Capítulo 1- Pináculo

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                “Somos Couslands y hacemos lo que debe hacerse.” Bryce Cousland, Teyrn de Pináculo.

              La noticia de que Fergus y mi padre partían a la guerra sin mí fue como un jarro de agua fría. Luchar mano a mano con ellos, a los que amaba y respetaba, sería el mayor honor que un Cousland puede llegar a soñar. Sin embargo, mi decepción no fue completa ya que, en su ausencia, mi madre y yo regiríamos el castillo de Pináculo. Adoraba a mi madre, pero a veces no podía evitar pensar que la decepcionaba como hija, más cercana a las armas, la estrategia militar, los mabaris de guerra y las cacerías. Nada más lejos de la realidad…

                Bryce Cousland, mi padre, Teyrn de Pináculo, tan solo un escalón por debajo del gran rey Cailan, era amado por su pueblo. Era un gran gobernante, pero como padre no habría otro igual en todo Thedas. Me mandó llamar al Gran Salón, a presentar mis respetos al arl Rendon Howe, gran amigo de la familia y aliado de mi padre, para lo que mi madre, Eleanor, me rogó estar presentable y eso incluía nada de mabaris ni de pantalones y mucho menos llevar mi arco. Elegí un sobrio vestido rojo para la ocasión y de adorno una sencilla daga en el cinturón. Recogí mi rebelde cabello castaño en una trenza y con mirada solemne entré en la sala. La sonrisa de orgullo de mi padre fue suficiente para saltarme el protocolo y abrazarlo con cariño. Él rió y más aun cuando me incliné levemente ante nuestro invitado.

                 - Un placer teneros aquí, mi arl.

        - Estáis radiante, joven señora. Me sorprende que no hayáis recibido propuestas de matrimonio de las casas nobles de la zona.

                - El matrimonio no es algo que me quite el sueño, arl Howe.

                - Veo que sigue siendo una pequeña fiera…- dijo dirigiéndose a mi padre.

               - Me gusta que me hija piense por sí misma. Está a la altura de cualquier hombre y será una estupenda dirigente en mi ausencia.

               - Y no lo dudo, Bryce, pero podría concentrar los mismos esfuerzos en conseguir marido que en sus prácticas con el arco. Por cierto, mi hijo Thomas os manda saludos.

                 - Muchas gracias, mandadle saludos igualmente y a vuestros otros dos hijos. Aunque creo que Nathaniel ya está sirviendo en el ejército… ¿Qué tal está Delilah?

                Rendom Howe pareció desconcertarse un poco, como si su cabeza estuviera en otro sitio o como si le extrañara que le preguntara por su familia. Su voz titubeaba y su mirada se perdía con cada una de mis frases. La charla insustancial me resultaba insoportable, sobre todo cuando mencionaba el interés de Thomas por mí, al que siempre consideré un mentecato y un borracho, nada que ver con la adorable Delilah y el educado Nathaniel. Gracias al Hacedor, mi padre nos interrumpió, viendo sin duda mi cara de resignación. Mencionó que un invitado muy especial había llegado a casa y que, en la ausencia de Fergus y él, debía ocuparme de su bienestar, lo cual puso mi mente a trabajar a toda velocidad. Los segundos parecieron horas pero, finalmente, un hombre alto y fuerte, de tez morena y cabellos y barba oscuros como la noche entró en el salón. Llevaba una espada de fina hechura, larga, pero ligera, para portar con una mano, y ceñía en su cinturón una daga curvada. Su armadura era sencilla, pero funcional. Se acercó a nosotros con rostro serio. Reparó en mí con algo parecido a una sonrisa y presentó respetos a los dos señores presentes. Mi padre me lo presentó como Duncan, Comandante de los Guardas Grises.

                Recordé con cariño las lecciones de historia y me incliné con gran respeto.

                - Me temo, mi Señora, que tanta ceremonia es innecesaria.

            - No digas eso, Duncan, eres mi invitado y como tal mereces toda la hospitalidad que te podamos brindar. Mi hija Sylvia se encargará de la gestión de todo, junto a mi esposa.

                - En tal caso, podremos hablar más tarde, ¿no es así?

                - Claro. Tengo muchas preguntas sobre la Orden.

               - Precisamente Duncan ha venido a reclutar guerreros y va a poner a prueba a ser Gilmore. – intervino mi padre con cierto orgullo en su expresión.

                - Gilmore es un buen soldado, pero, si queréis que os confiese la verdad, no sería mi primera opción en Pináculo… - dijo mientras clavaba sus profundos ojos castaños en los míos.

                - Duncan, por favor, ¿no estaréis pensando en usar el Derecho de Llamamiento?

                - No, mi Señor.  No abundan los buenos reclutas, pero el joven Gilmore es un caballero muy capaz y será un gran Guarda Gris.

                - Estoy de acuerdo, es un chico valiente. Lo extrañaré mucho... - dirigió su mirada a mí- Querida, Fergus querrá despedirse de su hermanita antes de partir. Deberías ir con él.

                Me despedí educadamente y salí hacia los aposentos de la familia. Me encantaba pasear por los patios de la fortaleza por los que correteaba junto a mi hermano y Gilmore cuando éramos pequeños. A veces, cuando los guardias no miraban, subía los escalones de dos en dos, como cuando era una niña. Me recogí el vestido y empecé a subirlas. Miré hacia abajo y ser Gilmore me saludó con rostro divertido. Su cabello rojizo brillaba con el sol y mi mabari, Raziel, ladraba y daba vueltas a su alrededor.

                - ¡Os estaba buscando, mi Señora!-  me gritó desde el final de la escalera.- ¡¡Corre, Raziel, corre con ella!!

                Mi querido can subió las escaleras raudo como el viento, con sus poderosas patas saltaba junto a mí como si hiciera una eternidad que no me veía. Lo acaricié y rodó sobre su lomo como si fuera un cachorro. Ser Gilmore fue tras él de forma pausada, con su habitual sonrisa. A veces pienso en cómo habrían ido las cosas si él no fuera uno de los soldados de la guardia y yo no hubiera sido una Cousland, pero tenerlo como amigo y aliado era casi tan valioso. Hablaba de cómo querían ponerle a prueba para los Guardas Grises, del honor que ello suponía, casi un gran sueño para él, pero también charlamos sobre lo que echaría de menos, lo que quería a mis padres y lo que perdería por el camino. Luchar con las lágrimas que se agolpaban en mis ojos era más duro que hacer frente a dos hordas de bárbaros, pero a duras penas lo conseguí. Me despedía de él cuando me detuvo.

                - Sylvia, esperad… Si gracias al Hacedor consigo ser Guarda Gris, ¿podría pediros una última cosa antes de partir?

                - No tengo dudas de que lo conseguirás, pero dime. ¿Qué puedo hacer por ti?

           Nadie preguntó nada más, nadie dio permiso, simplemente Gilmore me besó, un beso agridulce, un beso vestido de despedida y de añoranza, el beso que siempre estaba por llegar y que jamás se repetiría.

             Después de aquello, me quedaba decirle adiós a mi hermano Fergus, que partía esa misma tarde, prometiéndole que cuidaría de Oriana y del pequeño Oren, mi sobrino y en ocasiones, compañero de asaltos a la cocina.

                Un día de despedidas… Yo solo deseaba que se acabara pronto… 

CouslandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora