🔫| 1, presente

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Me llamo Hanbin Kim, y si amo algo, lo arranco de mi vida. No lo hago de forma voluntaria... pero tampoco involuntaria.

Ahora mismo estoy viendo a un sobreviviente de mi agrio y contaminado amor. Está a menos de cien metros de donde yo me encuentro, examinando algunos discos.

Jiwon. Su nombre da vueltas por mi cabeza como una pelota llena de púas, abriendo con su filo sentimientos que hace mucho se habían convertido en cicatrices. Mi corazón martilla mi pecho con fuertes golpes como si tratara de salir, y lo único que puedo hacer es quedarme plantado y observarlo.

Han pasado tres años desde la última vez que lo vi. Las palabras de despedida que me dirigió fueron una clara advertencia para que me mantuviera lejos.

Suspiro. Mis pulmones absorben aire pegajoso mientras trato de controlar mis desordenadas emociones.

Quiero ir hacia él. Quiero observar cómo el odio emerge en sus ojos.

Estúpido.

Decido que es mejor marcharme y he recorrido la mitad de la calle, de camino a mi coche, cuando mis pies fallan. Un intenso hormigueo de inquietud se arrastra hasta la punta de mis dedos. Apretando los puños, me regreso hasta el escaparate. Este es mi lado de la ciudad. ¿Cómo se atreve a pasar por aquí?

Tiene la cabeza inclinada sobre una caja de cartón llena de discos, y cuando se gira para mirar algo por encima del hombro capto un vistazo de su original nariz. El corazón se me tensa. Sigo queriendo a ese chico, y darme cuenta de eso me asusta. Pensaba que lo había superado. Pensaba que podría soportar algo como esto; un encuentro inesperado. He ido a terapia, he tenido tres años para...

Superarlo. Pudrirme en mi culpa.

Me ahogo en mis emociones unos pocos segundos más antes de darle la espalda a la tienda de música y a Jiwon. No puedo hacerlo. No puedo regresar a ese lugar oscuro. Levanto el pie para bajar de la acera cuando las nubes que han estado acechando en Gangnam desde hace una semana gruñen de pronto como cañerías viejas. Antes de poder dar dos pasos, la lluvia ataca el asfalto y empapa mi playera blanca. Retrocedo con rapidez y me cobijo bajo el toldo de la tienda de música. Miro mi viejo Volkswagen Escarabajo a través de la cortina de lluvia; con solo una carrera corta estaré de camino a casa. La voz de un extraño interrumpe mi momento de huida. Me aparto sin estar seguro de que esté hablando conmigo.

-El cielo está rojo... significa que habrá problemas.

Giro sobre mis talones y encuentro a alguien de pie justo detrás de mí. Se encuentra más cerca de lo que se consideraría socialmente aceptable. Mi garganta produce un sonido de sorpresa y retrocedo un paso. Mide al menos treinta centímetros más que yo, es todo músculos, aunque no de una forma atractiva. Tiene las manos unidas en un ángulo extraño, con los dedos tensos y bien estirados. Mis ojos se ven atraídos por un lunar que me recuerda a una diana en el centro de su frente.

-¿Qué?

Niego con la cabeza, confuso. Sigo tratando de mirar por encima de su hombro para echarle un vistazo a Jiwon. «¿Seguirá ahí dentro?» «¿Debería entrar?»

-Es una vieja superstición de marineros. -Se encoge de hombros y yo bajo los ojos hasta su cara. Me resulta vagamente familiar y, mientras me planteo la posibilidad de mandarlo a la mierda, trato de recordar dónde lo he visto antes-. Tengo un paraguas. -Sostiene una cosa floral con un mango de plástico en forma de margarita-. Puedo acompañarte hasta tu coche.

Miro hacia el cielo, que realmente parece ser de un rojo crepuscular, y me estremezco. Quiero que me deje en paz y estoy a punto de decírselo cuando pienso: «¿Y si esto es una señal? El cielo está rojo. ¡Lárgate de aquí!».

El oportunista, 𝚍𝚘𝚞𝚋𝚕𝚎𝚋 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora