O N C E
La propuesta.
Anahera.
Lailah y Maze me ayudaron a prepararme durante toda la tarde para mi supuesta cita con Luzbel. Lailah estaba muchísimo más emocionada que Maze, inclusive estaba más emocionada que yo, yo me encontraba aterrada; y ahora que estaba sola en mi habitación esperando a que este viniera a por mí, no podía hacer nada para que la velocidad de mi corazón redujera a una más normal. Las manos me sudaban y todo el tiempo tenía la sensación absurda de que el pintalabios rojo que Maze me había obligado a ponerme se me estaba derritiendo por toda la cara. Inspire y expire varias veces intentando relajarme, entonces escuche dos "toc, toc" en la puerta y otra vez mi corazón galopaba con todas sus fuerzas. Asentí decidida a mi propio reflejo intentando darme un último empujón y abrí la puerta: - Wow - suspiro Luzbel.
- Lo mismo digo - sonreí; no era para nada extraño verlo de traje, siempre usaba trajes, es como su marca distintiva, pero esta vez se veía increíblemente guapo. Estiró su brazo en mi dirección y acepté gustosa enrollando mi brazo con el suyo. No entendía por qué Luzbel sonreía tanto, pero parecía contagiar su energía imparable y poco a poco los absurdos nervios comenzaban a evaporarse. Durante nuestro camino hacia la salida nos encontramos con varias mujeres que frecuentaban a Lucifer, a una de ellas la reconocí como la borde que conocí en cuanto llegue. Su mirada seguía siendo igual de envenenada que aquella vez, pero tenía bastante claro que no me iba a dejar amedrentar por un simple demonio. En cuanto nuestros caminos se cruzaron le guiñé el ojo y alce el rostro, no era cualquier ángel y ella no me asustaba. Ni siquiera el hombre que tenía a mi lado.
- Eres más parecida a mi de lo que quieres creer - sonrío de lado Lucifer. En cuanto dejamos atrás el Lux a toda velocidad, en el Corvette, por fin pude relajarme del todo. Hacía tanto tiempo que no salía a la calle que me había olvidado de lo que era el alboroto en las ciudades. Los humanos corriendo de arriba a bajo - inclusive a esas horas de la noche - el estrés y las vidas rápidas que llevaban; después de tanto tiempo aquello me fascinaba, como el primer día que vi un humano. Pero no quería pensar en ello, no quiero recordar su rostro, sus ojos dorados, me tengo que centrar en el ahora, en quien esta a mi lado y aunque sea el loco y estupido de Lucifer al menos el tiene la valentía de pedirme una mísera cita. Espero que ellos sean felices y que Isabella jamás necesite mi ayuda porque no quiero volver a Forks. No quiero volver a ver su rostro perfecto, prefiero olvidarlo para siempre y así mi corazón dejara de doler. Observe a Luzbel que conducía a toda velocidad mientras tarareaba la canción que se reproducía por la radio. No pude evitar sonreír cuando este me miró y sus ojos brillaron bajo las millones de luces de Los Ángeles. - Eres preciosa Anahera.
- Y tú eres todo un diablo - su risa comenzaba a ser música para mis oídos y eso me asustaba un poco. El sonido de unas sirenas me trajeron de nuevo, ya que me había perdido en la profundidad de los ojos de Luzbel; era la policía que seguía de cerca el Corvette. El coche se detuvo a un lado de la carretera y digamos que mi acompañante no estaba demasiado contento - Se bueno - susurre; este simplemente sonrío.
- ¿Sabe por qué le he parado?
- Evidentemente a sentido la necesidad de ejercer sus limitados poderes y castigarme por ignorar el límite de velocidad. Tranquilo, lo comprendo. A mi también me gusta castigar a la gente. O al menos me gustaba...
- ¡Lucifer! - exclamé al ver su comportamiento, estaba hablando con un policía y aunque él fuera el mismísimo diablo debía comportarse y pasar desapercibido.
- Permiso e identificación.
- Claro - sabía que siendo el increíble idiota que era mi acompañante en vez de darle la documentación que pedía el policía haría alguna estupidez, pero jamas llegue a plantearme que sacaría un enorme fajo de billetes para sobornar al uniformado.
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El ángel guardián.
FanficLas lagrimas caían como cascadas por mi rostro al ver su cuerpo ser consumido por las llamas. Apreté con fuerza entre mis manos aquel colgante. Su cuerpo que poco a poco se convertían en cenizas, se esparcían por la tierra seca. No me arrepentía de...