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Los años pasaron y muchas cosas cambiaron desde aquella tarde, algunas en su mayoría fueron buenas, mientras que otras malas, siendo inevitables que sucedieran, como ciertos tipos de aspectos de la vida que son imposibles de esquivar.

Lo primero de esto fue que Mateo empezó a pasar mucho más tiempo con sus nuevos amigos, cada vez que regresaba del colegio y descansaba un rato, para que estos fueran por la tarde a recogerlo a su casa. Aunque al principio les daba un poco de miedo acercarse a la casa del rizado por Juliana, pero todo valía la pena con ver esa espléndida sonrisa que se formaba en el rostro de Palacios.

Quien por fin se sentía libre para correr y actuar como un niño normal, dejando en evidencia todo el daño que su madre le había causado a su tan corta edad. Mateo odiaba que le gritaran, era bastante sensible en ese sentido y se asustaba con mucha facilidad ante algún ruido fuerte, al igual que cualquier señal que le demostrará peligro, eso lo ponía demasiado paranoico y nervioso.

Como en esa ocasión en la que Mauro se le acercó de manera rápida, pareciendo que iba a hacerle algo malo, cosa que el ojiverde jamás haría. Pero el pequeño terminó por malinterpretar las cosas y corrió a refugiarse entre los brazos de Valentin, quien de los cuatro era la única persona que le transmitía una gran confianza y seguridad, para pedirle ayuda.

Les tomó más de quince minutos calmarlo, asegurándole una y otra vez que las intenciones de Mauro no eran malas y que solo estaba jugando. Desde ese entonces, hacer cualquier tipo de acción que resultará amenazante para Mateo estaba estrictamente prohibido, orden estricta de Paulo y Matias, quienes como los mayores del grupo tenían que velar por el bienestar de todos, aunque más por el de Palacios, con el único fin de que sintiera seguro al lado de ellos y que no les tuviera miedo.

Lo segundo importante que pasó, fue que Rosa la abuela paterna del rizado se mudo cerca del barrio donde su nieto vivía, por cual Mateo se fue a vivir con ella una larga temporada, escapando de esa manera de su malvada madre. Rosa no parecía ignorar como su hijo, aparentemente, los malos tratos que la morocha le proporcionaba al pequeño, quien en ningún momento confesó en voz alta lo que su madre le hacía.

Guardando silencio ante cualquier pregunta que se le hacía al respecto o haciéndose el desentendido, pareciendo no darse cuenta de que el comportamiento de ella era simplemente anormal. Que no estaba bien y que lo estaba lastimando de gravedad, haciendo que creará males e inseguridades que en un futuro cercano iban a joderlo.

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La llegada de Rosa significó más que un cambio para Mateo, ella era la representación materna que nunca tuvo, al igual que esa seguridad y amor que Juliana se olvidó de darle. El rizado paso alrededor de siete años viviendo con ella, a su lado pudo experimentar emociones que nunca se imaginó, al igual que hermosas vivencias que definitivamente iba a atesorar para toda su vida.

|| 𝙾𝚔𝚞𝚙𝚊 : 𝐓𝐫𝐮𝐞𝐰𝐨𝐬 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora