Capítulo 26. Agonía

865 95 9
                                    

"Amar es como ir a la guerra, jamás se regresa siendo la misma persona."

–Ron Israel

Su mano subía y bajaba lentamente a lo largo de toda mi columna vertebral, haciéndome temblar con su simple tacto. Mi cuerpo estaba sobre el suyo, mi cabeza descansaba en su pecho y a pesar de que acabábamos de terminar de follar, su mano no había dejado de acariciar mi piel con delicadeza, lo cual era irónico considerando que cada vez que estabamos juntos se encargaba de marcar mi cuerpo a diestra y siniestra, dejando la marca de sus manos en mi culo o simplemente dejando unos moretones en mis caderas al tomarme con desesperación.

Y aún así, lo necesitaba.

–¿Te sientes mejor? –su voz ronca inundó el silencio de la habitación.

Suspiré.

No, no me sentía mejor. Me sentía peor. Y no solo porque mi conciencia se encargaba de repetir la expresión en el rostro de Eryx como si tuviese un disco rayado, sino que también estaba el hecho de que algo me decía que también había lastimado a Blas con mi indiferencia luego de lo que habíamos hecho y deseé con todas mis fuerzas que alguien viniera y me estrellara la cabeza contra la pared para hacerme reaccionar de una maldita vez.

Pensé que al llamar a Kurt me sentiría en paz, pero lo único que tenía ganas de hacer era correr tras Eryx, decirle que el pelirrojo y yo no estábamos juntos y rogarle por una oportunidad.

Si, patética.

El trago amargo que sentía en estos momentos no se comparaba a nada de lo que había sentido a lo largo de los años. Pues por primera vez quise tener a otro debajo mío, acariciándome y gimiendo mi nombre mientras nos devorabamos con hambre. Por primera vez la piel pálida de Kurt no me llamaba a gritos, necesitaba y quería tener una piel llena de tatuajes coloridos junto a unos ojos color hielo que miraban con malicia.

Necesitaba a Eryx.

Mis demonios rasguñaban con ir tras mi veneno andante para ponerlo de rodillas ante mi y hacerlo caer como el infierno manda.

Dios, ya estoy perdiendo la cabeza.

–¿Astridián? ¿Te encuentras bien? –murmuró y alcé la vista hacia mi asesino personal.

–No –confesé levantándome y me moví hacia el borde de la cama, donde me llevé las manos a la cabeza, molesta.

–¿Qué tienes, preciosa? –murmuró intentando tocarme pero me alejé de su contacto.

–Cometí un error al llamarte –hablé, tomé mi braga del piso y me la coloqué velozmente junto al brasier.

–¿Qué? ¿De qué me estás hablando? –escupió, rabioso.

Me coloqué unos vaqueros y una camiseta que se ajustaba a mi cuerpo para luego atar mi cabello en una coleta desordenada. Volví la vista al chico desnudo en mi cama y torcí los labios en una mueca de asco.

–Que te largues ¿Acaso estás sordo? –farfullé y este abrió los ojos con sorpresa ante mis palabras.

–No voy a irme, tú me necesitas así como yo te... –alcé una mano, cortando su diarrea verbal.

Astrid [Terminada✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora