XI

11 1 0
                                    

Miro mi reloj de mano y no puedo creerlo que voy tarde. El tren está detenido en la estación Miguel Ángel de Quevedo y el tumulto es insoportable, esta vez no alcancé lugar. Y pensando en qué le habrá pasado a Alhelí durante este fin de semana, me urge llegar.

Coyoacán, Zapata, División del Norte y se vuelve a parar, casi diez minutos y ya es la una y media, creo que ni a la escuela llegaré. Eugenia, Etiopia y, por fin, Centro Médico, aunque se paró un poco en Etiopia creo que ya se normalizó. «Justo a tiempo —pienso mientras corro para transbordar—. Falta tres minutos para el cuarto para las dos». Llego lo más pronto que puedo, pero un tapón de gente no me deja avanzar más en la línea 9. «¡Qué raro! Esto no había pasado aquí», pienso mientras veo que dos policías gritan que no hay servicio. Trato de llegar a los policías para preguntarles lo sucedido, pero escuchó el radio de uno de los policías diciendo que la persona está muerta. «¿Qué persona?», me pregunto al mirar al policía.

—Joven —me dice el policía—, no hay servicio.

—¿Por qué? ¿Qué pasa?

—Una persona está en las vías. Por favor, desaloje.

Extrañado comienzo a caminar y entre la multitud busco a Alhelí, pero no la veo. A lo lejos, en los torniquetes de entrada a la estación, veo al supuesto novio siendo arrestado por las autoridades y, de inmediato, me hace pensar en la chica de mis sueños. Intento volver a preguntar a los policías, pero la multitud me impide el paso. Tendré que regresar a mi casa.

Durante el trayecto a mi casa no pude pensar en otra cosa más que en Alhelí, será que estaba tan desesperada por la violencia que vivía con su novio que no tuvo otro remedio que suicidarse. Creo que no lo sabré nunca.

Cuarto para las dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora