Capítulo 5 - La batalla de Ostagar

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                “La Ruina termina aquí.” Cailan Theirin, rey de Ferelden.

               

                Mi cuerpo aún temblaba y pequeños destellos venían a mi mente. En mi horrible delirio, fui capaz de ver al Archidemonio y hubiera jurado por el Hacedor que él también me pudo ver a mí, incluso que sus murmullos estaban destinados a mi persona. No obstante, no tuve tiempo de pensar demasiado en ello, igual que tampoco pude hacerlo con la muerte de mis padres. Todo se precipitaba a mi alrededor más rápido de lo que creía poder soportar.  

                Duncan me mandó llamar a la presencia de su Majestad. El Rey Cailan preparaba una guerra, preparaba la forma de vencer a la Ruina, pero eso no era ningún impedimento para querer felicitarme en persona por haber salido airosa de la Iniciación. Me dio una efusiva enhorabuena, mencionando lo orgullosos que estarían los Cousland de su hija pequeña. Cailan era impulsivo y apasionado y hablaba con abnegada admiración por la Orden, pero a Loghain empezaban a cansarle sus discursos. No era extraño escucharles enfrascados en alguna discusión u oír hablar al teyrn en tono despectivo con respecto a pedir ayuda a los orlesianos. Ferelden se encontró bajo el yugo de Orlais, la nación más grande y rica de Thedas, durante la era pasada y fue gracias al rey Maric, padre de Cailan, que los fereldenos gozamos de la libertad de llamarnos así con pleno derecho. Sin duda, Loghain veía aquella posible alianza como una traición a la patria y a memoria de Maric. Parte de mí entendía esas motivaciones, pero cuando un peligro mayor acecha, a veces hay que dejar atrás los rencores si queremos avanzar y salir victoriosos. Al joven rey le perdía la pasión del momento pero no era ningún necio y sabía del poderío del ejército de la Emperatriz Celene, si negociaba de forma hábil, daríamos un gran paso frente a la Ruina. Aun así, no parecía ser suficiente para Duncan y mucho menos para Loghain.

                 Las tropas de Cailan irían en la avanzada, junto a los Guerreros de la Ceniza y sus perros de guerra y los Guardas Grises, comandados hábilmente por Duncan. Por su parte, Loghain y el grueso del ejército fereldeno esperarían la señal adecuada para atacar por sorpresa, flanqueándolos desde la torre de Ishal. No era una estrategia demasiado sofisticada, pero su sencillez y efectividad eran evidentes.

                   - ¿Quién encenderá la almenara para dar la señal?

                - Es una tarea sencilla, Majestad, pero vital para el éxito de la campaña. Tengo algunos hombres apostados allí…

                - ¡Los Guardas lo harán! – intervino súbitamente sin dejar terminar a Loghain- Duncan, envía a Alistair y a Sylvia a la torre. Ellos darán la señal. Luego podrán incorporarse si así lo desean.  

            - Si es algo simple puedo hacerlo yo sola, Majestad, soy bastante discreta y hábil y me llevaría a mi mabari.

                - No, mi señora, debéis ir ambos. No es tarea para alguien solo. Y no es discutible.

                - Como Vos deseéis. – sentenció el comandante en mi lugar. 

            Cailan podía ser alguien cercano, atento y agradable, pero su golpe de autoridad había quedado claro. Una vez discutidos los pequeños detalles, Duncan nos mandó llamar a Alistair y a mí en privado. Nos esperaba en la tienda de los Grises, junto a Raziel, que se lanzó a lamerme como si hubiera desaparecido durante una eternidad. Yo también le había echado mucho de menos. Le acaricié la tripa y atendí a la charla de Duncan.

                - No hace falta que os diga el peligro que la Ruina supone y lo que se necesita el esfuerzo de todos para hacerla frente. – su tono era más serio de lo normal. – Tal como ha ordenado el rey Cailan, iréis a la Torre de Ishal y encenderéis la almenara que dará la señal a las tropas para que se incorporen a la lucha. Debéis abriros paso hacia lo alto de la torre y daros prisa. No es una tarea difícil, pero es vital para el éxito de la campaña.

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