendas de todo el país. Kendall metió la cinta en una bolsa de pruebas para enviarla al laboratorio de Butte, esperando que encontrasen huellas, pero estaba seguro de que no encontrarían nada.

Maggie, como las otras dos víctimas, le había dicho que Casanova usaba guantes.

Kendall abrió el menú y miró a Cecilia.

—El especial de esta noche es redondo de carne con puré de patatas o verdura.

—Suena bien —dijo ella sin mucho entusiasmo.

El tampoco tenía apetito, pero sabía que debía comer algo. No había comido nada desde el desayuno.

Cuando la camarera se acercó, Kendall pidió dos especiales y se dejó caer en el respaldo de la silla, agotado.

—Un día largo —dijo Cecilia.

—Sí. Largo y frustrante —murmuró él, mirándola.

Parecía cansada.

Entonces recordó su aspecto por la mañana, cuando se habían tropezado en la puerta del cuarto de baño. Por un momento, se había sentido avergonzado porque iba en calzoncillos. Y luego había recordado que ella no podía ver.

Pero él sí había podido verla. Había visto su cabello despeinado, el sueño que oscurecía sus ojos. Llevaba un camisón azul y un albornoz del mismo tono. Tenía un aspecto tierno y muy sexy.

En ese instante, se había preguntado cómo sería despertarse a su lado cada mañana. Pero había apartado aquella absurda idea de su mente al cabo de un instante. El no necesitaba ninguna mujer, no necesitaba a nadie en su vida.

—¿Kendall?

—Sí, estoy aquí. Estaba pensando —contestó él—. No sé qué habría hecho hoy sin ti. Maggie no habría hablado conmigo sin tu ayuda.

Ella tomó la servilleta y se la colocó sobre las piernas.

—Me alegro de haber podido ayudarte.

—Has hecho más que eso. Has sido el salvavidas de Maggie.

La joven no solo había querido que ella estuviera presente durante la declaración, sino que había insistido en que la acompañara al hospital para el examen médico.

—Quizá las víctimas se reconocen unas a otras y Maggie supo, instintivamente, que yo era un alma gemela.

—Es posible. Pero yo creo que tiene que ver con lo dulce que has sido con ella. Si no recuperaras la vista, podrías trabajar ayudando a la gente.

En ese momento, Kendall vio que una profunda arruga se marcaba en la frente de Katelyn.

—Voy a recuperar la vista, Kendall. Y seguiré decorando casas, que es mi oficio —su voz había temblado un poco, como si tuviera miedo de no volver a ver nunca más.

El Arbol De Los Besos |K.S & K.T|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora