Capítulo 05

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Mientras paseaba por el salón, nervioso, pensaba en ella. Ceguera histérica, le había dicho. Nunca había oído hablar de aquello, pero sabía que la mente era capaz de cualquier truco.

Kendall se quedó quieto cuando oyó que ella abría la puerta del dormitorio.

—¿Kendall?

—Estoy aquí —contestó él.

Cecilia entró en el salón y, en silencio, se sentó en el sofá.

—Creo que te debo una disculpa.

—No, soy yo el que te la debe —dijo Kendall, sentándose frente a ella—. Tenías razón. No tengo derecho a juzgarte. Lo que tengo que hacer es mantenerte a salvo.

—Tienes razón. Me debes una disculpa —dijo ella entonces. Por primera vez desde que había llegado, una sonrisa iluminó su rostro—. Y la acepto, pero solo si tú aceptas la mía.

—Hecho —sonrió él.

Cecilia era muy guapa cuando estaba seria, pero cuando sonreía era más que guapa.

Kendall sintió un escalofrío de placer al observar aquella sonrisa.

—Cuéntame qué hacen los buenos ciudadanos de Mustang para pasar el rato. –Kendall se encogió de hombros y entonces recordó que ella no podía verlo.

—No tenemos cine, ni bolera ni grandes almacenes, así que las diversiones son muy limitadas. Kendall se dio cuenta de que, mientras ella hablaba, estaba estudiando sus facciones. No era de buena educación mirar fijamente a alguien, pero, en aquel caso, no había necesidad de apartar la mirada, ya que ella no iba a sentirse incómoda.

Las horas que había dormido antes de su pesadilla habían sido suficientes para borrarle las ojeras. No llevaba maquillaje y sus pestañas eran extraordinariamente largas. .

—¿Kendall?

El se dio cuenta de que había dejado de hablar y se preguntó si Cecilia se daría cuenta de que estaba mirándola.

—Estaba pensando. La mayoría de los adultos de Mustang se dedica a sentarse en el porche de su casa y charlar con los vecinos. Por la noche, mucha gente sale a cenar y… a chismorrear.

—Una vida muy diferente de la que yo vivía en… de la mía —se corrigió ella a tiempo. Obviamente, Cecilia aún no confiaba en él y tenía miedo de decirle de dónde venía y qué era lo que la había llevado a Mustang, pensó Kendall—. Sin cines ni grandes almacenes, ¿qué hacen los jóvenes aquí?

—Su sitio favorito es un riachuelo a las afueras del pueblo. Hay un árbol que llaman «el árbol de los besos» y la leyenda dice que si besas a una chica debajo de ese árbol, su corazón será tuyo para siempre.

Ella sonrió.

—¿Has besado a alguna chica bajo las ramas de ese árbol?

—No. Estuve a punto cuando era joven, pero la idea de eternidad siempre me pareció demasiado profunda como para ir unida a un simple beso —contestó él—. Y, en este momento, el árbol y el perímetro que lo rodea están restringidos para todo el mundo.

—¿Por qué?

Kendall se levantó, incómodo al recordar el caso que había sacudido al pueblo entero.

—Hace dos semanas, una mujer fue secuestrada en mitad de la noche —contestó, parándose frente a la ventana—. La ataron y le pusieron una venda en los ojos. Después, la llevaron al árbol y la dejaron allí. La encontraron unos jovenes por la mañana.

—Qué horror. ¿Le hicieron daño? —preguntó ella, mirando alrededor, sin saber bien dónde estaba él.

—Físicamente, no. Pero quedó traumatizada —contestó Kendall, sentándose de nuevo en el sofá cuando se dio cuenta de que a ella le resultaba más fácil tenerlo cerca—. Al principio pensamos que podría ser una broma, una cosa de críos. Pero la semana pasada volvió a ocurrirle a otra mujer.

—¿Sigues pensando que es una broma?

—Si las mujeres fueran adolescentes, podría pensarlo, pero no lo son. La primera tenía veintiséis años y la última veintiocho. No son niñas.

—Vaya, parece que lo último que necesitas ahora mismo es tener que cuidar de una mujer ciega —dijo ella. Pero en ese momento no había auto compasión en su voz.

—No te habría dicho esto, pero como vas a estar aquí algún tiempo, seguro que alguien te lo contará —murmuró

Kendall, pasándose la mano por el estómago, donde estaba seguro empezaba a tener una úlcera—. La intrépida reportera de Mustang ha decidido descubrir ella misma el misterio del caso Casanova.

Le dolía el estómago al pensar en Millicent Creighton, que normalmente era una pesada pero que, últimamente, se había convertido en una piedra al cuello. Durante la última semana la había sorprendido husmeando cerca del árbol para encontrar pistas sobre el «sádico que tenía a Mustang aterrorizado». La última vez, la había amenazado con arrestarla si volvía a encontrarla allí.

—Casanova… ¿así se llama el caso?

—Así es como nuestra reportera lo ha llamado.

Katelyn suspiró, acariciando un mechón de pelo entre los dedos. Kendall se dio cuenta de que le temblaban las manos ligeramente.

—La verdad es que no hay ningún sitio en el mundo que sea seguro. Uno piensa que está a salvo en su propia casa, pero no hay garantías —murmuró, clavando sus ojos cafes en Kendall, como si pudiera verlo. Y, sin embargo, en ellos solo había sombras de la pesadilla que había tenido que sufrir—. Dime que estoy a salvo aquí, Kendall. Necesito saber que, durante un tiempo, puedo olvidarme del miedo.

Cuando Kendall miró aquellos luminosos ojos cafes sintió la tragedia y el miedo que emanaba de ella y deseó poder asegurarle que no iba a pasarle nada, pero él no era hombre de falsas promesas.

No sabía nada sobre la situación de aquella testigo, ni sobre los peligros que la acechaban. No le mentiría: no podía darle garantías.

Algo, una expresión de necesidad en sus ojos, lo perturbaba, y eso no le gustó. No le gustó nada. No quería sentirse atrapado en aquel drama, no quería saber la historia de su vida o qué era lo que la había cambiado drásticamente.

Cecilia Webster era una cuestión de trabajo, nada más y nada menos. En dos semanas, el trabajo habría terminado y ella desaparecería de su vida.

—Mi trabajo es mantenerte a salvo y eso es lo que pienso hacer —le dijo.

Su trabajo no consistía en ayudarla a recuperar la vista, ni a recuperarse de la tragedia que el destino había puesto en su camino.

Pero, a pesar de estar seguro de cuáles eran sus responsabilidades con respecto a ella, no podía apartar de sí la sensación de que si no tenía cuidado, podía llegar a involucrarse demasiado con aquella mujer

El Arbol De Los Besos |K.S & K.T|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora