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En algún momento, cuando estaba en quinto grado, ví una serie de misterio y asesinatos que pasaban por la televisión abierta. Trataba sobre un detective, del que yo estaba ridículamente enamorado, que se llamaba Daniel Lee. Había también un Jack el Destripador moderno que atacaba a prostitutas, y Daniel lo estaba cazando.

Recuerdo una escena en particular donde estaba interrogando a una prostituta de aspecto bastante andrajoso: con el pelo rubio desaliñado y negro en las raíces. Se encontraba ovillada en un sofá color amarillo mostaza, y sus labios succionaban con avaricia un cigarrillo. Recuerdo que pensé: «Vaya, ¡qué actriz tan buena! Debería ganar un Oscar o algo por ser tan patética». Tenía un vaso con hielo en la mano, y tomaba sorbitos rápidos de whisky.

Yo observé sus movimientos, sediento de drama,
memorizando todo lo que hacía.

Más tarde aquella noche, llené un vaso con hielo y Pepsi. Llevé mi bebida hasta el alféizar de la ventana y levanté un cigarrillo imaginario hasta mis labios.

—Nadie me escucha —susurré de forma que mi aliento empañara el vaso—. Este mundo… es frío.

Tomé un sorbo de Pepsi, asegurándome de hacer repiquetear el hielo.

Una década y media después todavía tengo mi sentido de lo dramático.

El día que siguió después de mi encuentro con Jiwon, el huracán Phoebe atravesó la ciudad y me libró de tener que llamar al trabajo diciendo que estaba enfermo.

Ahora me encuentro en la cama, con el cuerpo curvado de forma posesiva alrededor de una botella de soju.

Alrededor del mediodía, salgo de la cama y voy hasta el cuarto de baño. Sigue habiendo electricidad, a pesar del huracán de categoría tres que está haciendo traquetear mis ventanas. Aprovecho para prepararme un baño. Mientras me sumerjo en el agua humeante, reproduzco todo lo que pasó por millonésima vez. Todo acaba con un «me ha olvidado».

Mi perro, Lolo, se sienta en la alfombra del baño y me observa con atención. Es tan fea que me hace sonreír.

—Jiwon, Jiwon, Jiwon —digo, para ver si sigue sonando igual.

Él tenía la extraña costumbre de invertir los nombres de las personas cuando los oía por primera vez. Yo era Nibnah, y él Nowij. Me parecía algo ridículo, pero al final acabé haciéndolo yo también. Se convirtió en un código secreto que utilizábamos al chismear.

Y ahora no me recuerda.

¿Cómo pudo olvidar a alguien que quiso, incluso si rompí su corazón hasta dejarlo hecho trizas?

Vierto un poco de soju en el agua de mi baño. ¿Cómo voy a sacármelo de la cabeza ahora? Podría convertir estar deprimido en mi trabajo de tiempo completo. Eso es lo que hacían los cantantes de country; podría ser un cantante de country. Canto unos versos de ‘Dive’ y tomo otro trago.

Tiro de la cadena del tapón con los dedos del pie y escucho el agua bajando con un borboteo por la cañería. Me visto y camino con lentitud hasta el frigorífico. Siento como el licor revuelve mi barriga vacía. Mi suministro de comida de emergencia para huracanes consiste en un tupper de kimchi y algunas anchoas secas. Tomó un plato y sirvo ambas cosas en el. Prendo la cafetera, y presiono «play» en el estéreo. Dentro está el mismo disco que le di a Jiwon en el 131 Music. Bebo mucho más soju.

Despierto en el suelo de la cocina con la cara sobre un charco de baba. En el puño tengo una foto de Jiwon que rompí y luego pegué con coraje. Me siento como mierda, hay una ligera palpitación en mis sienes. Tomo una decisión. Hoy voy a empezar de cero. Voy a olvidar a como se llame, voy a comprar mierda saludable para comer y voy a seguir adelante con mi maldita vida. Me lavo la cara para ocultar mi borrachera y hago una breve pausa para tirar la foto, rota y pegada, a la basura. Adiós al ayer. Tomo una mochila y me dirijo hacia la tienda de comida saludable más cercana.

El oportunista, 𝚍𝚘𝚞𝚋𝚕𝚎𝚋 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora