N U E V E
A ojos de Lucifer
Anahera.
Ya no recordaba cuánto tiempo pasó desde el día que llegué a aquel extraño lugar. Había encerrado mis sentimientos por el rubio en lo más profundo de mi ser. Quería crear una muralla invisible para poder protegerme mejor de los seres que me rodean. No quiero volver a amar a nadie de esta forma para después salir malherida. No me lo merezco. Me levanté de la cama con la sensación de vacío y soledad. Cubrí mi piel con una bata que había encontrado en el armario que ya habían llenado con ropa para mi. Lailah me había enseñado la cocina comunitaria que compartimos la guardia que vivía en aquel castillo, castillo que estaba bien escondido tras la tapadera de un bar nocturno; llevado por el mismísimo Luzbel. Me preparé un café bien cargado ya que mi descanso se había limitado muchísimo desde que había puesto un pie en este lugar. Me sentía irritada; sabía que me querían allí pero nunca pensé que sería para ser un florero más del castillo. Ninguna misión se me había encargado. Simplemente estaba para hacer bonito, ahí al lado de ese ostentoso trono mientras escuchaba como a mis demás compañeros eran enviados a hacer diferentes actividades de reconocimiento o a saber qué...; - No te tengo como un jarrón bonito, pero si que quedas bien a mi lado - su voz hizo que cada parte de mi cuerpo se erizase. Al girarme me encontré frente a frente con Luzbel que sonreía de forma socarrona. Este llevaba un impecable traje negro y la barba de barios días. Sus ojos oscuros combinaba a la perfección con esa aura de malote que quería dar. Pero yo sabía que era todo pura fachada. Pestañeé varias veces y deje ir el aire que se había quedado atascado en mi garganta. - ¡Impresionante! Te he dejado sin habla...
- Me has asustado - respondí dejando la taza de café -aún sin tocar- con demasiada brusquedad sobre la encimera - Si no me quieres para nada entonces déjame ir.
- Oh, no querida. Si que me serás útil, y muy pronto, pero por ahora quiero que te sientas cómoda en tu nuevo hogar. - observe cómo este se llenaba un vaso de whisky a las nueve de la mañana - ¿Qué te parece tu habitación?
- Es bonita...y cómoda - respondí en un susurro extrañada por aquella pregunta - ¿Por qué soy la única de la guardia que vive en el piso de arriba?
- Tengo favoritos - sonrió este mientras daba un pequeño sorbo de su vaso - Elegí en persona cada obra de arte y decoración de tu habitación. Incluso tus sábanas de seda... - con brusquedad cogí su brazo y lo aparté de mi rostro antes de que fuera capaz de rozarme la piel.
- No te conviene jugar conmigo Luzbel.
- Ya veremos...- se acabó con brusquedad lo que quedaba en su copa y se marchó de la cocina no sin antes guiñarme el ojo de forma descarada. Espere varios minutos ya que la adrenalina del momento aún seguía recorriendo todo mi cuerpo y sentía mis piernas como flanes. Mientras subía las escaleras hacia mi habitación no podía evitar percibir un cosquilleo leve donde Luzbel me había intentado acariciar. Empuje con fuerza la puerta de mi habitación y me senté de forma brusca sobre la cama. Me sobe el lugar donde sentía aquel cosquilleo. Quería que desapareciera. La rabia y frustración cada vez era más y más, así que decidí que era buena idea entrenar, y así poder sacar toda la tensión que se estaba acumulando en mi cuerpo. Ya en el gimnasio que estaba en el subterráneo me dediqué a darle golpes a un saco que estaba allí colgado. Hasta que de nuevo apareció Ramiel y sin decirnos ninguna palabra comenzamos a luchar cuerpo a cuerpo hasta que esté tirado en el suelo y yo subida encima de él a horcajadas a punto de volver a golpear su rostro levantó las manos mientras gritaba "me rindo" una y otra vez.
- Desapareciste - dije entre jadeos, estire la mano para ayudar a Ramiel.
- Tenía una misión y tú estabas demasiado cabreada para mantener una conversación civilizada.
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El ángel guardián.
Fiksi PenggemarLas lagrimas caían como cascadas por mi rostro al ver su cuerpo ser consumido por las llamas. Apreté con fuerza entre mis manos aquel colgante. Su cuerpo que poco a poco se convertían en cenizas, se esparcían por la tierra seca. No me arrepentía de...