—Disculpe —interrumpe mi camino una señora abrazando un sobre grande amarillo—, ¿para llegar al hospital siglo XXI?
La alegría de ver otra vez a la chicha de mis fantasías me da oportunidad de explicarle el camino en el transbordo de la línea 9 de buena manera. La señora, agradecida por las indicaciones, camina junto a la masa de gente que se dirige a diferentes destinos.
Antes de bajar las escaleras, miro mi reloj marcando la una cuarenta y tres. «Aún tengo tiempo», pienso. Al llegar al andén, la veo allí con una blusa de cuello de tortuga azul marino sin mangas, que dejaba ver sus delgados brazos cargando pulseras y un reloj. Es mi momento, mi oportunidad. El tren no ha llegado y guardo mi reloj sin que me vea, las manos comienzan a sudarme mientras que los pasos se me hacen eternos para llegar a ella. El corazón me palpita tanto que siento que se saldrá de mis entrañas y se encontrará frente al suyo.
Extrañada, me mira sin saber que la conozco, que he soñado con ella y que mil veces me ha hablado en mi imaginación. Respiro profundo y le dirijo un hola. Ella se aparta frunciendo el ceño, pero yo no voy a perder la oportunidad.
—Disculpa —le digo mientras doy un paso—, ¿podrías decirme qué hora es? Me quedé sin pila en el celular y este reloj —señalo con mi dedo índice el reloj de arriba— no funciona.
Ella lo mira y se percata que marca las 50:88. Su vista se encuentra con la mía y contesta con una pequeña risa nerviosa: —Perdón, es que nunca veo ese reloj. Según mi celular son cuarto para las dos.
—Gracias —le respondo pensando en preguntarle más cosas, pero el tren arriba a la estación—. Hasta luego.
Ella asiente con la cabeza y se queda debajo del reloj y yo me dirijo a las puertas para entrar. Doy una última mirada escuchado la chicharra, ella me mira, sonríe y vuelve a evadir mi mirada, mientras el tren cierra las puertas y avanza.
«¿Hasta luego? ¡Qué tontería! —Pienso en cuanto el tren llega a la siguiente estación—, qué estupidez. Pero ese pequeño momento ha valido la pena. Su voz y aquellos labios carmín, jamás los olvidaré. Su bella sonrisa, siempre la recordaré».
Un señor interrumpe mis pensamientos pidiéndome permiso para bajar.
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Cuarto para las dos
RomanceEmpujones, insultos, llegadas tarde por un reloj que no funciona y una bella, pero misteriosa mujer acompañan a nuestro protagonista en su dramático enamoramiento en los andenes del metro de la Ciudad de México.