VII

12 1 0
                                    

El fin de semana se me hizo muy largo, no pude pensar en otra cosa que en la escena del viernes. Ahora estoy seguro de que me he enamorado. Bajo corriendo las escaleras en la estación Copílco, mientras escucho a la chicharra del cierre de puertas. Al llegar a andén, el tren cierra las puertas y me lamento en silencio por llegar tarde. Enojado, miro mi reloj marcando la una con diez minutos y pienso que llegaré antes que la chica del reloj.

Mientras espero el siguiente tren, miro los anuncios pegados en un pizarrón de madera. "Atención al usuario", se lee en la parte superior con letras negras. Un anuncio dice que puedo aprender inglés o francés en la casa Jaime Sabines en San Ángel; otro dice que cerca del metro Hidalgo puedo aprender a leer el Tarot; el último, no parece ser un anuncio más bien es una alerta que se titula: "Denúncielo".

La hoja, a blanco y negó, muestra la fotografía de un hombre. A un costado se lee su apariencia; Ojos cafés, cabello negro, piel morena, labios gruesos y nariz chata; altura de 1.70. Y, en las señas particulares, se lee que en el brazo izquierdo tiene un tatuaje de un dragón, aunque no se muestra en la fotografía. Es buscado por robo y violencia contra la mujer. Al terminar de leer, escucho el tren arribando a la estación. Mientras se detiene, miro que mi reloj marca: 1:15. Entro al vagón y encuentro un asiento cerca de la ventana, me siento y sigo mi viaje hasta el transbordo en la estación Centro Médico.

He llegado justo al cuarto para las dos, pues el metro se detuvo en la estación División del Norte, a dos estaciones de Centro Medico. Transbordo y en cuanto llego al andén de la línea 9, lo primero que hago es observar el reloj de la estación que vuelve a marcar igual que hace ocho días, 28:50, y debajo de él, la misma chica como si mi semana se fuera a repetir.

Las arracadas plateadas se mueven al compás en que ella mueve su cabeza para mirar el andén y regresa al celular. Mira de nuevo sobre su celular y para un momento en mí, pero regresa a su celular. Pensé que me reconocería, ya veo que no. Me acerco poco a poco, esta vez quiero saber su nombre. El nombre de la mujer que se esconde en mi fantasía y que no conozco.

—Hola —le digo—. ¿Te acuerdas de mí?

Mueve la cabeza a modo de negación y termina frunciendo el ceño.

—Hace unos días te pedí la hora —continuó un poco desilusionado.

—Oh ya —dice mientras toma su distancia y mira la cima de escaleras—, ya me acordé.

Aquella acción me hace pensar en que quiere huir, así que de inmediato le pregunto su nombre sin pensarlo dos veces. Ella se aleja un poco más y contesta que esta esperando a su novio. Más desilusionado que antes continuó con mi presentación.

—Me llamo Ricardo.

—Alhelí —dice nerviosa—, lo siento tengo que irme.

Se aparta a paso veloz hacia las escaleras, sube mientras admiro el suave caminar que electrifica mi mente, mientras el tren arriba para abrir sus puertas. «¡Es perfecta!», pienso al girar hacia el vagón y entro.

Al volver hacia el andén, veo a un hombre, más alto que ella, que la detiene a la mitad de la escalera. La jala el brazo y suben corriendo el resto de la escalera. No pude hacer nada, el tren cerró las puertas en el instante en que iba a salir. Taciturno y pensado en el chico de la vez pasada con la idea de que sea su novio, solo puedo concluir una cosa: sé su nombre.

Cuarto para las dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora