✐Three.

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Un día después de haber ido a comisaria con su hermano y el apodado comisario de hielo, el rubio había salido a la calle abrazado por la oscuridad de la noche que apenas era retirada por las escasas luces de las farolas de la calle, vestido con un chándal rojo con unas ganas enormes de despejarse.

Después de pasarse la tarde y noche entera al volver de comisaria planeando aún a más detalle su próximo paso, el de mirada heterocromica le convenció de ir a la cama nada más se hizo de día, lo que causo que al despertarse a las cuatro de la mañana poco después de que el pelirrojo se hubiera ido a "pedir azúcar al vecino", ya no viera razones para seguir en casa.

A nadie le gusta escuchar a su hermano follando con el vecino en la pared de al lado.
O no a él al menos.

Se le antojo ir a la playa, dar una vuelta por la arena con los pies descalzos y recibir al sol con unas risas al aire que solo él podría escuchar, provocadas por pensar en todo lo que planeaba que sería su futuro, su futuro con Horacio. Y esas ganas no hacían sino aumentar a medida que caminaba el largo trecho hasta allí, pero toda aquella emoción se fue al poco de llegar.

Apenas había dado unos pasos con los pies descalzos en la blanca arena de la playa cuando un coche patrulla se detuvo cerca de él, en el aparcamiento a su espalda. Miró con el cuerpo tenso hacia la ventana del piloto, reprimiendo las ganas de salir corriendo que ya salían de forma natural en él cada vez que veía un Z o una mary. Y aquellas ganas crecieron al ver al superintendente bajar solo vestido con un pantalón negro de chándal y las gafas de sol. 

— ¡Pero si es mi amigo, el abuelo! — saludó el rubio sin moverse de su sitio, agitando su mano libre mientras de la otra le colgaban las zapatillas, unidas por un nudo flojo en los cordones con los calcetines dentro. Intentaba mantenerse sereno puesto que, al "ser nuevo en la ciudad" no había motivos para estar tenso junto a un oficial, incluso, se supone que debía estar tranquilo de tener a un agente del orden tan cerca.

Porque también, se supone que cerca de un policía nunca ocurre nada malo.

— ¿A quién coño llamas tú abuelo, anormal? — preguntó con una antipatía nada disimulada. La mano del hombre se movió por instinto a donde solían estar sus armas sin apartar su mirada del joven, pero gruño al momento. Su cinturón reglamentario del que colgaban sus armas -el teaser, las esposas y la porra- no estaba. Se había quitado todo menos el pantalón y las gafas para estar más cómodo mientras ejercitase, como hacia todas las madrugadas en esa misma playa. 

— Oh, vamos Jack, no te enfades... — Una sonrisa burlona adornó el rostro del menor al notar que iba desarmado. No creía que fuera inofensivo, pero al no tener su equipamiento, le hacia sentir más tranquilo. Y Jack, ahora se lamentaba de ir desarmado, pensando que aquel chico se merecía un porrazo por esa actitud tan subida nada más verle. Y para aumentar su mala suerte, se estaba acercando, mirándole una única, pero muy evidente vez de arriba a abajo con esos ojos de cielo —. ¿No crees que el frío podría sentarte mal a tu edad?

— ¿Te parece a ti que un poco de fresco me vaya a hacer algo? No son ni cosquillas. — Ya ni se molestó en decirle que no le llamara de apodos absurdos o por su nombre, lo había dicho tantas veces solo durante el día anterior que ya lo daba por vencido, igual que el trato de usted. Sentía que si le seguía insistiendo, el menor se las arreglaría para molestarle de alguna forma.

Ese chico se pasaba el respeto y el espacio personal por el forro.

Sus pies tocaron la arena, empezando a caminar hasta la orilla y pasando de largo al lado del rubio, con la intención de hacer flexiones sólo, pero el joven tenía otros planes.

— Es verdad que te mantienes bien para tu edad, pero-

— ¿Para mi edad? ¿Cuántos años crees que tengo? — le interrumpió mientras se arrodillaba para empezar a hacer flexiones, pero al momento se empezó a lamentar. Si le sigue el juego, ya no se ira.

¢нαιи σf ℓιєѕ •||𝕍𝕠𝕝𝕜𝕒𝕔𝕚𝕠/𝕀𝕟𝕥𝕖𝕟𝕒𝕓𝕠||•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora