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Edward Cullen

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Edward Cullen

Desde el comienzo de mi vida inmortal, siempre hubo algo que me carcomía por dentro: la inconformidad. Odiaba lo que era. A veces incluso detestaba mi don. Pero nunca me desgarró tan cruelmente como en este momento... leer los pensamientos de alguien más.

Las imágenes en la cabeza del lobo eran vívidas, insistentes. Jacob se regodeaba en mi miseria. La había besado.

Bella... le pidió que la besara. No fue un accidente. No fue un impulso. Fue elección..

Tal vez siempre tuve razón. Tal vez su elección final no sería un monstruo, sino alguien que pudiera ofrecerle todo lo que yo no podía: una vida.

Las fantasías que Jacob repetía con deleite eran insoportables. Distintas formas de besar a la mujer que amo, la que creí mi prometida. Y lo peor es que no puedo culparlo. Sé lo que siente por ella. Siempre lo supe. Pero cada imagen quema mi interior con una intensidad que incluso un ser sin sangre debería temer.

No estoy seguro de quién quiere más que se detenga: si la manada... o yo.

Seth ya siente náuseas.

—Edward —la voz de Bella me sacó de los pensamientos de los metamorfos—. Yo... yo... esto...

—Y yo pensaba que estaba jugando sucio —dije con amargura—. Me ha hecho quedar como el santo patrón de la ética —acaricié la parte de su mejilla que quedaba al descubierto, deseando, aunque fuera por un instante, borrar con mi mano las caricias que le había dado él—. Jacob es más astuto de lo que jamás imaginé... aunque hubiera preferido que no se lo hubieras pedido.

—Lo siento...

Solté su rostro. Noté el cambio en su respiración. Estaba nerviosa. Preocupada. Y, sin embargo, no podía culparla. Bella merece una vida. Una humana. Volvió a mí ese pensamiento oscuro que tantas veces intenté ahogar: quizás sería mejor si lo eligiera a él. Jacob podría protegerla sin destruirla, ofrecerle calor cuando yo solo traigo hielo. Yo no pude ni siquiera evitar que tiritara cuando dormía a mi lado. ¿Qué clase de promesa es esa?

—No estoy enojado, Bella. Estoy herido.

Arrugó el gesto, y enseguida se colgó de mi cuello con sus brazos delgados. No me resistí. Necesitaba su calor. Su aroma era mi única anestesia.

—¿Por qué no estás enfadado conmigo? —susurró—. ¿Por qué no me odias? ¿O es que aún no sabes toda la historia?

—Creo que tengo una comprensión bastante general —respondí con humor amargo—. Jacob tiene un talento especial para proyectar imágenes muy vívidas. Ha conseguido que su manada se sienta tan mal como yo. El pobre Seth tiene náuseas, pero Sam ya se encarga de contenerlo.

La miré en silencio. Ella se removió, incómoda. Sabía que todos estaban al tanto de su pequeño espectáculo.

—Simplemente eres humana —murmuré, pasando lentamente los dedos por su cabello.

𝘿𝙪𝙨𝙠 »𝙀𝙙𝙬𝙖𝙧𝙙 𝘾𝙪𝙡𝙡𝙚𝙣Donde viven las historias. Descúbrelo ahora