•Capítulo 16•

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"—Soy claustrofóbica, estúpido.

—¿Te puedo decir Clau?"




Pasé más de siete años de mi vida juzgando a Kendall.

Juzgando su forma de ser, de vestir, de actuar e incluso de tratar a las personas.

Y eso es normal.

Porque el ser humano es crítico por excelencia.

Pero no está bien.

Juzgar a una persona no define como es ella, define como eres tú.

Durante todo, este tiempo la había contemplado, desde mi banquito apartado de la multitud, siéndolo todo y ahora...

Ahora no es nada...

No es nada más que un montón de piel inservible incapaz de acoger por sí sola el calor, de huesos y más huesos de un alma que no volverá de ninguna forma a la vida...

No es más que el resultado grotesco de una obra macabra y perturbadora de un ser absolutamente narcisista y estúpido que pensó que podía dominar la vida y la muerte; que se sintió más poderoso que Dios.

Su fallecimiento, a pesar de nuestra rivalidad histórica, llegó para mí como un batazo conciso en la cabeza; como un cubetazo lleno de agua helada en un dia de frío; como una daga filosa que te araña el pecho hasta extirparte el corazón...

Quitó La venda de mis ojos, destruyó la realidad surrealista  en la que vivía y me enseñó la importancia de nunca
creerse mejor que nadie.

Después que todo, la lluvia también nace en lo más alto del cielo, y termina desparramándose en el piso.

Kendall era y será, por siempre, mi contraparte. Mi lado opuesto.

Saber que existe alguien detrás de ti que espera a que llegues a tu punto de quiebre para apuñalarte por la espalda no tiene precio. Esa sensación hormigueando por tu cuerpo te hace dar lo mejor, te hacer estar vivo, te ayuda jodidamente a mantenerte despierto; y eso...eso representaba.

¿Qué tendrían de bueno la vida, las novelas, las películas, las series, los cómics, los animados sin grandes personajes con rivalidades intensas? Pues nada. Todas las historias serían iguales, con interminables clichés rosados y aburridos.

—Emma.—la dicción de mi madre zarandeando mi brazo, me espabila.—Deberíamos darle el pésame a los Morrison.—subo el mentón y el remate de dolor picotea la banda derecha de mi cabeza haciéndome emitir un jadeo módico, me tambaleo unos centímetros, aprieto los ojos en ese momento y aplicó presión en mi tabique con los dedos. No es la primera vez que me pasa, pero la sensación de dolor se siente recorrerme chispeante y nueva por el organismo.

Va a pasar.

Va a pasar.

Va a pasar.

—Cariño, vamos.—dice, sonriendo falsamente en mi dirección obligándome a caminar enganchada a su brazo.

Desde que supe la noticia, desde que Kyle me la dijo, no he atravesado por mi mejor momento. Las crisis de migraña se me han hecho más frecuentes y mi cabeza se sacude de dolor como bombillitos coloridos en un árbol de Navidad. Y eso que sólo han pasado seis días. Mi mente ni siquiera desea procesar cómo estaré en los próximos. Sólo rezo porque toda esta pesadilla acabe, que encuentren al responsable y lo dejen mínimamente toda su vida pudriéndose en una celda. Lo que hizo no tiene nombre.

Mis Malditos Vecinos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora