I

29 3 0
                                    

Miro mi reloj de mano y no puedo creer que voy tarde, desvío la mirada hacia el caluroso vagón de metro repleto de mundos distantes y cercanos a la vez. «Al menos alcancé un asiento», pienso mientras recuerdo que al subirme en la estación Copilco, en plena hora pico, los lugares se llenaron de inmediato. Creo que conectar distintas líneas de metro facilita las cosas, pero complica algunas otras.

A mí alrededor la gente hace charlas triviales, duerme o te mira con odio por quererse sentar. Mis reflexiones se hacen presentes mientras admiro aquel grupo humano; un enjambre que se dedica a trabajar y trabajar, sin disfrutar la vida. Viven por vivir, entre enfermedades degenerativas y estrés.

Mientras tanto, mi celular, sin internet ni señal, queda guardado en el fondo de mi mochila escolar para no sufrir ningún arrebato. Me entretengo con el periódico del señor que está sentado a mi derecha. "Se las llevó el metro", dice el encabezado, seguido de unas fotos amarillistas y un texto que relata la muerte de dos personas, en las vías del metro.

Frente a mí, en el asiento reservado, una mujer se apoya en el tubo de su izquierda y estudia el panel de estaciones que hay arriba de la ventana. A mi izquierda, un portafolio café se recarga en mi hombro, cada vez que el metro frena. Dos personas malhumoradas, un hombre y una mujer, recargados en la puerta me hacen pensar mal, pues no puedo distinguir si el hombre la está acosando o solamente es la cantidad de gente que hace que estén muy cerca uno del otro.

Ahora, a una estación de mi bajada, solo pienso en cómo voy a salir de este apretado vagón.

Cuarto para las dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora