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Me encontraba sentada a oscuras en la esquina de un destartalado edificio de tres pisos

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Me encontraba sentada a oscuras en la esquina de un destartalado edificio de tres pisos. Estaba leyendo un clásico, Alicia en el país de las maravillas, perteneciente a una señora- quien al parecer era profesora de literatura- quien fue una de las victimas del reciente masacre de mis compañeros vampiros. Me resultaba curioso como una niña podía ser tan ingenua y tomar y comer cosas solamente porque así lo decían sus etiquetas. Bien podría haber sido algún alucinógeno y listo.

Miro a mi izquierda y noto a Bree- una novata de tres meses a la que le tome cariño-de pie en la sombra que proporcionaba el edificio, en un intento por pasar desapercibida, como siempre. Tenía los ojos clavados en la pared que había a mi lado. Los bajos del edificio habían albergado una tienda de discos cerrada hacía mucho; los cristales de las ventanas, víctimas del tiempo o de la violencia callejera, habían sido sustituidos por tableros de contrachapado. En la parte alta había apartamentos, vacíos —supuse—, dada la ausencia de los habituales sonidos de los humanos cuando duermen. No me sorprendió, aquel lugar parecía que fuese a venirse abajo al primer golpe de viento. Los edificios al otro lado de la oscura y estrecha calle se hallaban en un estado igualmente lamentable.

El escenario habitual de una salida nocturna por la ciudad.

Yo sabia que ella estaba realmente sedienta y lo único que quería era encontrar a algún desafortunado al que no le diese tiempo siquiera de pensar en escaparse. Yo, en cambio, hacia todo lo posible para controlar mi sed, aguantar lo mas que pudiera, no quería arrebatar otra vida, prefería morir de hambre, claro que eso no era posible. 

Por desgracia, Riley nos había hecho salir esa noche con los dos vampiros más inútiles sobre la faz de la tierra; nunca parecía importarle a quién mandaba en los grupos de caza, ni tampoco se le veía particularmente molesto cuando el hecho de enviar juntos a los integrantes equivocados suponía que un menor número de gente regresase a casa. Esa noche me habían encasquetado a Kevin y a un chico rubio cuyo nombre desconocía. Ambos formaban parte del grupo de Raoul; por tanto, ni que decir tiene que eran estúpidos. Y peligrosos. Pero en aquel momento, principalmente estúpidos. En lugar de escoger una dirección para irnos de caza, de repente se hallaban inmersos en una discusión acerca de qué superhéroe sería el mejor cazador de entre los favoritos de cada uno de ellos. Era el rubio sin nombre quien ahora exponía su alegato a favor de Spiderman y ascendía deslizándose por el muro de ladrillo del callejón mientras tarareaba la sintonía de los dibujos animados.

Escuche el suspiro de frustración de Bree. ¿Llegaríamos a irnos de caza en algún momento? Me preocupaba que esos imbéciles le hicieran daño a Bree por tomar un poco de sangre. Desde que Bree llego tiendo a ser sobre protectora con ella; no puedo evitarlo, la veo como una pequeña hermana, tiene tan solo 16 años.

Supongo que hacia se sentía mi hermano conmigo. Pensar en él me hace querer llorar de nostalgia, aunque claramente las lagrimas no salen. Lo extraño cada día.

A mi izquierda, un leve indicio de movimiento captó mi atención. Era el otro integrante del grupo de caza enviado por Riley: Diego. Nunca me interese por saber mucho de él, sólo capte que era mayor que casi todos los demás. La « mano derecha» de Riley, ése sería el término apropiado.

𝘿𝙪𝙨𝙠 »𝙀𝙙𝙬𝙖𝙧𝙙 𝘾𝙪𝙡𝙡𝙚𝙣Donde viven las historias. Descúbrelo ahora