Día 10 - McCita

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Horacio y Volkov, se mantuvieron mandándose mensajes durante toda la semana que el de cresta había permanecido internado. El ruso, había respetado lo que prometió, manteniéndose lo más apartado que pudo de las instalaciones sanitarias, en su lugar, enviaba a Willy a ver como se encontraba.

En vista de que el agente se encontraba mucho mejor, el médico que lo atendía decidió darle el alta, pudiéndose marchar esa misma tarde, sin embargo, no le había avisado a nadie, se encontraba bien para caminar y prefería no ser una molestia, al salir se tomaría un taxi dirigiéndose directamente a su casa.

Ya se encontraba vestido con las ropas que Collins le había traído días atrás de su casillero en la sede, tomó su nuevo teléfono, la única pertenencia que tenía, y salió del lugar, una vez se instalara le avisaría al comisario que estaba en su hogar.

Se mantuvo caminando por los pasillos en búsqueda de la salida de aquel lugar, su sorpresa fue grande cuando al salir de uno, hacia la sala común, pudo divisar a un hombre bastante alto parado de espaldas hablando con la enfermera.

- Volkov - pronunció sin darse cuenta en un susurro.

El nombrado se dio la vuelta para poder ver a quien lo había llamado.

- Horacio - la voz del comisario era calmada, aunque por dentro estaba algo nerviosa.

Volkov había recibido en la mañana un mensaje del hospital, en donde decía que el agente sería dado de alta, por lo que tomó coraje para ir a buscarlo.

Si bien no había hablado de nada importante en la semana, sentía que con el intercambio de mensajes se habían acercado bastante, por lo que dudaba que el de cresta lo tratara con hostilidad ante aquel acto.

Si por él fuera, olvidaría el pasado y empezaría una historia desde cero, sin la influencia de terceros, pero Horacio se negaba a dejar atrás los hechos de años anteriores.

Sin darle más vueltas a sus pensamientos, se acercó al de cresta.

- ¿Qué hace aquí? – el menor estaba bastante sorprendido.

Visto de cerca, Horacio se veía bastante mejor a la última vez, su ojo ya no estaba hinchado, aunque mantenía un color entre el morado y el amarillo, sus labios se habían curado bastante bien y solo quedaba una pequeña costra, lo único que se mantenía aún sin mejora era su brazo, que lo llevaba sujeto por un cabestrillo.

- He venido a llevarlo – soltó, como si fuese lo más normal del mundo.

Sin decir más, se despidió de la enfermera y comenzó a caminar hacia la salida seguido por el agente.

Una vez en el auto, el comisario volvió a hablar.

- ¿Lo llevo a su casa o prefiere otra parada? – el ruso llevó su mano hacia el cinturón de seguridad, abrochándolo.

El de cresta pensó en un primer momento en decirle que lo llevara a su hogar, quería descansar en su cama, pero después de pensárselo bien, otra respuesta salió de sus labios.

- Me apetece una hamburguesa, vayamos al McDonald.

El ruso se volvió de su asiento, clavando la vista en el de cresta, pensando que le estaba jugando una broma. Este mostraba su sonrisa radiante, cual niño pidiendo un regalo.

- ¿En serio?

Horacio asintió sin dejar de sonreír, se había pasado toda la semana encerrado, teniendo que comer la comida del hospital, estaba deseoso por ingerir algo más y en su casa no tenía nada, por lo que la mejor opción era ese local de comida rápida.

- Bien - dijo el comisario resoplando, no le gustaban los lugares concurridos, pero haría una excepción. Encendió el auto y se dirigió hacia el lugar.

En pocos minutos llegaron al concurrido local, pidieron su hamburguesa tras una larga espera y tomaron asiento en una de las mesas más alejadas.

Horacio comenzó a comer con ímpetu, aunque se le dificultaba un poco tomar el alimento con una sola mano.

El comisario lo miraba mientras probaba la suya, pero se detuvo a medio camino ante el panorama que se le presentó.

- Creo que tienes...- comenzó. Horacio detuvo su ingesta para escucharlo, pero este no continuó, en cambio, estiró su brazo y con su dedo pulgar acarició la comisura sus labios, dejándolo anonadado - listo - fue lo que dijo después.

En cuanto se dio cuenta de lo que había hecho sintió vergüenza de inmediato, y pudo sentir como su rostro se calentaba. Por el contrario Horacio, estaba rojo, manteniendo su vista fija en el ruso mientras esta desviaba la vista.

- Volkov - pronunció unos minutos después- creo que debemos hablar.

El comisario entendía a lo que se refería, por lo que tomando aire, se decidió a hablar.

- Si, lo sé, pero antes de que diga algo déjeme decirle una cosa. Usted Horacio, no es culpable de nada - el de cresta mantenía su mirada en él - y si cree eso pues déjeme decirle que yo no, por lo que a mí respecta no hay nada que perdonar porque usted no hizo nada.

Horacio permaneció callado, no sabía que decir, sus ojos se habían cristalizado, pero no iba a llorar por tal declaración. Se había culpado durante años y ahora el comisario le decía que no era el culpable, agradeció esas palabras, no era consciente de cuanto las necesitaba.

Al ver que Horacio no decía nada el comisario continuó.

- Horacio, dejemos el pasado atrás, comencemos de nuevo, esta vez con el pie derecho, podemos hacerlo. Decidamos nosotros sobre nuestras vidas. Ya no somos los mismos de hace años, usted me lo ha demostrado, es más fuerte.

Horacio no sabía cómo tomarse aquellas palabras, los ojos del ruso mostraban anhelo.

- ¿Qué quiere decir? – pronunció inseguro el federal.

- Ambos sabemos lo que queremos, al menos yo lo sé, ahora sí.

- ¿Y qué quiere? - las preguntas de Horacio eran con cautela, no sabía a qué se estaba refiriendo.

- Lo quiero a usted en mi vida- el semblante del comisario era serio, sus ojos daban directamente con los de Horacio, por lo que este pudo ver la determinación que había en ellos.

- No sé si eso será posible - refutó el de cresta. Sin embargo, el comisario no se echó atrás.

- Niéguelo Horacio, niegue que no me quiere en su vida - Horacio no pudo decir nada, Volkov tenía razón, a pesar de lo mucho que luchó, nunca pudo olvidarlo y en los últimos días su amor por el comisario había resurgido - podemos hacer esto bien – trató de convencerlo.

Hubo una pausa, en la que ninguno de los dos habló. Volkov se mantenía expectante a la respuesta del de cresta, mientras Horacio pensaba con los ojos cerrados qué camino tomar.

Cuando los abrió ya había tomado su decisión.

- Bien - suspiró el de cresta - pero necesito tiempo.

- No hay problema, sabe que lo rápido no es lo mío.

El de cresta sonrió mirando al comisario, su picardía estaba de vuelta.

- ¿Puede ser esta nuestra primera cita?

El comisario esbozo una sonrisa en respuesta.

- ¿Por qué no? 

Volkacio ValentineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora