XII

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Mi inicio de semana no podría ir peor, tuve falta en la escuela y no pude saber qué pasó con Alhelí. Hoy, después de lo que pasó ayer, recorro cada estación del metro imaginando lo que pude hacer si le hubiera hablado desde el momento en que la vi ahí, debajo del descompuesto reloj. El cierre y abrir de puertas en cada estación me hace recordar aquellas veces en que quería salir a ayudarla, pero las puertas me lo impedían.

Hoy vuelvo a llegar un poco antes del cuarto para las dos, todo se ha normalizado. No hay tumultos ni policías. Al bajar las escaleras trato de evitar mirar debajo del reloj, pero el pasar de la gente me obliga a mirarlo. Cuarto para las dos dice el reloj por primera vez. Ratifico en mi reloj de mano y coincide. No puedo creer que algunas cosas cambian por otras.

El tren arriba a la estación recordándome cada instante que gaste en la espera de la mujer que se escondía en mis fantasías, los momentos de escucharla hablar y verla sonreír. Entro al vagón y por primera vez encuentro un lugar junto a un señor que leer un periódico. El tren avanza mientras pienso en el martirio que será recorrer ese camino hasta que termine la escuela.

Mi vista divaga en el vagón y se detiene en el encabezado del periódico amarillista que leen a mi lado: "La aventaron en Centro Médico y ningún médico la salvó". Trato de leer la noticia, pero el señor se da cuenta y me mira de manera extraña.

—¡Qué atrocidad! —exclamo mientras el señor dobla el periódico para enseñarme la fotografía.

—Fue culpa del novio —me dice—. Parece que tenía tiempo que lo buscaban. Estaban discutiendo cunado él la aventó a las vías en el momento en que llegaba el metro a la estación.

Una extraña sensación me recorre el estómago y el pecho. Quiero llorar mientras miro la fotografía que muestra la estación Centro Médico desde lo alto, entre las vías se alcanza a ver la misma mascada azul de Alhelí y cerca de las escaleras al hombre que una vez leí. Sin decir nada regreso el periódico al señor, mi mundo vuelve a oscurecerse y para que nadie me vea llorar pienso: «La procesión va por dentro».

Cuarto para las dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora