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-Apartate fracasado. - un estudiante de último año le ordenó a Mateo, al mismo tiempo que lo empujaba con fuerza hacia la pared, con la única intención de lastimarlo y que se quedará tirado en el suelo.

El morocho no pareció inmutarse ante esto, quedando demasiado aturdido y distraído como para ponerse de pie e irse corriendo a su salón, porque las clases estaban a punto de iniciar y lo último que quería tener era una llamada de atención por un ligero retraso.

-Palacios. - lo llamó un maestro que iba pasando. -¿Qué hace ahí? - le cuestionó entre curioso y un poco preocupado.

-Nada, solo me tropecé y me caí. - el rizado respondió automáticamente, siendo las mentiras sus mejores armas para no demostrar que estaba vacío, y que solo era más que un títere que no parecía tener voluntad propia o algún sentimiento que lo hiciera estremecer.

-Póngase de pie y váyase a su salón ahora mismo. - el hombre ordenó de inmediato.

A lo que Mateo se puso de pie rápidamente, se disculpó por haber causado problemas y se retiró, aunque a decir verdad, las disculpas estaban de más, pero no podía evitar decirlas. Debido a que sentía la fuerte necesidad de disculparse por todo lo malo que creía que hacía, pensando que hasta debería de pedir perdón por el simple hecho de seguir respirando y despertar cada mañana.

Mateo se había vuelto una persona depresiva, con obsesiones secretas de acabar con su vida, pero que nunca llegaba hacer nada en concreto que amenazara su integridad física. Pensando erróneamente que les haría un favor a los demás al estar dentro de un ataúd, bajo tres metros bajo tierra, ya que se consideraba sólo como un estorbo para su viejo y los pocos amigos que tenía.

La muerte de Rosa solo fue el detonante para que la vida del morocho se viniera lentamente de picada. Juliana nunca cesó con sus maltratos e insultos hacia él, y cómo el rizado se lo había prometido jamás hizo nada para defenderse o al menos darse su lugar enfrente de quien se decía ser su madre, para que así lo dejara en paz de una buena vez.

Pedro intentó acercarse a su hijo, pasar tiempo con él, sacarlo de vez en cuando de casa y así alejarlo de Juliana, mientras le decía lo importante que era para su vida, a pesar de no haberlo reiterado mucho cuando era más pequeño. Y si bien Mateo parecía no demostrar nada más que indiferencia por sus acciones y palabras, muy en el fondo lo quería y valoraba que al menos se preocupara un poco por su estado y de cómo se sentía cuando ya no sabía qué hacer para sobrellevar la vida de mierda que estaba teniendo.

Aunque si no fuera por Valentín y los demás, Mateo se sentiría completamente solo, sin nadie a quien recurrir cuando nada estaba saliendo bien, y necesitaba urgentemente de alguien que lo hiciera sentir seguro, a salvo de lo cruel que podía llegar hacer la vida.

Desde aquella tarde un sentimiento de protección hacia el morocho, surgió en Oliva, Spallatti, Monzón y Londra, siendo el del sentimiento más fuerte el de Valentín, quien seguía viendo al menor como un niño pequeño que necesitaba ser protegido y cuidado, para que su corazón empezará a sanar, y que todo lo demás que tenía que curar viniera después.

Ellos habían hecho hasta lo imposible para protegerlo, tanto que se cambiaron de colegio para ir al mismo a dónde Mateo asistía, con el único fin de hacerle compañía durante los descansos y defenderlo cuando cualquier tarado hijo de puta quería aprovecharse del morocho. Pero como el tiempo pasa, todos ellos terminaron su educación media, por lo que tenían que dejar el colegio para ver qué rumbo podría tomar sus vidas, si decidían ir a la universidad o buscar algún trabajo u oficio con el cual pudieran mantenerse a ellos mismos.

Mateo no tenía ni idea de lo que quería para el futuro, debido a que estaba más concentrado en sobrellevar cada día que a ponerse a pensar qué sería de él cuando terminara el colegio. Olvidándose de lo que haría, que debería de estudiar o qué trabajo podría obtener para reunir el dinero suficiente para irse de casa y buscar de una vez ese espacio donde pudiera ser como era en realidad, y no el saco de nervios e inseguridades que los demás veían.

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-Tarde Palacios. - la maestra correspondiente a la primera hora de clases le dijo a Mateo con un tono cansado.

-Lo siento. - Mateo se disculpó sin verla a la cara, escuchando claramente como sus compañeros se reían de él.

-Váyase a su lugar y déjeme iniciar con mi clase. - ella ordenó impaciente, siendo rápidamente escuchada por el morocho, quien se dirigió hasta su asiento. El cual estaba ubicado en una de las esquinas del salón, lo suficientemente apartado como para que pudiera sentirse bien y seguro del resto.

-¿Acaso te perdiste en los pasillos de nuevo? - alguien le preguntó con un tono burlón a Mateo, quien solo se encogió en su lugar, comenzando a sacar sus cosas, ignorando por completo lo que se le había dicho. -Vamos Mateo, decí algo. - ordenó, pero el morocho seguía sin decir nada o al menos inmutarse ante los ataques que estaba recibiendo.

-Silencio allá atrás. - la maestra ordenó al escuchar ruido y no el silencio que ella quería para iniciar sin más interrupciones.

-Sos un rarito de mierda. - el mismo tipo de antes murmuró, causando que unos cuantos se rieran en voz baja para no ser retados por la maestra.

-Es el rato, ¿Qué más podías esperar de él? - alguien se sumó a la conversación, siendo en esta ocasión una chica. -A veces me preguntó qué le pasa por la cabeza. - comentó con curiosidad.

-No me vayas a decir que te gusta. - otra chica comentó, quien parecía ser amiga de la primera.

-Iugh, claro que no. - ella se quejó con asco. -Debería de estar loca, si alguien cómo Mateo se me hiciera atractivo. - agregó, simulando que iba a vomitar por lo asqueroso que sonaba esa idea. -Preferiría salir con alguien más que con él. - indicó burlona.

A lo que algunos le siguieron el juego, los cuales fueron rápidamente acallados por la maestra, quien empezaba a desesperarse porque sus alumnos no guardaban silencio. Mateo por su parte solo respiro hondo, en un intento de no perder los estribos y no empezar a llorar por lo mal que se sentía a causa de los comentarios que estaba recibiendo.

Aunque a decir verdad, estos los escuchaba todos los días, debiendo de estar acostumbrados a ellos, pero aún no podía aceptar que todos los demás lo vieran como un bicho extraño y raro, del cual tenían que mantenerse alejados si no querían que su estatus social en el colegio se viera afectado por estar cerca de él.

Así de mala e insignificante era la vida del morocho, quien se preguntaba ¿El por qué había nacido? Si prácticamente nadie lo quería cerca, su propia madre lo detestaba y odiaba con todas sus fuerzas, y él nunca pudo entender porqué lo hacía.

Su viejo lo quería, pero nunca le puso un alto verdadero a su madre para que dejara de atormentarlo, quedandole únicamente sus amigos como un soporte a esta vida, y un motivo más para no tirarse desde un puente o pasarse la calle en plena hora pico.

Donde seguramente moriría para dejar todo atrás y ser muy feliz, como nunca antes lo había podido ser en toda su maldita vida.

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|| 𝙾𝚔𝚞𝚙𝚊 : 𝐓𝐫𝐮𝐞𝐰𝐨𝐬 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora