Capitulo XIII *TT*: "Harry era mi perdición"

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Capítulo 13

Adeline.
Dos días después.
Para terminar la rutina le di una patada al saco de boxeo, mi pie ya casi llegaba a la parte de arriba.
Sudorosa y orgullosa de mi misma bebí un gran sorbo de mi botella de agua. Llevaba dos días practicando lucha al máximo. También llevaba dos días intentando por nada del mundo cruzarme con Harry. Cobarde, cobarde, cobarde, me repetía siempre que lo veía a lo lejos y cambiaba mi rumbo totalmente aunque eso supusiera un problema para llegar a tiempo a mis prácticas. El lado bueno era que ya era bastante buena dando golpes al saco de boxeo, quizás era igual de buena luchando contra alguien (aunque lo dudo si solo he practicado con este saco).
Me senté en una orilla de la colchoneta y mire a las demás personas practicar. Se les notaba la experiencia a kilómetros de distancia.
Suspiré con pesadez. Necesito alguien para luchar, pensé, y rápido.
La puerta se abrió y entró Anabelle.
Me encogí en donde estaba sentada. Anabelle me intimidaba de dos maneras: a) Era muy buena luchando por lo que había escuchado y había visto personalmente. b) Era guapa y era de las chicas a las que no les importaba ser guapas, simplemente iba por la vida sin notarlo. Si ya de por si se le notaba bastante, si alguna vez se llegaba a maquillar como yo acostumbro a hacer, sería mil veces más bonita que yo. Eso me hacía sentir más inferior a ella.
Me levanté y me voltee esperando que no me viera.
Pasaron los segundos y mi respiración estaba comenzando a calmarse. Ahora solo tenía que fingir estar muy interesada en mi botella de agua mientras salía y no tendría que soportar sus molestas burlas.
—Oye —su voz dijo detrás de mí.
No voltees, no voltees, no es para ti.
—Oye, niñita ‘’Soy la nieta del jefe’’ —Mierda.
Me voltee lentamente. ¿Por qué a mí?
— ¿Qué haces? —preguntó.
—Eh… ¿practico? —reí nerviosa. Tenía unas enormes ganas de decirle: Estoy tomando helado, pff mas que obvio. ¡¿Qué más voy a estar haciendo aquí?!
— ¿Necesitas una mano?
— ¿Qué?
— ¿Algo así como que luches conmigo? Es bastante diferente hacerlo con un saco de boxeo que ni se mueve, a con una persona se defiende y ataca.
—Yo…
—Tómalo o déjalo —miró a su alrededor—. No veo a nadie más intentando ayudarte.
Suspiré. Aunque quisiera decirle que no, de todos modos tenía razón. No conocía a nadie más como para pedirle ayuda.
— ¿Y bien?
—Bueno —mascullé entre dientes—. Practiquemos.
Caminé al centro de la colchoneta, el saco de boxeo incomodaba, ¿se podrá sacar? Llevé mis manos a mi cabello y le di una vuelta más a la coleta. Miré mis calzas cortas, demasiado ajustadas como para que se vieran bien, mis zapatillas negras por lo menos combinaban con las calzas, hoy la musculosa verde estaba sucia por lo que andaba con una camiseta blanca muy grande. ¿De quién será toda esta ropa? Anabelle por otro lado se veía excelente, una ajustada musculosa de color rojo sangre, pantaloncillos negros ajustados hasta la pantorrilla y unas zapatillas negras mucho más pequeñas y delicadas que las mías.
— ¿Qué haces? —preguntó—. No podemos luchar aquí, esta sala no es para eso. Esa cosa molesta —apuntó al saco de boxeo.
—Bien —comencé a seguirla cuando se dio la vuelta y caminó hacia la puerta.
Me guio a las salas de lucha individuales.
—Supongo que no querrás que te vean en el suelo muchas veces —soltó una pequeña risa.
Bufé.
—Esas calzas que estas usando son mías, o bueno…al parecer lo eran —soltó de la nada luego de unos segundos de silencio.
Eso explica porque me quedan tan estúpidamente ajustadas. Miré sus torneadas y delgadas piernas con envidia.
—No sé de quién son las zapatillas pero de una chica de seguro, y la camiseta es de Harry.
Mi rostro se puso pálido. Lo supe por la expresión involuntaria que hice al instante. Lo supe por Anabelle quien intentaba aguantarse la risa sin lograrlo.
—Vaya —dijo—. ¿Tanto lo odias, eh?
—No lo odio —dije al instante sin querer.
— ¿Estas traumada porque el único chico que te ha amado lo hizo porque se lo ordenaron?
Quise gruñirle. ¿Enserio? Ya había pensado miles de veces en ello pero nunca como que Harry era el único chico que me había amado. Yo lo sabía, pero ponerlo en palabras y que me lo dijera Anabelle dolía tres veces más. Me sentía usada, estúpida, pisoteada. Tenía el corazón más que roto.
—Cállate, Anabelle —murmuré.
—Wow, así que tienes actitud —Anabelle aplaudió—. Ahora no me caes tan mal.
Por fin llegamos a una puerta. Anabelle me hizo un gesto para que la abriera. La abrí y entré.
—Toda tuya —gritó Anabelle desde atrás mío. ¿Toda mía qué? ¿La sala? Pues si es sala de lucha individual obviamente será toda para nosotras. La miré extrañada y ella me sonrió, luego cerró la puerta dejándome dentro de la sala sola y al parecer atrapada.
— ¡Anabelle! —grité cuando intenté abrir la puerta y noté que ella la estaba sosteniendo del otro lado—. ¡Vamos ya no es divertido! ¡¿No tuviste suficiente cuando me dejaste en el menos diez?!
— ¿Te dejo encerrada en el menos diez? Hablaré con ella respecto a eso más tarde.
No. No. No. Voltee furiosa y ahí estaba él.
— ¿Qué quieres?
—Tuve que pagarle a Anabelle para que te trajera aquí —se encogió de hombros—. Tenía la pequeña esperanza de que me hiciera el favor.
— ¿Qué quieres, Harry? —gruñí.
—Hablar —metió las manos en sus bolsillos—. De por qué me has estado evitando dos días completos.
—Yo no te he estado evitando —intenté mentir.
—Claro que sí. Veo cómo te vas de un lugar apenas yo llego.
—Coincidencia.
— ¿También es coincidencia que te vayas de un lugar apenas notes que yo estoy en él?
—Estas imaginando cosas.
—Entonces supongo que no te molestara hablar conmigo sobre lo del otro día.
— ¿Qué paso el otro día?
Cero sentimientos, me decía. Ignora esa punzada en tu estomago cada vez que eres dura con él. ¡Ignóralo, Adeline! Él no te importa. Tú no le importas. Lo del otro día fue un estúpido impulso suyo y tienes que olvidarlo, hacer como si nunca hubiera sucedido.
—Tú sabes a lo que me refiero.
—Tengo cosas más importantes que hacer que recordar todos los horribles y molestos segundos que paso al lado tuyo, Harry.
— ¿Así? ¿Cómo que cosas?
Maldito estúpido desafiante.
— ¿Te importa? —Ja. No tendría nada que decir a eso.
—Sí. Me importan las cosas que haces, porque tú me importas.
Me quedé sin habla. Me daba miedo este lado de Harry. Era como si estuviera recitando un perfecto guion para dejarme encantada. Cuando lo conocí creí que era un actor nato, siempre sabía que decir para dejarme encantada, tenía la respuesta correcta para todas mis preguntas entre lágrimas, sabía cómo hacerme sentir mejor. Ahora sé que prácticamente si tenía un guion que utilizar conmigo. Me conocía. Antes de que le respondiera la pregunta de mi color favorito él ya sabía la respuesta. Antes de que siquiera le contara la historia de mi primera mascota él ya sabía cómo se llamaba, quien me la había dado y cuando se había escapado, hasta sabía que mis padres no me dijeron que escapó hasta muchos años después.
Y es que es tan difícil ser engañada así. Nadie podría juzgar mis lágrimas, ni mis furiosas palabras a Harry, nadie tiene permiso de juzgar los momentos en que quiero que todo vuelva a hacer como antes a pesar de todo lo que me hizo. Nadie puede comentar contra eso, porque a nadie le ha pasado esto.
—Cállate —murmuré.
— ¿Por qué? —se acercó a mi decidido—. ¿Por qué sabes que estoy diciendo la verdad? ¿Te doy miedo, Adeline? ¿Tienes miedo de mis sentimientos? ¿O mejor dicho, tienes miedo de los tuyos?
—No tengo miedo… —lo fulminé con la mirada—…porque no existen tales sentimientos.
— ¿A si? —estaba tan cerca de mí que sentía el calor de su cuerpo—. ¿Entonces porque tus manos tiemblan a tus costados? ¿Por qué tus mejillas están rojas como nunca las había visto antes? Juraría que estas hirviendo.
Su mano se aproximó a mi rostro y rozó sus nudillos con mi mejilla. Me sentía como con fiebre, de seguro lo había notado porque en su rostro se extendió una lenta sonrisa. Me le quede mirando. Odiaba que él fuera tan fascinante. Nadie podría negarlo. Su belleza era extraña, no era el típico chico bonito, era algo más que eso. Para mí por lo menos era mucho más que eso.
Sus nudillos se voltearon y la palma de su mano bajo hasta mi cuello. Harry se estaba acercando.
—Para —supliqué.
Los ojos azules verdosos de Harry me miraron a través de sus pestañas. Su mirada decía: Sabes que lo quieres.
Dios.
Vaya que lo quería.
Volver a sentir esa fascinante sensación en mi estómago. Volver a sentir que lo nuestro no estaba perdido. Volver a sentir la conexión que hay entre nosotros. Volver a sentir que el destino nos unió por algo mejor que una estúpida misión de vigilancia. Volverme a sentir como antes.
Así que no lo detuve.
Disfruté el sentimiento en mi bajo vientre cuando sus labios rozaron los míos. Cuando su densa respiración entró en mi boca mi respiración se cortó. Él no se movió. Se quedó ahí, rozando nuestros labios con un delirante movimiento constante. Maldito, pensé. Cerré mis ojos con fuerza y choqué nuestras bocas bruscamente. Sus dedos se cerraron en mi cabello. Solté un leve gemido involuntario por nuestro beso. No recordaba que se sentía tan bien. Me afirmé de sus brazos, sintiendo todos los músculos contraerse. Abrí mi boca y respondí al extraordinario beso. Podría jurar que mis piernas temblaban, toda yo temblaba.
Harry era mi perdición.

No es mi vida, es solo una misión más.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora